La NASA se dispone a escribir una nueva página en su libro de historia. Tal es la importancia del acontecimiento que va a tener lugar dentro de muy pocos días en el Centro Espacial Kennedy, en el estado de Florida, que el propio presidente Donald Trump va a trasladarse desde Washington hasta allí para presenciarlo en directo y en persona.
El próximo miércoles, 27 de mayo, a las 22:33 hora peninsular española, la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio, la todopoderosa y famosa NASA, tiene programado el despegue del lanzador Falcon 9 de la compañía SpaceX la primera misión espacial que devuelve a Estados Unidos la capacidad y autonomía para que sus astronautas puedan acceder al espacio.
Ese día, si no surgen inconvenientes técnicos o climáticos, los astronautas de la NASA Doug Hurley y Bob Behnken se sentarán en la capsula Dragon 2 también de SpaceX ‒empresa cuyo propietario es el multimillonario Elon Musk, el creador de los automóviles eléctricos Tesla‒ para despegar rumbo a la Estación Espacial Internacional en el marco de la segunda misión de demostración o Demo-2, tras el éxito de la Demo-1 no tripulada de marzo de 2019.

Douglas Hurley es piloto de pruebas y coronel del Cuerpo de Marines que suma dos vuelos en el transbordador, el último de ellos precisamente en la misión final del Atlantis. Al igual que su compañero de viaje, Bob Behnken es coronel, pero de la Fuerza Aérea, y también ha volado en dos ocasiones en el transbordador y ha efectuado seis paseos espaciales.
Como comandante de la misión, Douglas Hurley es el responsable de tomar las decisiones en las fases de lanzamiento y vuelo hasta la ISS y en el descenso y amerizaje en el Atlántico Norte. Bob Behnken es el jefe de operaciones, con el cometido de asumir las etapas de aproximación y acoplamiento a la estación espacial y la posterior separación cuando haya concluido su estancia a bordo.

Si los vuelos de ida al complejo orbital y el regreso a la Tierra se desarrollan tal y como los ingenieros de la Agencia confían en que ocurra, Donald Trump quedará a muy pocos plazos de cancelar la hipoteca que Estados Unidos mantiene con la Rusia de Vladimir Putin desde hace unos 9 años. Y a la NASA solo le restarán hacer algunos cuantos vuelos adicionales para certificar que la astronave es operativa para viajes espaciales tripulados.
Y es que, desde mediados de 2011, los astronautas norteamericanos no han tenido más remedio que viajar a la Estación Espacial Internacional de la mano de los rusos y a bordo de sus lanzadores y cápsulas Soyuz… previo pago de su importe.
Según documentos oficiales del inspector general de la NASA, la Agencia ha pagado desde 2006 hasta el año en curso un total de 4.900 millones de dólares por un total de 82 plazas a bordo de las astronaves Soyuz. Supone un promedio por asiento de 59,75 millones, con precios que han fluctuado entre los 21,3 en los primeros años hasta alrededor de 90 millones en fechas cercanas.

La nueva capsula Dragon 2 que pretende acabar con el cuasi monopolio ruso tardará alrededor de 20 horas en llegar a las proximidades del complejo orbital. La capsula dispone de un sistema para acoplarse en modo automático a la ISS, pero la primera opción elegida por la NASA es que se lleve a cabo de forma manual, algo que todavía no se ha practicado en órbita. Una vez conseguido, la cápsula servirá como vehículo de emergencia, al igual que la Soyuz que allí permanece atracada.
Los dos nuevos inquilinos norteamericanos se unirán a la tripulación permanente que habita en la ISS, su compatriota Chris Cassidy y los rusos Anatoly Ivanishin e Ivan Vagner. Pero mientras que los recién llegados permanecerán a bordo solo hasta mediados de septiembre si todo va bien, sus compañeros seguirán en el espacio hasta octubre.
De regreso a Tierra y analizados de forma pormenorizada todos los datos e informes de los trayectos de ida y retorno, la NASA aplicará las enseñanzas obtenidas en el siguiente vuelo de calificación. Catalogado US Crew Vehicle 1 o USCV-1, su tripulación estará formada en esta ocasión por cuatro astronautas, uno de ellos japonés, y no partirá al espacio hasta septiembre u octubre del presente año.

Pero aunque ambas misiones se desenvuelvan de forma correcta, la NASA todavía no va a descartar la utilización de las naves rusas Soyuz. La Agencia tiene previsto efectuar dos vuelos más durante 2021 para verificar la total fiabilidad de las capsulas Dragon y su sistema de escape en vuelo, medida clave de seguridad para el caso de que un despegue presente problemas que hagan peligrar la vida de los astronautas a bordo. Así las cosas, no será hasta, al menos, el año 2022 cuando Washington decida prescindir de los cohetes y cápsulas rusas Soyuz de manera definitiva.
Desde el 21 de julio de 2011 en que la lanzadera espacial Atlantis aterrizó en la larga pista de la base aérea de Cabo Cañaveral, Estados Unidos no ha contado con ningún vehículo capaz de llevar a cabo los traslados de ida y vuelta de astronautas a la ISS y depende en exclusiva de Rusia.

El programa de transbordadores espaciales de la NASA quedó sentenciado a muerte después del desastre del Columbia ‒1 de febrero de 2003‒, en el que perdieron la vida los 7 astronautas que viajaban a bordo. Un año después, el 14 de enero de 2004, el presidente George W. Bush anunció la retirada de servicio de las lanzaderas espaciales. Dos años más tarde, autorizó que sus astronautas pudieran utilizar las astronaves tripuladas rusas Soyuz para acceder a la estación espacial rusa Mir.
No fue hasta la presidencia de Barack Obama cuando el administrador Charles Bolden, general de la Fuerza Aérea y ex astronauta, puso en marcha en 2010 el proyecto CCDev (Commercial Crew Development), que después derivó en el CCP (Commercial Crew Program), para impulsar a la iniciativa privada a concebir una nueva nave espacial para viajar a la ISS.

La NASA seleccionó en septiembre de 2014 las astronaves CST-100 Starliner de Boeing y Crew Dragon de SpaceX como las ganadoras del programa CCP y financió con 4.200 y 2.600 millones de dólares, respectivamente, su puesta a punto, dos vuelos de prueba y seis misiones a la ISS. Pero ambos sufren un retraso de varios años.
En el caso de Boeing, el primer vuelo de forma automática y sin tripulación de la CST-100 se realizó el pasado 20 de diciembre. Pero la astronave no encontró el camino cargado en el ordenador de a bordo para llegar a la ISS y la misión fue abortada.
La repetición del vuelo está programada para el otoño del año en curso y la primera misión de demostración con tres astronautas, para 2021. Hay que tener en cuenta que la NASA gasta entre 3.000 y 4.000 millones de dólares cada año para mantener su presencia en la ISS.