La apuesta arriesgada de Macron

En una época, donde el mundo está cada vez más interconectado, cuando los desafíos son transnacionales y la vulnerabilidad del Estado es inevitable, el ciudadano francés parece inclinarse por una visión nacionalista, soberanista, rechazando la inmigración, y alejándose del espíritu europeísta encarnado en la Unión Europea. Todas estas ideas son propias de una extrema derecha francesa que, aunque demagógica, ha sabido seducir a gran parte del electorado francés.
La rápida convocatoria de las elecciones legislativas previstas para el 30 de junio de 2024 en una primera vuelta, y previsiblemente una segunda para el 7 de julio son “per se” históricas. No solo se trata de la elección de los 577 diputados de la Asamblea y, por consiguiente, de la figura del primer ministro, sino de la posible fragilidad del Estado francés en su propio territorio, así como a nivel europeo e internacional. La posible cohabitación, es decir, un jefe de Estado de un partido y un primer ministro de otro es una fórmula que en su momento se planteó el general Charles de Gaulle, siendo posible esa forma inédita de gobernanza institucional. Bajo la V República, Francia ha experimentado tres cohabitaciones, Mitterand-Chirac (1986-1988), Mitterrand- Balladur (1993-1995) y Chirac-Jospin (1997-2002).
Cabría entonces cuestionarse ¿por qué la posible cohabitación en 2024 se anuncia tan alarmante, si Francia ya ha experimentado la cohabitación en el pasado? En realidad, las diferencias políticas entre la derecha e izquierda en Francia durante los años 1980 y 1990 son más bien de matices, nunca tan opuestas. Todo apunta a que una posible cohabitación constituida por el jefe de Estado Emmanuel Macron (centro) y Jordan Bardella (extrema derecha) provocaría una insólita alarma nacional y europea. El joven Jordan Bardella se perfila como posible primer ministro a sus 28 años, hijo de inmigrantes italianos, educado en la periferia parisina, alumno destacado en su adolescencia, aunque no llegaría a terminar sus estudios universitarios de geografía en la Sorbona, se ha convertido en la figura favorita de la juventud francesa. Un personaje que se contrapone al actual primer ministro Gabriel Attal de 35 años, candidato de centro, brillante alumno en la prestigiosa Sciences Po encarnando la élite que el pueblo visiblemente rechaza hoy. Dos figuras que rivalizan con la coalición de izquierdas, conformada en toda urgencia bajo el nombre de Nouveau Front Populaire (Nuevo Frente Popular) agrupando a ecologistas, socialistas, comunistas, así como la llamada Francia Insumisa. Aunque no está claro aún la figura que podría llegar a ser el primer ministro, el polémico político Jean-Luc Mélenchon parece ser el posible elegido.
Pero ¿qué le pasa a Francia? ¿Por qué la extrema derecha está “in crescendo”? Notable es el descontento del pueblo francés con el actual Gobierno. La extrema derecha es cada vez más visible, pasando de tener 8 diputados en las elecciones nacionales de 2017, a 88 en aquellas de 2022, creciendo exponencialmente en las elecciones europeas del pasado 9 de junio, siendo la fuerza política más votada en territorio francés (31,37%) obteniendo 30 eurodiputados de los 59 que han conformado esa agrupación (Identidad y Democracia) en el seno del Parlamento Europeo. No es la primera vez que la extrema derecha gana las elecciones europeas, pero si es la primera vez que lo hace con tal rotundidad. Paradójicamente, el país fundador de la Unión Europea ha colocado más eurodiputados inconformes con el proyecto europeo como nunca en su historia e incluso ha duplicado a los centristas europeístas del partido de Emmanuel Macron (14,60%).
La sociedad francesa adolece de una pérdida de poder adquisitivo latente, ésta es una de sus principales preocupaciones, además de los altos índices de inseguridad y la inmigración masiva que no ha logrado controlarse del todo. El ciudadano francés no logra comprender cómo puede atravesar una transición ecológica cuando su poder adquisitivo se ve cada vez más mermado debido a la inflación desencadenada con la subida de los precios de la energía a partir de 2022. Fecha en que la guerra entre Rusia y Ucrania estalló, desestabilizando al continente y orillando a buscar alternativas energéticas más costosas y con repercusión inevitable en el bolsillo del ciudadano. Pese a que el Gobierno de Macron ha logrado reducir el desempleo, pasando del 10 al 7,5%, lo cierto es que la economía francesa está estancada, con un déficit de -5,5% del PIB y con una deuda del 110,6% de su PIB en 2023, teniendo un déficit y deuda que supera al de España o Alemania. Un panorama desolador, que tanto las ideologías extremas a derecha e izquierda han aprovechado para presentar nuevas alternativas de gestión, poco creíbles.
