Polarización: síntoma visceral de la anti-política

La polarización echa raíces en el populismo, en la réplica del político planteando soluciones fáciles a escenarios complejos. Es congénita al contexto en crisis, acentuada por la era tecnológica en la que vivimos y, guiada por la sobre información a la que estamos expuestos.
Ambos, populismo y polarización, emergen del triángulo social del hartazgo; la pérdida de confianza en las instituciones, en lo público, en lo político. Y ambos, sufren el deshonesto, el grave y creciente problema de nuestra sociedad. Diferenciar la mentira de la verdad se convierte en una falacia, la llamada posverdad.
Nos hemos acostumbrado o más bien mal acostumbrado a votar, qué remedio nos queda.
Es más fácil tirar de la manta que escurrir el bulto, ahora, a golpe de moción de censura. Se ha convertido en instrumento para aquellos que no siguen las reglas del juego, como en el patio de un colegio. Porque gobernar, consensuar y hacer política se ha vuelto inverosímil en un panorama que más que político parece una comedia teatral, en el que se aplaude todo, y, en mitad de la peor crisis sanitaria (hasta ahora) de este siglo.
Claro está, no toda la culpa es de la clase política que nos gobierna, porque para que la polarización surja efecto requiere de varios actores: políticos, medios de comunicación y ciudadanos. Los medios de comunicación encuentran en la polarización un vivaz discurso con alto grado de consumismo, el ciudadano encuentra un rincón de pertenencia, ya sea a la izquierda o a la derecha, por último, en los políticos la polarización encuentra su razón de ser. Un vehículo, la búsqueda del enemigo y un discurso, polarización en marcha.
¿Quién necesita más al enemigo, el ciudadano o el político?
Para proteger las fronteras, sobre todo, del norte, a los romanos no les quedó otra opción que contratar a los bárbaros, en esa forma las primeras oleadas de estos entraron pacíficamente en el Imperio. Quizá así lo entiendan mejor; para confrontar las ‘fake news’ un político abandera un medio de “comunicación”, de esa manera lo bárbaro entra pacíficamente en nuestro sistema de información.
Se habla de polarización afectiva como “la acción que por sentimiento de afinidad los votantes nos acercamos o alejamos a nuestros líderes”. En mi ignorancia creo que: hemos banalizado el odio, tanto como la búsqueda de la verdad. Lo político lo sabe, la polarización no nace, se hace.
La pérdida de confianza en lo político ya es una realidad sostenida por ella misma, la pérdida. La construcción del enemigo ha modificado nuestros intereses, los del ciudadano. Tanto que este mismo parte de la renuncia a la verdad, a la búsqueda de la verdad.
¿Y nuestra función social?
La de los medios digo. El prestigioso informe Edelman Trust Barometer 2021, la gran consultora de comunicación, sitúa a España al mismo nivel que Colombia o Sudáfrica, en las posiciones más bajas respecto a la confianza en los medios, sin embargo, no es un caso particular de nuestro país, es una visión generalizada del mundo. Tal es así que más de la mayoría de los encuestados, un 59 % repartidos entre 28 países opina que: “los periodistas están intentado a propósito engañar a la gente diciendo cosas que saben que son falsas”. El mismo porcentaje sostiene: “la mayoría de las empresas de medios están más preocupadas por apoyar una ideología o posición política que de informar al público”. Leído así suena pesimista y aterrador, lo es.
Desde el punto de los medios de comunicación (no todos, por suerte) se encuentra la capacidad de desviar la atención y, lo peor, las herramientas para desplazarla. ¿Se siente abrumado el ciudadano ante tal sobrepeso de información? No lo creo. La polarización clava rodilla en la actitud del ciudadano no en la del político, el político es pasajero la actitud ardua en el tiempo.
España, no es país para el centro, al menos, no de momento.
En nuestro país (no es caso particular) convivimos los que no olvidan, los resucitados, los vencedores, los perdedores, los que nunca ganaron, y todos, al unísono rogando y con el mazo dando. Otra cosa no, pero la España patria tiene más ideologías que partidos, de ahí el transfuguismo.
En las elecciones de 1993, las sextas desde la Transición, entre el Partido Socialista y el Partido Popular sumaron el 73,54% de los votos, mucho espacio para la polarización que fue in crescendo hasta las elecciones de 2008; PSOE y PP llegaron a sumar el 83,81% de los sufragios. Esta dinámica empezó a fracturarse tras las elecciones de 2011, que se acentuó con el nacimiento de distintos partidos políticos. El ¡Vamos Ciudadanos! o el ¡Sí se puede! arrastraba al ciudadano, convencido y entusiasmado con un cambio en la realidad española. A día de hoy ambos partidos presentan una clara fragmentación dentro de sus grupos. Unos desplazados hacia otras formaciones, otros en la escisión. Es recurrente preguntarse si el partido Por España, que a las encuestas siempre sorprende, tendrá parecido recorrido que el de otros partidos emergentes.
Mientras, en la autopista de la polarización: la emoción. El votante deja de deliberar en la razón, en los datos, lo tangible, siendo guiado por el sentimiento de pertenencia. De los tuyos o los míos, o estás conmigo o contra mí, porque si estás en el centro estás con los otros.
Y después de la polarización viene la realidad, los extremos por sí solos se encuentran incapaces de trabajar en políticas estructurales, por ende, los ciudadanos arraigados a la idoneidad de sus sentimientos se encuentran en un futuro incierto.