Occidente debe perdurar adecuando los principios básicos de su defensa

- Un momento difícil para los asuntos globales
- El dilema del orden basado en reglas
- Un retorno al pasado
Nadie desea un conflicto mundial, pero, en cierto modo, ya podemos estar en la Tercera Guerra Mundial sin ser conscientes de ello. La guerra entre Rusia y Ucrania, el conflicto convencional más grandes que el mundo ha visto desde la Segunda Guerra Mundial, está teniendo efectos globales. Estos efectos han incidido necesariamente en partes del mundo en las que Rusia, China, las potencias europeas y los Estados Unidos tienen intereses, que en realidad es todo el sistema internacional. Ninguno de los conflictos analizados está separado de los demás; al igual que los diferentes teatros de operaciones de la Segunda Guerra Mundial, cada uno tiene un efecto sobre el equilibrio de poder y la amenaza en las otras regiones.
El nebuloso periodo conocido como la Posguerra Fría se ha desarrollado mediante una inestabilidad progresiva, provocando conflictos con intervención de grandes potencias o enfrentamientos entre ellas mediante el empleo de “proxies”. Ante la situación se plantean dos cuestiones básicas referente a las causas: la pérdida de la disuasión y la pérdida de poder e influencia de Occidente, en tan sólo una generación. Se necesitarán estadistas hábiles y maduros para evitar un conflicto aún mayor en 2025, pero en los tiempos que corren existe un alto déficit de estadistas hábiles.
Un momento difícil para los asuntos globales
En los últimos tres años, se ha producido la segunda invasión de Ucrania por Rusia, Hamás atacó Israel, los hutíes amenazan con acciones militares el comercio marítimo en el Índico, Irán lanzó un ataque directo sin precedentes contra Israel, Assad fue expulsado de Siria y la tensión sube en el estrecho de Taiwán. Acto novedoso es la presencia de unidades del Ejército norcoreano en Ucrania.
El mundo que, hasta ahora, nos ha servido de referencia se desmorona y los equilibrios de poder regionales en Europa, Oriente Medio y Asia están dejando de serlo. Si este escenario se contempla desde la perspectiva geoestratégica, puede identificarse una alianza hostil a Estados Unidos y sus aliados en Europa y Asia, en la que China, Rusia, Irán y Corea del Norte forman un nuevo “Eje dictatorial” en el que se apoyan con rapidez y entidad, como se pone de manifiesto por el apoyo económico y el suministro de armas, municiones y unidades militares a Rusia en la guerra de Ucrania. El “Eje” nace con vocación universal, como sus contactos con el Sur Global así lo demuestran.
El dilema del orden basado en reglas
Durante la Guerra Fría, la naturaleza de la situación orientó a los analistas occidentales de seguridad nacional a pensar en términos de polaridades, sistema que se desechó en el periodo posterior a la Guerra Fría, imponiéndose el dogma constructivista que preconizaba que la primacía estadounidense se ejercía mediante el “orden basado en reglas”, estructura de las ortodoxias económicas neoliberales, que actuaban como elemento catalizador de la globalización.
La tentativa del proceso comenzó en la década de los noventa del siglo XX, mediante la integración en el “statu quo” de Moscú por medio del ofrecimiento de un lugar en la mesa. China, a su vez, asumiría su futuro papel de “actor responsable en el sistema internacional”. El “statu quo” ideal, consecuencia de la asumida “victoria” en la Guerra Fría se derrumbó el 11-S. Este acontecimiento sirvió de bostezo previo al despertar de la verdad histórica, que entró en acción mostrando cuál es la realidad de una potencia imperial revanchista: sobre todas las cosas es tener su propio trono. A ello hay que añadir que toda potencia con capacidad social para modernizarse e industrializarse, muta rápida e invariablemente a la actuación geoestratégica asertiva el contexto internacional: China.
Mientras en el nuevo siglo Washington se empeñaba en teatros secundarios para proseguir con el conflicto titulado “Global War On Terrorism” (GWOT), los tendenciales adversarios constituían capacidades militares y se preparaban para despliegues en busca de superioridades geopolíticas en el Atlántico, Pacífico y más allá. Es muy probable que la voluntarista estrategia de Occidente, en lugar de reforzar la disuasión en los teatros clave, sea el vehículo que se emplee para predicar la “multipolaridad emergente”, como si el apaciguamiento de facto pudiera inducir a los revisionistas a cambiar de rumbo.
Un retorno al pasado
Prestigiosos estrategas avisan que vivimos en un contexto de similitudes con la década de los treinta del siglo XX. Hoy nos encontramos en un ambiente geopolítico que recuerda a la década de 1930, donde el equilibrio general de poder se está volviendo cada vez menos estable, enmascarando la disuasión en la tendencia hacia un sistema de múltiples teatros.
Aunque es propio de los historiadores asignar fechas precisas al estallido de las guerras, la realidad es que la Segunda Guerra Mundial no empezó cuando la Alemania nazi y la Unión Soviética invadieron Polonia en 1939. Tuvo un comienzo abrupto y secuencial cuando los precarios equilibrios regionales comenzaron a desmoronarse rápidamente: la invasión japonesa de Manchuria, la Guerra Civil española, el Anschluss de Austria y el desmembramiento de Checoslovaquia.
Hoy, al igual que en el período previo a ese conflicto global, nos encontramos en un mundo que empieza a definirse como de “inestabilidad sistémica prolongada”. Los continuos fracasos disuasorios en las últimas dos décadas de apaciguamiento, empezando por la invasión rusa de Georgia en 2008 después de que Alemania y Francia bloquearan la iniciativa del presidente George W. Bush de invitar a Georgia y a Ucrania a integrarse en la OTAN, hacen más difícil reparar el daño causado.
En la última década, los “líderes” occidentales parecen haber olvidado que el apaciguamiento es lo opuesto a la disuasión cuyo efecto se materializa en la incapacidad de actuación enemiga debido a la firme voluntad de emplear capacidades superiores a las del disuadido. Rusia, desde 2008, en su política exterior ha recurrido al empleo de la capacidad militar: cuando se apoderó de Abjasia y Osetia del Sur en 2008, en 2014 cuando invadió Crimea y la separó de Ucrania, un año después cuando envió sus fuerzas a Siria, y luego en 2022 con la invasión a gran escala de Rusia a Ucrania. En cada ocasión, obtuvo una victoria política, sufriendo solo consecuencias marginales hasta 2022, cuando Estados Unidos y la OTAN reaccionaron, pero sin una estrategia para la victoria y con la gestión de la escalada como modo de acción prioritario.
Si la nueva Administración de Washington abandona el bloque occidental, o los aliados europeos se ponen a diseñar su contribución a ese bloque habilitando un actor plurinacional, la incertidumbre que generaría la situación no permitirá un diseño geoestratégico occidental. Es hora de volver al realismo en la política de seguridad de Occidente, poniendo las consideraciones de poder duro y la geopolítica en primer plano.