El Gobierno Meloni y el tema migratorio

La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, gesticula mientras habla durante una reunión con el primer ministro británico, Rishi Sunak, en el segundo día de la Cumbre de Seguridad sobre Inteligencia Artificial (IA) del Reino Unido en Bletchley Park, en el centro de Inglaterra, el 2 de noviembre de 2023 - PHOTO/POOL/AFP/JOE GIDDENS
La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, gesticula mientras habla durante una reunión con el primer ministro británico, Rishi Sunak, en el segundo día de la Cumbre de Seguridad sobre Inteligencia Artificial (IA) del Reino Unido en Bletchley Park, en el centro de Inglaterra, el 2 de noviembre de 2023 - PHOTO/POOL/AFP/JOE GIDDENS

A punto de comenzar la primavera, el Ejecutivo presidido por la romana Meloni se enfrenta al más difícil de los retos: los continuos flujos de inmigrantes irregulares que vienen, fundamentalmente, de la costa libia. Echando una mirada al pasado, las perspectivas no resultan nada halagüeñas: en 2023 llegaron a las costas transalpinas hasta 159.000 inmigrantes irregulares, superando la cifra “récord”, acaecida en tiempos del Gobierno Renzi (febrero de 2014-diciembre de 2016), de 153.000 inmigrantes en un solo año. 

Por aquellos tiempos Meloni se encontraba en la oposición, y no tuvo más mínimo empacho en calificar lo que estaba sucediendo al Gobierno Renzi como una “invasión” en toda regla.

Ahora es a ella a quien le toca afrontarlo, y lo va a hacer en una situación de máxima dificultad. La actual Comisión Europea se encuentra ya casi en funciones, a la espera de que se celebran elecciones europeas en la segunda mitad de junio. Con lo que poca ayuda puede recibir la primera ministra transalpina de unas autoridades comunitarias que no tendrán un nuevo gobierno funcionando a pleno rendimiento hasta los meses de julio-agosto de este año.

Recordemos que al frente de la cartera de Interior se encuentra Matteo Piantedosi, un campano que lleva trabajando en este Ministerio desde finales de los años ochenta, y a quien puso expresamente ahí el presidente Mattarella para evitar que el conflictivo Salvini volviera a crear problemas con las autoridades comunitarias. Piantedosi contará, a su vez, con la ayuda del titular de Defensa, Guido Crosetto, por cierto, recién recuperado de una pericarditis que a punto estuvo de llevarse su vida por delante. Eso sí, Crosetto, que durante años ha presidido la Asociación Nacional de la Defensa, es una persona muy buena conocedora de todos los temas relacionados con equipamientos para la Defensa y es la persona más capaz para hacer acopio de medios militares sobre la base de un presupuesto aún muy limitado.

El problema para Meloni es que, más allá de tener dos personas competentes para controlar el tema migratorio, la realidad sigue siendo la misma desde hace años. Por un lado, Libia, trece años después de la caída del dictador Gadafi, sigue siendo un Estado “fallido” donde las mafias campan por sus respetos. Con el agravante de que, además, cada vez hay más regiones emisoras de inmigrantes irregulares. En la tragedia que tuvo lugar el año pasado por estas fechas en la costa de Cutro (Calabria), y en la que perdieron la vida casi setenta personas, no se trataba de africanos, sino de afganos que huían del régimen talibán, por poner un ejemplo.

Además, son cada vez más los países que tienen problemas con la inmigración irregular. En Polonia, por ejemplo, hay numerosos ucranianos que huyeron de su país cuando en febrero de 2022 la Federación Rusa invadió su país. En Alemania, a su vez, es numerosa la población de origen turco que campa por sus respetos: en el recuerdo de algunos quedan numerosas violaciones que tuvieron lugar en el día de Fin de Año hace ya más de un lustro. Los franceses, por su parte, tienen en la costa mediterránea un constante ir y venir de argelinos (recordemos que durante décadas Argelia constituyó un departamento más del Estado francés), todo ello sin olvidar lo que viene de otras colonias: Benín, Burkina-Faso, Costa de Marfil, República Democrática del Congo, Senegal, etc.

