Argelia: la decadencia de un actor desestabilizador en la región del Sahel

Lejos de ser un pilar de estabilidad regional como pretende proyectar, Argelia se ha convertido en un elemento perturbador cuyas acciones amenazan la frágil seguridad de toda la región.
Pero lo del dron no es un incidente aislado, sino la culminación de una serie de provocaciones por parte del régimen argelino. Según la versión maliense, el aparato operaba dentro de su propio territorio cuando fue destruido por fuerzas argelinas, impidiendo "la neutralización de un grupo terrorista que planeaba actos contra la AES" (Alianza de Estados del Sahel).
Aunque Argelia afirma que el dron penetró en su espacio aéreo, los datos proporcionados por las autoridades malienses contradicen esta versión, sugiriendo una acción deliberada para obstaculizar las operaciones antiterroristas en la zona.
Esta provocación ha llevado a una escalada diplomática sin precedentes: Mali, Níger y Burkina Faso han retirado a sus embajadores de Argel, mientras que Argelia ha respondido con medidas recíprocas y el cierre de su espacio aéreo a Mali. La reacción desproporcionada de Argelia refleja su verdadera postura: la de un régimen que prefiere la confrontación al diálogo constructivo.
Por otro lado, las tensiones entre Argelia y los países del Sahel, especialmente Mali, no son nuevas, pero han alcanzado niveles alarmantes. El primer paso decisivo en este deterioro fue cuando Mali anunció en enero de 2024 el fin del Acuerdo de Argel de 2015, denunciando lo que percibía como "un aumento de actos hostiles" por parte de Argel. Este acuerdo, supuestamente diseñado para traer estabilidad al norte de Mali, en realidad servía a los intereses argelinos de mantener su influencia en la región.
Desde la tribuna de la ONU, Mali ha acusado abiertamente a Argelia de acoger a terroristas y ha señalado que la situación en Mali tiene su origen en el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, "un movimiento de origen argelino" que evolucionó para convertirse en Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). Estas no son acusaciones infundadas, sino observaciones basadas en la experiencia directa de un país que sufre las consecuencias del doble juego argelino.
Lo que hace particularmente preocupante la política argelina es su aparente disposición a utilizar a grupos armados como peones en su estrategia regional. El ministro de Exteriores maliense, Abdoulaye Diop, fue claro al señalar que el derribo del dron "confirma una vez más la colusión entre el régimen argelino y los grupos terroristas que reciben asilo, protección y apoyo de Argelia".
Esta grave acusación encuentra eco en los análisis de diferentes expertos en seguridad regional, quienes advierten sobre el papel ambiguo de Argelia frente a los grupos armados que operan en sus fronteras. Es la mano invisible de Argelia en los conflictos regionales.
El declive regional argelino es más que palpable. Su aislamiento creciente se debe a su incapacidad para adaptarse a los nuevos desafíos regionales. Mientras países como Marruecos han diversificado sus alianzas y adoptado un enfoque más pragmático, Argelia sigue anclada en paradigmas obsoletos de la Guerra Fría, utilizando la retórica anticolonial para encubrir sus propias ambiciones hegemónicas.
La actitud obstruccionista de Argelia representa uno de los mayores obstáculos para la integración y el desarrollo del Magreb y el Sahel. La Unión del Magreb Árabe, creada en 1989 como una apuesta por la integración regional, ha quedado prácticamente paralizada por las tensiones entre Argelia y Marruecos. El coste de esta "no-integración" se estima en miles de millones de dólares anuales en oportunidades perdidas de comercio e inversión.
Mientras los países del Sahel buscan soluciones innovadoras a sus desafíos de seguridad y desarrollo, Argelia parece más interesada en mantener el statu quo y preservar su influencia menguante. La creación de la Alianza de Estados del Sahel (AES) por parte de Mali, Níger y Burkina Faso puede interpretarse como una respuesta a esta política argelina, una búsqueda de alternativas a la tutela de un vecino cada vez más percibido como parte del problema y no de la solución.
