
Ahora que nos acercamos al final del verano, no quería dejar de recordar lo que hasta antes de la pandemia ocurría anualmente, y que lamentablemente hemos vuelto a recuperar en este 2022. Me refiero a la utilización política de menores de edad, en este caso saharauis, bajo el pretexto de su participación en el programa ‘Vacaciones en Paz’.
Un programa cuyo objetivo principal, a priori, debería ser sacar durante un tiempo a los menores saharauis durante el verano de las extremas condiciones del desierto, donde se alcanzan temperaturas casi impensables, darles atención médica o proporcionarles una alimentación equilibrada que les de energía suficiente. Pero que, por el contrario, debido al componente ideológico y/o militante de los adultos que lo organizan, algunas familias de acogida y los políticos que los reciben acaban tornándose en otra cosa mucho más perversa.
Además, esto viene sucediéndose durante estas fechas, ya que debido a cuestiones burocráticas este año la estancia de los niños ha sido más corta y estas situaciones se están repitiendo durante estos últimos días. Poniendo un ejemplo, tenemos el caso de la recepción de los menores hace un par de semanas por parte del vicepresidente del Gobierno de Canarias, Román Rodríguez, miembro Nueva Canarias, ese fantasmagórico partido ahora perteneciente a la nave del misterio.
A la vista de las fotos de dicha recepción, vemos por un lado a reconocidos políticos, junto a diversos responsables del programa, dando la bienvenida a los menores en la sede del Gobierno de Canarias, donde Román Rodríguez declaraba “renovado el apoyo permanente de su Gobierno al pueblo saharaui y su justa causa”, o que "en Canarias decimos que estamos del lado del pueblo saharaui en su lucha por su derecho a la libertad y la autodeterminación”. Por otro lado, vemos a niños y niñas (algunos muy pequeños) con la mirada perdida, despistados, haciéndose muecas de complicidad con ganas de que aquel esperpento acabe, tratando de jugar, o simplemente mientras son utilizados por los adultos, preguntándose qué demonios hacen ahí. Esto se ha repetido, cómo no, en el Cabildo de Gran Canaria, también conocido como sede oficiosa del Polisario en las Islas. Sin olvidar la despedida en la sede del Parlamento canario tan solo hace unas horas.
Hay decenas de ejemplos. Por poner algún otro, en 2014 los niños que llegaron a Zaragoza fueron recibidos en el Ayuntamiento por el alcalde y otros políticos de relevancia, con las consiguientes fotos junto a los niños con diferentes distintivos para difusión y aprovechamiento político. Igualmente, ese mismo año en Sevilla se celebró la anual ‘Marcha por la Paz’ que “casualmente” se hacía coincidir con la llegada de los niños y niñas que participan en el programa, teniendo ese año como lema "Andalucía exige a Marruecos la libertad para todos los presos políticos saharauis". Un lema con una evidente carga política, pero con los niños en vanguardia de la marcha parapetados en las respectivas pancartas propagandísticas. Asimismo, en Canarias, País Vasco o Asturias en aquellas mismas fechas, se celebraban concentraciones, también con los menores por bandera y con el aludido despliegue fotográfico y mediático.
Sin duda, resulta llamativa a la par que deleznable, la utilización en esos tediosos e interminables actos de niños con carencias de todo tipo, con objeto de explotar los sentimientos filántropos y la generosidad de las personas que los reciben y de los que contemplan estas escenas. Unas escenas que se repiten año tras año desde los inicios del programa, en todos los puntos de la geografía española, donde los niños son recibidos con las consiguientes directrices a ese respecto marcadas por el Polisario y los gestores del programa en España.