En realidad, del llamado “big four” de la Unión Europea (Alemania, Francia, Italia y España), el único país que apenas tiene problemas con el tema migratorio es el nuestro, debido a estar situado en el extremo suroccidental del continente europeo y a que, además, el crónico desempleo de nuestro país (siempre a la cabeza en número de desocupados entre los principales países europeos) le hace bastante poco atractivo para los inmigrantes, sean irregulares o no. Y, además, los diferentes Gobiernos españoles transfieren ingentes cantidades de dinero al reino “alauí” de Marruecos para que haga de “Estado-tapón” para la inmigración.

En relación con ello, el Ejecutivo transalpino tiene tres problemas fundamentales a la hora de abordar este tema. El primero, que para no ser un país particularmente extenso (unos 302.000 kilómetros cuadrados frente a las 574.000 de Francia o los 504.000 de España), tiene numerosísimos kilómetros de costa: su forma de “bota” (algunos llaman a la región de Calabria “la punta de la bota” al tiempo que consideran a Puglia “el tacón” de ese misma “bota”) le lleva a tener demasiados puntos que vigilar.

Igualmente, no menos importante es el hecho de que las regiones más cercanas a Libia, como Calabria, Puglia o Sicilia, se encuentran ampliamente despobladas, con lo que cualquier embarcación puede llegar a tierra firme sin que la población del lugar, tan escasa como envejecida, se percate de ello. Todo ello sin olvidar que el primer punto que se avista del continente europeo desde las costas de África es la isla de Lampedusa, dependiente administrativamente de Agrigento (Sicilia). Y ya se sabe el principio que se aplica en la Unión Europea: primer país en que un inmigrante irregular pone su pie, país que tiene la obligación de darle acogida.

Finalmente, ahora Meloni, como antes Renzi, Gentiloni o Draghi, se encuentra con la misma cruda realidad: para las autoridades comunitarias, la tercera economía de la eurozona no es el confín meridional de la actual de la Unión Europea, sino un país que ha de defender con sus medios, y casi solo con ellos, lo que le llega incesantemente a sus costas.

Todo ello supone el caldo de cultivo perfecto paras que los demagogos, populistas y ultranacionalistas como Matteo Salvini traten de sacar rédito electoral de esta tragedia humanitaria. Ya lo hizo en el año 2018-19, y ello le valió el 34% de los votos en las elecciones europeas de 2019, una cifra bastante más elevada que el pobre 8% en que se mueve actualmente en todos los sondeos. Pero Salvini sabe que la popularidad de Meloni puede caer en picado, y que ésta puede ser su última ocasión de convertirse en presidente del Consejo de Ministros tras más de tres décadas en política.

¿Habrá alguna novedad en la política migratoria por parte del Gobierno Meloni? Ya sabemos que su Ejecutivo ha afirmado un acuerdo de colaboración con el Gobierno egipcio, pero la realidad es que Egipto no es el auténtico problema. Está situado demasiado al este dentro del Magreb, y la población que viene del llamado “cuerno de África” sabe que la ruta libia es la más segura. Y, además, con el cambio climático y la subida de la temperatura del planeta, cada vez dura más el buen tiempo para tratar de llegar a las costas europeas, con lo que el problema se agrava.

Y es que, hasta que la Unión Europea no afronte el tema como debe afrontarlo (invertir ingentes cantidades de dinero en los países emisores de inmigrantes irregulares y que antiguamente fueron sus colonias), seguiremos con un conflicto, el migratorio, que no parece tener fin. Con el inconveniente de que la ultraderecha (Frente Nacional francés, Partido Popular danés, Demócratas de Suecia, Alternativa por Alemania o la Liga, eso sí esta última con sus matices) verá en este tema un asunto único para desgastar a una construcción europea muy cercana a sus primeras 75 años de vida. ¿Será capaz de revertir Meloni esta situación? El tiempo lo dirá.

Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es profesor en la Universidad Camilo José Cela (UCJC) y autor del libro “Italia, 2018-2023. De la esperanza a la desafección” (Madrid, Líber Factory, 2023).