¿Hasta cuándo podemos esperar?

                                                                                                               Por Teniente Coronel Jesús Díez Alcalde,  Analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos/Estado Mayor de la Defensa

Nuestra seguridad es o debería ser irrenunciable, pues la libertad y el desarrollo solo se pueden construir sobre la paz y la estabilidad. Millones de seres humanos pueden hoy conjugar en presente esta aserción, porque su cotidianidad no está lastrada por peligros inminentes; mientras que, para otros muchos, la simple existencia está condicionada por la sinrazón de la violencia. Así, los ciudadanos de la Unión Europea gozan de unos niveles tales de seguridad –aun con disímiles percepciones sobre las amenazas latentes– que , en ocasiones, pierden la perspectiva sobre los esfuerzos y los recursos humanos, materiales y financieros necesarios para mantener la democracia, el imperio de la ley y el estado de bienestar, que tanto ha costado consolidar.

Y esta sesgada percepción social también parece haber influido en la voluntad y el compromiso de los dirigentes políticos de la Unión, a tenor del lento progreso de la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD), que se instituyó como tal y fortaleció sus estructuras y cometidos en 2009, tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa. Sin embargo, y aunque la seguridad y la defensa siempre han estado en los cimientos de la Unión Europea, es ahora cuando parece recobrar actualidad la reflexión de Robert Schuman en 1950: «la paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan». Sin duda, unos esfuerzos que deben ser todavía más contundentes si es la propia paz europea la que puede estar en riesgo en un entorno mundial cada vez más confuso e impredecible.

Con este trasfondo, en diciembre de 2013, los Jefes de Estado y Gobierno de los países miembros dedicaron el Consejo Europeo, por primera vez desde 2009, a debatir sobre la seguridad de Europa, y en sus conclusiones subrayaron que «la Defensa es importante». Por ello, acordaron que era necesario dar más visibilidad a la PCSD, hacerla más creíble y eficaz, desarrollarla en el marco de la asociación estratégica entre la UE y la OTAN, y dotarla de mejores capacidades civiles y militares para realizar misiones, con rapidez de respuesta, fuera de sus propias fronteras.

Ya entonces, la conflictividad y la inestabilidad en nuestro vecino del Sur, en África, estaba muy presente en los debates del Consejo Europeo. De hecho, y como prueba más tangible del compromiso europeo, en el continente africano se ha volcado el mayor esfuerzo civil y militar de la Unión de los últimos años, aún con importantes limitaciones en cuanto a su entidad y mandato: desde 2008, de las once misiones aprobadas, ocho están presentes en África. En estas ocho misiones –cuatro de carácter civil y cuatro militares–, a la que se une la misión civil en la República Democrática del Congo (2005), despliegan hoy 3.000 europeos. España, con 380 militares en las operaciones de la Unión Europea, es el segundo contribuyente al compromiso con la paz y la seguridad africanas.

A pesar de este reconocible esfuerzo, la inestabilidad imperante en los países del norte de África tras las revueltas sociales de 2011, sin obviar las consecuencias de la cuestionada eficacia de la operación en Libia; la creciente expansión del terrorismo yihadista, que se expande desde el Magreb hasta el Conflicto de África; los conflictos armados en Mali, República Centroafricana o Sudán del Sur, que lejos están de alcanzar acuerdos certeros de paz; o la eclosión del crimen organizado en África Occidental, que sustenta al yihadismo y a la rebeldía violenta, proyectan un preocupante escenario que exige una acción mucho más determinante en el ámbito de la PCSD.

Además, es necesario cooperar en la erradicación de estas amenazas compartidas para que ambos lados del Mediterráneo se beneficien del enorme potencial del continente africano. Entre otros muchos factores positivos, África registra un crecimiento económico cercano al 5%; aglutina la mayor cantidad de recursos energéticos, reservas de agua potable o de tierras cultivables del mundo; y, lo que es más trascendente, su población es extremadamente joven y se duplicará antes de 2050, hasta alcanzar los 2.000 millones de individuos. Pero todos estos fundamentos, que deberían constituirse como la mayor fortaleza del continente africano y la base de las necesarias reformas políticas, económicas y sociales, serán inútiles si los gobiernos africanos, con la todavía indispensable cooperación de la comunidad internacional, no afrontan los desafíos de seguridad que hoy determinan irremediablemente su futuro y, al tiempo, el de la Unión Europea.

