Cuando Moktar Ould Daddah, primer presidente de Mauritania tras su independencia de los franceses en 1960, decidió el emplazamiento de la capital del nuevo Estado, allí no había nada. Apenas las dos casamatas de un pequeño pueblo pesquero, Ksar, en medio de un desierto. El emplazamiento de la nueva ciudad resumía las aspiraciones de la recién bautizada nación. A medio camino entre la senegalesa Saint Louis, la antigua capital del África del oeste francés, y Nuadibú, la frontera mauritana con Sahara Occidental, el presidente plantó su jaima. En aquel momento no menos del 80 % de la población que se movía por aquel territorio era nómada.

La ciudad de Nuakchot es hoy en día la materialización de ese viaje que, desde la independencia, han hecho los nómadas hasta sedentarizarse y adaptarse a la modernidad, en una de las ciudades más grandes y dinámicas del Sahel.





