El conflicto de Gaza afecta al mundo

Cabría pensar que la eterna pelea entre israelíes y palestinos es algo nuevo (salvo que recuerden a David y Goliat) y algo confinado a los estrechos límites geográficos de la vieja Palestina, pero nada hay más lejos de la realidad porque sus consecuencias reverberan en el resto del mundo.
Para comenzar, el conflicto de Gaza impacta en la guerra de Ucrania al menos de dos formas: en primer lugar, porque la saca de la primera página de los periódicos y de la apertura de los telediarios para remitirla a una tercera fila inimaginable antes del 7 de octubre, y en segundo lugar porque con esta pérdida de atención se debilita -se quiera o no- el compromiso con su causa, que también pasa a segundo plano. El resultado es menos ayuda en armas y en dinero en un clima de creciente “fatiga bélica” por parte de Occidente, mientras que el actual estancamiento de la guerra hará crecer las llamadas a una solución negociada que ponga fin a los combates. El problema es que eso premia al agresor, cuyas tropas todavía ocupan un 23% de territorio de Ucrania.
A Rusia y China les beneficia el conflicto en Gaza porque mantiene la atención del mundo -y en particular de EEUU- concentrada en Oriente Medio y eso les permite seguir con sus agendas sin mayores interferencias: Rusia ve más cerca la posibilidad de llevarse el gato al agua en Ucrania, mientras que China prosigue su expansionismo por el mar de Sur de China puntuado por conflictos con ribereños como Filipinas y Vietnam, por no hablar de Taiwán. Estos países y otros de la región, desde Japón a Australia, ven con aprensión cómo la diplomacia americana, centrada en Oriente Medio, no les presta la atención que demandan en el ámbito de la seguridad. También dentro de Washington hay críticas por dejar en segundo plano a China, que todos consideran el verdadero peligro para los intereses estadounidenses. De ahí el encuentro entre Biden y Xi en California hace unos días.
El conflicto tiene otra derivada negativa que se refiere a la libertad de expresión, que se ve preocupantemente comprometida: hay que tener mucho cuidado con lo que se dice y se escribe porque el maniqueísmo se impone y a las primeras de cambio te tachan de antisemita o de no defender debidamente los derechos humanos. Y si no que les pregunten al secretario general de la ONU, António Guterres, o al mismo Pedro Sánchez. La “cultura de la cancelación” gana terreno, sobre todo en Estados Unidos, donde ya se utiliza como arma arrojadiza y eso es malo.
Por otra parte, la respuesta occidental ante el conflicto de Gaza nos aleja de esa mayoría de la población mundial que se engloba en lo que se ha dado en llamar el Sur Global, más de un centenar de países que acusan a Occidente de hipocresía y doble rasero al constatar que reaccionamos de manera muy diferente (no todos, pero muchos) ante la invasión rusa de Ucrania y la israelí de Gaza y las matanzas de civiles en todos esos frentes. Ahí tenemos un serio problema que daña nuestra imagen en el mundo.
Por ahora no parece probable -aunque siga siendo una posibilidad- que el conflicto de Gaza se convierta en una guerra mayor porque no la desea ninguno de los actores involucrados en la geopolítica regional: Israel, Irán, Turquía, Rusia, Qatar, Arabia Saudí o Estados Unidos. Si se extendiera -y un error es siempre posible- sus consecuencias serían impredecibles en términos humanos (muertos, refugiados), bélicos, económicos (globalización, inflación, precio del petróleo), o de seguridad (terrorismo) etc porque ya se sabe que no hay situación mala que no pueda empeorar.
De momento lo que ya allí ocurre frustra los esfuerzos americanos para normalizar relaciones entre Israel y el mundo árabe y para abrir un corredor por Oriente Medio entre India y Europa que compita con la Ruta de la Seda china, mientras mantiene al Estado hebreo aislado en su entorno geográfico. El problema palestino, olvidado intencionadamente por Israel durante años, ha recuperado su papel central recordando al mundo a un precio altísimo que no habrá paz ni seguridad para nadie sin justicia para los palestinos. Y mientras Arabia Saudita, Turquía e Irán procuran reconfigurar los equilibrios estratégicos de la región en beneficio propio, cuando las cosas se calmen habrá que decidir qué hacer con Gaza, algo que Netanyahu parece comenzar a tener claro, y también con la relación israelo-palestina y quizás entonces gane terreno la iniciativa española para una Conferencia Internacional que trate -sin muchas esperanzas- de encontrar soluciones para estos peliagudos asuntos que no por casualidad llevan tantos años sin resolverse.
Jorge Dezcallar, embajador de España