A título de ejemplo, “devolver” el poder adquisitivo al ciudadano francés se ha convertido en un estandarte para cada partido político. Jordan Bardella esgrime como solución la reducción drástica del IVA a todo el ámbito de la energía, pasando del 20 al 5% para, así, “sistemáticamente” devolver el poder adquisitivo al ciudadano. Los recursos perdidos por esa bajada del IVA, los obtendrá, entre otras vías, a través de la reducción de la contribución de Francia al presupuesto de la Unión Europea. Por otro lado, el Nuevo Frente Popular (izquierdas) argumenta que aumentaría el salario mínimo neto a 1.600 euros (hoy es de 1.400). Medida que el actual primer ministro juzga como controversial, señalando que muchos empresarios optarían por despedir a empleados, ya que los costes aumentarían notablemente y no podrían asumirlos. Por el contrario, Gabriel Attal señala que devolver el poder adquisitivo podría ser a través de la llamada “Prime Macron” que pasará de los 3.000 euros a los 10.000 anuales. Esta bonificación consistiría en que los empresarios podrían aumentar excepcionalmente esa cantidad anual a sus asalariados, siendo la empresa exonerada de cargos e impuestos. Esta prima podría ser recibida mensualmente. Tres medidas que dibujan tres visiones muy distintas de cómo dinamizar la economía de los franceses.
Sin lugar a duda, muchas de las medidas propuestas por los extremos, a derecha e izquierda son incongruentes. La transición ecológica no es menos importante, y su gestión por tanto clave para el futuro del país, del continente y del planeta. La UE ha señalado que para 2035, no deberían venderse más coches nuevos térmicos, todos deberían ser eléctricos. Por lo tanto, la necesidad de aumentar la producción eléctrica es mayúscula, por lo que el Gobierno de Macron decidió la construcción de 14 reactores nucleares que serán operativos a partir de 2035. Una medida visionaria que pretende reducir cada vez más las emisiones de CO2, buscando así que la energía eólica y nuclear puedan abastecer en gran medida la futura demanda energética. Algo que no comparte el candidato de extrema derecha, señalando que la energía eólica debería detenerse, porque su energía no se puede almacenar. Además de que no responde cómo suplirá esa energía, si surge así un desequilibrio entre demanda y producción, señalando asimismo que no está de acuerdo con las exigencias de la UE en cuanto a los coches eléctricos. Por su parte, el grupo de izquierdas no logra proponer una idea uniforme, algunos de sus miembros se oponen a la energía nuclear.
Francia no es una entidad estatal que gravite sola en la escena internacional, muchas de sus decisiones y gestiones podrían desencadenar delicadas consecuencias para todos. Una posible cohabitación institucional con la extrema derecha podría reducir la contribución financiera de Francia a la UE, e incluso podría “estancar” algunos apoyos de Francia al Gobierno de Ucrania, ya que la Constitución francesa señala en su Art. 20 que es el Gobierno el que dispone de la fuerza armada. Además, respecto al clima, su gestión se vería ralentizada y en contraposición con las políticas de la UE.
Francia hoy es claro ejemplo de la vulnerabilidad en la era de la globalización, las consecuencias de una guerra inesperada tangibles en la economía doméstica, o los masivos flujos de inmigrantes huyendo de guerras, desafíos climáticos y pobreza son de difícil gestión económica y social. El proyecto europeo ha sido de gran ayuda ante grandes adversidades como la pandemia o la gestión energética, donde la colaboración entre los 27 Estados miembros ha sido crucial. Un proyecto que está hoy en manos de los electores franceses quienes darán su última palabra el próximo 7 de julio, cuando finalmente decidan qué ideología debe obtener la mayoría absoluta (289 diputados) o bien una relativa, mostrando al mundo, qué quiere realmente el pueblo francés y europeo.