El incidente del dron maliense no es simplemente una crisis diplomática coyuntural, sino el reflejo de una política exterior argelina fundamentalmente defectuosa. Bajo la fachada de defensora de la estabilidad regional, Argelia ha demostrado ser un actor imprevisible cuyas acciones contribuyen a la inseguridad en el Sahel. La comunidad internacional debe reconocer esta realidad y presionar a Argelia para que adopte un enfoque más constructivo en sus relaciones con sus vecinos.
Por otra parte, el apoyo irracional de Argelia al Frente Polisario no solo alimenta tensiones bilaterales con Marruecos, sino que constituye un lastre histórico para el desarrollo del Magreb. Aunque Argel insiste en presentarse como "mediador neutral", su papel real queda expuesto al albergar a la dirección del Polisario en Tinduf, financiar su aparato militar y bloquear sistemáticamente iniciativas diplomáticas que no se alineen con sus intereses.
Esta contradicción flagrante —declararse ajeno al conflicto mientras mantiene bases logísticas para el grupo separatista— ha convertido a Argelia en el principal obstáculo para soluciones pragmáticas, como demuestra su rechazo a la autonomía propuesta por Marruecos, un modelo respaldado por potencias clave como Estados Unidos, Israel y la mayoría de los estados miembros de la UE.
La obstinación argelina por imponer un referéndum de independencia inviable —un planteamiento anacrónico tras 50 años de conflicto— a sabiendas de que este es irrealizable, revela su verdadero objetivo: perpetuar la inestabilidad regional para debilitar a Marruecos. Los campamentos de Tinduf, utilizados como herramienta propagandística, mantienen a miles de saharauis en condiciones precarias en pleno desierto mientras Argel utiliza el conflicto para encubrir sus fracasos internos: una economía dependiente del gas, protestas sociales recurrentes y una élite militar dictatorial envejecida.
Una gerontocracia que necesita enemigos externos para justificar su poder. Hasta que no abandone esta política irresponsable, el Magreb seguirá pagando el precio de su miopía geopolítica, y el doble discurso argelino en este diferendo seguirá siendo un obstáculo insalvable para la anhelada integración magrebí.
El último capítulo de esta crisis viene con la terrible instrumentalización migratoria usada como arma política y violación sistemática de derechos humanos. Las recientes expulsiones masivas de migrantes subsaharianos por parte de Argelia, con más de 4.000 casos registrados solo en abril de 2025, no son simples operaciones de control fronterizo, sino una herramienta de presión política contra los países del Sahel. Esa cifra representa un récord mensual, superando los 3.000/mes de 2024.
🚨 جريمة مكتملة الأركان على حدود الجزائر .. الدولة التي تدعي دعم #إفريقيا… وهي تمارس إبادة ناعمة في حق أبنائها .. ترحيل جماعي صادم .. صحراء الجزائر تتحول إلى مقبرة مفتوحة!
— العيون ♥️👑🇲🇦 (@la3yon_OFFICIEL) April 25, 2025
الجزائر، التي ما فتئت تتغنى بشعارات "الأخوة الإفريقية" و"دعم الشعوب المستضعفة"، تكشف اليوم عن وجهها… https://t.co/04FVL2sNnW pic.twitter.com/6Ko3dGuT4F
El régimen argelino ha convertido el drama humano de la migración en moneda de cambio para castigar a Mali, Níger y Burkina Faso tras su alineamiento en la Alianza de Estados del Sahel (AES). Médicos sin Fronteras relata cómo los migrantes son abandonados en el "Punto Cero", una zona desértica entre Argelia y Níger, obligados a caminar 15 km bajo temperaturas extremas sin agua ni alimentos, lo que ha causado muertes documentadas y lesiones graves.
