Con la bandera ucraniana a la espalda, Olena Shevchuk redescubrió por unos días el gusto por la fiesta en las Jornadas Mundiales de la Juventud de Lisboa. Pero el dolor de la guerra que asola su país no ha abandonado sus pensamientos.
“Es muy difícil para nosotros comprender que aquí la vida es normal”, explica a la AFP esta estudiante de 24 años que, como unos 500 ucranianos, ha venido a participar con el papa Francisco en este gran encuentro católico internacional.
Como los aviones que vuelan bajo en el cielo lisboeta, había “perdido la costumbre” de ver escenas de la vida cotidiana en una capital europea en paz desde la invasión de las tropas rusas en febrero de 2022.
“Aquí hay música por todas partes, los cafés y restaurantes abren por la noche, puedes ir donde quieras”, una realidad que contrasta con el toque de queda impuesto cada noche a las 23.00 en su ciudad del centro de Ucrania, Vinnytsia.
Como ella, sus compañeros -a menudo ataviados con la tradicional camisa bordada- intentan olvidar la guerra durante esta semana de actos festivos, culturales y espirituales. Es un descanso de los cientos de miles de peregrinos de todo el mundo que han inundado las calles de Lisboa, banderas en mano y bolsas a la espalda.
“A pesar de la guerra y de todas las dificultades”, tras un largo viaje y quince horas de bloqueo en la frontera polaca, “ya estamos aquí”, se alegra el padre Roman Demush, vicerresponsable de la pastoral de los jóvenes greco-católicos ucranianos, que representan alrededor del 8% de la población del país.
Los jóvenes a los que acompaña “viven una realidad terrible, con bombardeos diarios (...) Han venido a encontrar un poco de paz”, dice el sacerdote a la salida de la iglesia que les sirve de cuartel general en el barrio de Graça, en una de las colinas de la vieja Lisboa.
“Todo el mundo nos saluda, nos dicen que rezan por nosotros, es muy emocionante”, dice Olena, de ojos azules verdosos y pelo rojo. En su bandera, palabras escritas con rotulador negro: “¡Francia te quiere!”

“Llorando” con el Papa
Un poco más allá, delante de un stand, unos voluntarios ofrecen a los transeúntes unos cascos de realidad virtual que sumergen al espectador en una Ucrania desgarrada por la guerra, escenas de caos en 360° que contrastan con la música y los colores vivos de este animado barrio con vistas al Tajo.
El jueves por la mañana, una quincena de miembros del grupo se reunió con el Papa en privado.
“Escuchó las historias de las familias, de las masacres provocadas por Rusia en nuestro territorio. Lloramos juntos, hablamos, rezamos y al final compartimos simbólicamente pan y agua”, cuenta el padre Demush.
El jesuita argentino había mencionado una iniciativa conjunta entre jóvenes ucranianos y el puñado de rusos presentes en Lisboa. Pero la iniciativa ha quedado desatendida hasta ahora.
¿Y los rusos? “No los vemos, y tanto mejor”, dice el padre Demush, que cree que un encuentro de este tipo causaría “aún más sufrimiento” a los jóvenes.
“No se puede dialogar entre un asesino y una víctima. Por supuesto, los jóvenes no son culpables, pero deben posicionarse contra las políticas de su país”, opina.
“Sería extraño e incómodo”, confirma Olena Syniuha, una joven de 19 años de Lviv, al oeste del país. “Porque el dolor vive en nuestros corazones, no queremos ninguna forma de interacción con ellos, es realmente doloroso ver lo que hacen”.

El grupo está formado en su inmensa mayoría por chicas. Y con razón: la ley prohíbe a los hombres salir del país para hacer el servicio militar una vez alcanzada la mayoría de edad.
“Es realmente muy triste, claro que hay muchos chicos que querían venir (...) pero no pueden”, se lamenta Olena Syniuha. En su muñeca lleva una pulsera donada por peregrinos españoles.
“Sentimos una especie de misión de que tenemos que estar aquí en su nombre. Tenemos que absorber todo el apoyo que hemos recibido y dárselo a ellos”, dice.
La joven promete “volver a Ucrania llena de alegría, esperanza y apoyo para que ellos puedan sentirlo”. “Y quizá en la próxima Jornada Mundial de la Juventud puedan venir con nosotros”.