Palos en las ruedas

Es lo que trata de hacer Israel para dificultar que Estados Unidos regrese al pacto nuclear con Irán. Después de cuatro años de idilio entre Donald Trump y Bibi Netanyahu, todo parece indicar que, al menos aparentemente, los intereses de Estados Unidos e Israel se están distanciando con Joe Biden... aunque sin exagerar. Es lo que muestra el reciente ataque que Israel no desmiente a la central nuclear de Natanz, en el que Washington afirma no haber tenido nada que ver, y que pretende complicar las negociaciones en curso para que tanto Irán como Estados Unidos regresen a sus obligaciones bajo el PIAC (Plan Integral de Acción Conjunta) firmado por la comunidad internacional para impedir -o al menos retrasar- la eventual nuclearización de la República Islámica.
Israel nunca ha ocultado su oposición a este acuerdo que Donald Trump denunció unilateralmente en 2017 para poner en su lugar una política de “presión máxima” con duras sanciones que han asfixiado la economía iraní al impedirle vender petróleo y aislarla de los mercados financieros internacionales hasta reducir de forma significativa el nivel de vida de sus ciudadanos. Pero que no ha conseguido doblegarlos o hacer la región más segura pues Irán ha continuado con su política de misiles y con sus interferencias en Siria, Irak o Yemen, además de incumplir sus obligaciones contractuales y enriquecer uranio por encima de los topes permitidos. Y ahora, tras este ataque, Irán ha comunicado a la Agencia onusiana de la Energía Atómica que va a enriquecerlo hasta el 60%, lo que le viola el PIAC y le acerca más a la temida bomba que desataría una carrera de armamentos en todo Oriente Medio, que es algo que Israel no puede permitir porque pondría en peligro su propia supervivencia como país a la vista de la persistente retórica iraní en contra de la que llaman despectivamente “entidad sionista”. Netanyahu acaba de recordar estos días, tras el ataque a Natanz, que “en Oriente Medio no hay amenaza más seria, más peligrosa, más urgente que la que supone el régimen fanático de Irán”. Y eso lo dijo delante del secretario de Defensa norteamericano que se limitó a reafirmar “el compromiso norteamericano con Israel y los israelíes”.
Israel e Irán no están en guerra abierta pero las escaramuzas y los “incidentes” entre uno y otro país son constantes. Israel robó en 2018 media tonelada de documentos que demostrarían que Irán mantiene un programa nuclear encubierto, ha dañado la central nuclear de Natanz el año pasado y otra vez estos días (todavía no está claro si con ciberataques o con cómplices sobre el terreno), y ha asesinado a los principales científicos nucleares de Irán, el último Mohsen Fakhrizadeh el pasado noviembre. El mismo puerto de Bandar Abbas recibió un ciberataque que lo mantuvo inoperativo unas semanas. También son constantes los bombardeos de instalaciones militares iraníes en Siria e Irán, y este mismo mes explosiones de origen desconocido han afectado al buque Saviz que está anclado en el mar Rojo como puesto permanente de observación y de recolección de información. No menos de una docena de barcos iraníes con petróleo y armas destinados a Siria han sido atacados por Israel en los últimos dieciocho meses. La respuesta iraní es menor por falta de capacidad, aunque este mismo año un par de barcos israelíes también han sido afectados por extrañas explosiones, y el año pasado se produjo un ataque cibernético contra el sistema de distribución de agua de Israel. Hasta ahora se observa una cierta contención por ambas partes, aunque nada impide que la intensidad del enfrentamiento aumente en cualquier momento.
El reciente ataque israelí sobre la central nuclear de Natanz afecta a las conversaciones que tienen lugar en Viena para revivir el PIAC. Lo que no está claro es cómo. Por una parte, Irán no ha respondido (por ahora) a la provocación israelí y se ha limitado a calificarla de “estúpido acto de terrorismo”, lo que indica su deseo que no hacer nada que impida el regreso norteamericano al acuerdo y el consiguiente levantamiento de las sanciones. Pero por otra parte quita presión a los negociadores americanos al darles más tiempo y retrasa la posibilidad de que Irán se haga con la bomba nuclear. Todo esto es positivo. Pero también convierte a Irán en víctima y dificulta que Rusia o China le presionen para cumplir con las previsiones del Acuerdo y también tiene un lado negativo al ahondar en las diferencias que existen entre Republicanos y Demócratas en los Estados Unidos sobre cómo enfrentar el problema iraní, al tiempo que refuerza a los radicales en Teherán con vistas a las elecciones presidenciales que Irán celebrará en junio porque alimenta la sensación de injusticia entre la población e incrementa su apoyo a la nuclearización. Y porque, finalmente, pase ahora lo que pase, los radicales iraníes ganan siempre: si hay acuerdo porque no han cedido a la “máxima presión” trumpiana y si no lo hay porque ya dijeron siempre que los americanos no eran de fiar y que este ataque israelí y la falta de condena por parte de los EEUU muestran que la política norteamericana en Oriente Medio está mediatizada por Teo Aviv. Sin descartar que la falta de acuerdo les permita aumentar el enriquecimiento de uranio, como ya están haciendo, y eso le acerque al umbral nuclear que ya ha cruzado Corea del Norte.
En todo caso, las negociaciones que los europeos auspician en Viena son muy complicadas. En realidad se trata de contactos indirectos entre iraníes y norteamericanos y son muchos los asuntos que están sobre la mesa porque Washington desea construir un acuerdo “más fuerte y más largo”, con entendimientos adicionales que cierren algunos de los agujeros observados en el PIAC y que extiendan en el tiempo sus llamadas “sunset clauses”, que permitan inspecciones constantes, que restrinjan la política iraní de fabricación de misiles que cada vez tienen mayor alcance, que pongan freno a las injerencias de Irán en países vecinos, y que limiten aún más la investigación y el desarrollo de tecnologías nucleares por parte de Teherán. Porque Washington sabe que si Irán se hace con la bomba su régimen será intocable como el de Pyongyang. E Irán también lo sabe. Por eso son objetivos muy difíciles de conseguir y más aún con el ambiente de nula cooperación bipartisana en los EEUU y en vísperas de elecciones en Irán. Ninguno de los dos quiere dar el primer paso o proyectar la imagen de que cede ante el rival.
Por el momento y a pesar de todo las conversaciones continúan y según fuentes chinas e iraníes lo hacen en un ambiente positivo, lo que es bueno porque si al final no hubiera acuerdo, como Israel no oculta que desea, la única manera de impedir que Teherán se dote del arma nuclear sería la guerra. Y ese conflicto no sería local.
Jorge Dezcallar, Embajador de España