Resulta pertinente rescatar las declaraciones en una conocida red social de Antonia Pons, una importante activista en favor del Polisario y colaboradora del movimiento que gestiona el programa en España, cuando decía que “lo más importante: hay que explicar de dónde vienen y por qué. Hay que dejar claro que no es un programa meramente humanitario, sino un proyecto político y que, como padres acogedores, deberán asumir el compromiso de participar en todos los actos institucionales que estén programados. Que apoyar a un niño saharaui, la acogida en sí, no es solo hacia un niño con nombre y apellidos sino un apoyo a una causa […]”. Otro ejemplo lo encontramos en el libro “Tres Miradas” (2018, 65-66) de Esperanza Jaén, otra conocida activista, donde reivindicaba esta forma de actuación al afirmar que “por todos los niños de Vacaciones en Paz, nuestra acogida tiene que ser militante. Si nuestras acogidas no participan en su causa, estamos contribuyendo a que se les olvide, a que se los siga ignorando”.
Hasta qué punto es lícito recurrir a este tipo de técnicas de persuasión orientadas a la victimización y la emoción, a través de quienes aún no poseen siquiera capacidad para racionalizar o cuestionar aquello que publicitan, es lo que se debe discutir en este punto. No se trata de afirmar que los pequeños estén incapacitados para comprender su mundo y pensar sobre lo que están haciendo, pero en buena medida lo realizan a través de la perspectiva vital de los adultos. El problema ético, tal vez de falta de respeto a sus derechos más elementales, se observa cuando esos adultos lo hacen con fines políticos utilizando a un segmento de la población que, por edad y por ley, no puede participar en procesos de esa índole.
Así, en principio no es tanto el mensaje que se nos pretende transmitir a través de ellos (que también), sino que el objetivo es acceder a nuestro subconsciente, a la parte más afectiva y menos racional, haciéndonos reaccionar ante ello de forma más emocional. Por tanto, asegurar la eficacia de un mensaje propagandístico gracias a esa manera de utilizar a los niños de un pretendido programa humanitario, para que luego se torne en más cosas, sería cuanto menos ética y moralmente censurable.
Es en la propia página de Vacaciones en Paz de CEAS-Sáhara donde se visualiza esa mezcla de lo político con lo humanitario, y del mundo de los niños con el de los adultos, donde se afirma en sus objetivos que el programa “consiste en la acogida de niñas/os, entre 8 y 12 años aproximadamente por familias españolas en cada comunidad autónoma, durante dos meses en verano, lo que nos permite dar mayor visibilidad a la causa saharaui […]. El objetivo general de Vacaciones en Paz es transmitir a la ciudadanía y a los poderes públicos la urgencia de resolver de forma justa y definitiva la situación que atraviesa el Sáhara Occidental, posibilitando al pueblo saharaui el ejercicio de su legítimo derecho a la autodeterminación y con ello el regreso a su país”.
De hecho, un dirigente del Polisario afirmaba al respecto que “nosotros al tema de los niños le damos un valor político muy importante, y sabemos que hay gente que piensa que eso es utilizar a los niños, pero yo prefiero que esté el niño aquí que su padre dando un mitin por ahí. Creo que cada cual tiene que utilizar sus armas […]” (Aguilar y Gracia, 2002: 180).
Esta situación a día de hoy está absolutamente normalizada y se realiza sin ningún tipo de cuestionamiento externo debido a la militancia hacia la causa por parte de los actores implicados en todo el proceso del que consta el programa, pero también por la ausencia de interés y, por consiguiente, de conocimiento de esta situación por buena parte de la opinión pública, en general menos conocedora del trasfondo político del asunto, y cuyas simpatías hacia los pequeños cuando se les cuestiona por el tema inhibe inconscientemente cualquier otro tipo de análisis más cerebral. Lo que resulta imperdonable es que nuestros políticos locales y autonómicos caigan cada año en el mismo error. Es lo de siempre, la foto. Salvando las distancias recuerda algo a esos turistas pudientes que cada año viajan a lugares donde apremian las necesidades más básicas, para cazar algún selfie con niños y subirlo a las redes. Un acto de ‘romantización’ de la pobreza, pero vulnerando los derechos de los menores.
También consigue su foto el Polisario y sus amigos en España. Difusión masiva a costa de los niños. Todos ganan, todos menos los explotados pequeños. El verano que viene, el próximo capítulo.