Hasta la fecha, Israel ha logrado, en cierta medida, contener la pandemia de coronavirus en su territorio. Comparado con otros territorios de Oriente Próximo o de Europa, los 4.800 casos registrados y solo 18 fallecimientos invitan a pensar que, hasta la fecha, las medidas tomadas por el Gobierno de Benjamin Netanyahu han surtido un cierto efecto. Y eso que, en mitad de la crisis, se celebraron en el país elecciones generales a la Knesset.
El Ejecutivo de Tel Aviv no ha tenido miramientos y ha movilizado importantes recursos del Estado para poner freno a la expansión del patógeno. El mismísimo Mossad, el célebre servicio de inteligencia israelí, se ha involucrado para obtener test rápidos, así como mascarillas y ventiladores. El propio director de la entidad, Yossi Cohen, declaró que el Mossad “iba a la guerra contra el coronavirus”.
La ayuda prestada por la inteligencia, la suspensión de todos los vuelos internacionales o la pronta imposición del distanciamiento social, todo bajo un mando unificado, son medidas que han sido alabadas, por ejemplo, desde Estados Unidos. En una conversación telefónica con el diario Times of Israel, el doctor Martin Zand, del Centro Médico de la Universidad de Rochester (estado de Nueva York), aseguró que el camino emprendido por el Gobierno israelí era el adecuado.
Debe recordarse que el país, además, está considerado como uno de los más innovadores del mundo y, de hecho, sus laboratorios se encuentran entre los qué más recursos están dedicando a desarrollar una vacuna contra el COVID-19. Ya se ha advertido, no obstante, de que se tardará muchos meses, probablemente hasta un año, en conseguir un inyectable.
En todo caso, el doctor Zand destacó también el alto nivel de preparación de las instalaciones hospitalarias. El clima allí contrasta bastante con lo que es el discurso político imperante en la política israelí en los últimos años. La crisis del coronavirus parece haber reforzado notablemente los lazos ya existentes entre médicos de origen judío y de origen árabe. Precisamente, hace unos días se hizo viral una foto de dos trabajadores, uno judío y otro musulmán, rezando al paso de una ambulancia. El primero lo hacía mirando a Jerusalén y el segundo, a La Meca.

“No hay distinción entre nosotros. Trabajamos junto a personal médico árabe en todos sitios y no solamente en tiempos de coronavirus”, explicó a Agence France Presse Rafi Walden, director adjunto emérito del Centro Médico de Sheba, cercano a Tel Aviv. “Sin los médicos árabes, el sistema sanitario de Israel se hundiría”, sentenció.
Walden se muestra muy duro con la actitud del Gobierno de Netanyahu que, a pesar de la crisis actual, no ha concedido demasiada tregua en su cruzada dialéctica contra la población árabe de Israel. “Netanyahu conoce el papel que juegan los árabes en el servicio de salud y en otros sectores, pero continúa propagando el odio hacia ellos y mintiendo sin pudor”, critica el doctor.
Se calcula que, aproximadamente, uno de cada cinco ciudadanos israelíes tiene origen árabe. No obstante, ese porcentaje se incrementa ligeramente, según AFP, cuando se toma solo el sector sanitario. Unos 700 profesionales de este campo, la mitad judíos y la otra mitad árabes, han enviado recientemente una carta al primer ministro para que detenga su ofensiva retórica contra los árabes, al menos mientras dure la pandemia. “Nuestra meta, tanto de árabes como de judíos, es proteger a la humanidad, y llamamos al fin de la incitación al odio. Estamos juntos en las trincheras trabajando para parar la epidemia del coronavirus”, recuerda el doctor Shukri Awawda, uno de los firmantes del documento.

Por el momento, se teme que el impacto del virus se agrave cuando empiece a propagarse en mayor medida en los barrios donde se concentra la población árabe, por lo general más empobrecidos y, en palabras del investigador Mohammad Darawshe del Instituto Shalom Hartman, insuficientemente preparados para cuando llegue la gran ola de contagios.
Además, el diputado de la Knesset por la Lista Conjunta Jaber Asakla alerta de que “se están llevando a cabo menos pruebas [del COVID-19] en las zonas árabes”. Como consecuencia, el número de contagios allí es menor, pero solo en las cifras. La situación real podría ser notablemente peor que la mostrada por los recuentos oficiales.