Casi el 70 % de las personas que recibieron atención médica por dicha ONG afirman que fueron objeto de violencia y de todo tipo de actos denigrantes por parte de los guardias argelinos: heridos graves, supervivientes de violencia sexual y casos de traumatismos graves. Tan solo desde enero a mayo de 2022, MSF documentó la devolución de 14.196 personas migrantes desde Argelia. Estas prácticas, lejos de ser esporádicas, alcanzaron cifras récord en 2024.
El patrón es claro: las operaciones se intensifican tras las tensiones diplomáticas. En abril de 2025, coincidiendo con la crisis del dron derribado y el retiro de embajadores de los países AES, Argelia incrementó abruptamente las deportaciones.
Según diversas fuentes, muchos presentaban "heridas en rostros y brazos atribuidas a la violencia de las fuerzas de seguridad argelinas", corroborando los informes de la Organización Mundial Contra la Tortura, que acusó a Argelia de emplear "tortura, confiscación de documentos y violencia sexual sistemática". Esta estrategia expone la hipocresía de un régimen que, mientras financia milicias en el Sahel, deshumaniza a los migrantes africanos, tratándolos como peones desechables en su juego geopolítico.
La comunidad internacional ha guardado un silencio cómplice, pese a que estas acciones contradicen abiertamente el Derecho Internacional Humanitario. Las expulsiones masivas no son solo una crisis humanitaria, son el síntoma de un régimen que, ante su pérdida de influencia y aislamiento regional, recurre a tácticas brutales para reafirmar una autoridad que se desvanece en el Sahel.
A modo de apéndice, y relacionado con lo anteriormente expuesto, no debemos dejar en el tintero la doble vara de medir española en relación al eje Argelia-Marruecos. La narrativa mediática y política nacional sobre la gestión migratoria revela un doble rasero estructural.

Mientras Marruecos es sistemáticamente señalado por "instrumentalizar" los flujos migratorios –con amplia cobertura de crisis como la de Ceuta en 2021 o las pateras a Canarias–, Argelia ejecuta dichas prácticas con opacidad y sin escrutinio público. Así, el régimen argelino explota la desatención mediática en el Sahel central para ejecutar su estrategia. Sus acciones –como las más de 30.000 expulsiones en 2024– carecen del impacto visual de las pateras, aunque generen crisis humanitarias igualmente graves.
En España, la crítica migratoria se centra en Marruecos. Bajo la premisa de que incide en nuestras fronteras, se amplifica cualquier incidente en Ceuta, Melilla o Canarias. Por contra, se guarda silencio cómplice y se mira hacia otro lado ante las prácticas brutales de Argelia en materia migratoria. El contraste es obsceno: Rabat colabora en controles fronterizos y repatriaciones, mientras Argelia expulsa a miles de africanos al desierto (como antes decíamos, 4.000 solo en abril de 2025) y financia redes de tráfico humano hacia costas españolas, con un aumento exponencial de llegada de pateras desde Argelia al sureste peninsular y Baleares cercano al 150-170% entre 2023 y 2024. En ese caso ¿no se verían aquí también afectadas nuestras fronteras? Por tanto, el argumento anti marroquí quedaría invalidado, y ese doble rasero —o más bien doble moral— en la que Argelia sale mejor parada se vería reforzado.
Marruecos, pese a sus desafíos, mantiene mecanismos de cooperación reales. Argelia, en cambio, usa a los migrantes como arma política mientras Europa financia su régimen con contratos millonarios. Esta asimetría no es inocente: responde a que criticar a Marruecos "vende" en nuestro país y se utiliza como arma arrojadiza política y mediática (conflicto saharaui, Ceuta/Melilla, etc.).
El resultado es una visión española en materia migratoria esquizofrénica: condena al socio que colabora (Marruecos) y absuelve al que siembra el caos (Argelia). Una extraña complicidad fomentada desde ciertos sectores que no nos deja en buen lugar.