Sin embargo, el estallido del conflicto en Ucrania y la anexión de Crimea por parte de Rusia han mermado la atención que África merece. Esta nueva y preocupante crisis en las fronteras inmediatas de la Unión Europea ha complicado mucho más el escenario de conflictividad y, al tiempo, ha cerrado los arcos de inestabilidad que atenazan al Viejo Continente. Pero, a la hora de afrontar la grave situación en el Este, la resolución no debería buscarse en detrimento de los esfuerzos que reclama el Sur: no conviene  minusvalorar que las crisis africanas son de carácter estructural, ni que los instigadores de la violencia –grupos terroristas, milicias rebeldes y redes de crimen organizado– son actores más difusos y no estatales. Parámetros estos que complican extraordinariamente eliminar los riesgos y consolidar la estabilidad, tan necesario y demandado en la ribera sur del Mare Nostrum. Ante este enorme desafío, por solidaridad y por su propia seguridad, la Unión Europea no puede ni debe permanecer impasible.

Desde el pasado mes de noviembre, la nueva Comisión Europea se enfrenta, por un lado, al reto de analizar el entorno geoestratégico actual y las amenazas que en él coexisten –muy distinto al que contemplaba la ya obsoleta Estrategia Europea de Seguridad de 2003–, y también de proponer acciones más concretas en el ámbito de la PCSD, que deberá presentar ante el Consejo Europeo el próximo mes de junio. Por otro, y como señaló la actual Alta Representante Federica Mogherini ante el Parlamento Europeo, debe centrarse el esfuerzo en aquellos escenarios de máxima conflictividad: «Tenemos que trabajar mucho hacia el Sur y con los vecinos del sur de nuestros vecinos del sur, en África, que no sólo es un receptor de ayuda, sino también un aliado político. Tenemos que poner más atención al Este y al Sur. No es una contradicción (…) Necesitamos hacer todo al mismo tiempo, y hacerlo todos juntos, de lo contrario, nunca será efectivo».

Y en una fortalecida Política Común de Seguridad y Defensa, España debe afianzarse como un pilar esencial y un puente firme que impulse la cooperación con el Sur, entre otras muchas razones, por su inmejorable posición geoestratégica o por sus consolidadas relaciones con países como Argelia y Marruecos. España es el único país europeo que comparte fronteras  marítimas y terrestres con África; y esta condición de privilegio ante las oportunidades, pero también de primera barrera frente a los riesgos, debe convertirse en un argumento fundamental para lograr que –como señalaba el embajador Javier Solana en el Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional el pasado diciembre–, en el seno de la Unión Europea, «la seguridad vuelva a ocupar el centro del debate», y también los enormes esfuerzos y energía que esta demanda.

Muchos son los retos que enfrenta la seguridad y la defensa de la Unión Europea, pero es urgente consensuar una renovada visión estratégica, que reconozca sin ambages la repercusión que tiene África en la seguridad, la estabilidad y el desarrollo europeo; y que esta estrategia se sustente en una sólida voluntad política de actuar con mayor predisposición y responsabilidad ante las amenazas palmarias que se propagan por el Sur más inmediato. Por todas estas razones, los 28 países miembros deben convencerse de que la única vía factible para garantizar su propia defensa es proteger los intereses comunes, de forma solidaria y cooperativa, en el marco de una PCSD sólida, creíble y autónoma. Y, para ello, es ineludible que la Unión Europea se presente y actúe ante el mundo como un verdadero actor global y un firme proveedor de paz.

Hoy, las oportunidades y los desafíos sitúan a África en el epicentro de la geopolítica internacional, y los dirigentes políticos de la Unión Europea –con el imprescindible apoyo de la opinión pública– deberían tenerlo muy presente, y actuar con mayor compromiso y determinación. Sólo resta preguntarse hasta cuándo podemos esperar.