El Gobierno Meloni, ante sus horas más difíciles

Ya se sabía que este año 2024 que casi acaba de comenzar iba a ser, con diferencia, el más difícil para el Gobierno Meloni desde que este se convirtiera en realidad en octubre de 2022.
La política romana se encontró con una amplia mayoría parlamentaria fruto de la abultada victoria del centroderecha en las elecciones generales de septiembre de aquel año, y, además, se venía de una dinámica de crecimiento muy positiva como consecuencia de la brillante gestión del Gobierno Draghi: +8.3 puntos había crecido el PIB en 2022, y aún volvería a crecer un 3.3% en 2023. Es más, los primeros Presupuestos Generales del Estado (PGE) que hubo de presentar su ministro de Economía y Finanzas (el legista Giorgetti) eran aún expansivos en el gasto público, con lo que todo fue “miel sobre hojuelas”.
Pero los “vientos” han cambiado en año y medio y ahora Meloni y su Gobierno se encuentran atravesando las primeras dificultades. Sólo hay que remitirse a los hechos: si en las elecciones al gobierno de la región tanto del Lazio como de Lombardía (celebradas ambas el 13 de febrero de 2023), el centroderecha logró una abultada victoria, un año después, en concreto el pasado 26 de febrero, en la meridional región de Cerdeña la candidata del Partido Democrático (PD) y del Movimiento Cinco Estrellas, la antigua viceministra de Desarrollo Económico, Alessandra Todde, se ha alzado con la victoria, aunque fuera por la mínima (45,4% de votos frente al 45% del candidato de centroderecha, Truzzi). En realidad, lo más preocupante para los líderes del centroderecha (Meloni, Salvini y Tajani) no es haber perdido las elecciones (que también, porque en esta región, un hombre de Salvini llamado Solinas arrasó en las urnas hace cinco años), sino que PD y Cinco Estrellas, que en las generales de septiembre de 2022 no sumaron siquiera el 35% de los votos, ahora han ganado más de diez puntos porcentuales respecto a la convocatoria electoral de septiembre de 2022.
No han faltado las acusaciones entre Meloni y Salvini, con Tajani como mero “espectador”: la primera (Meloni), que fue quien puso el candidato, acusa al segundo (Salvini) de haber movilizado el voto (se habla de hasta 5.000 “francotiradores) en contra del candidato de centroderecha con el fin de debilitarla, lo que no hace falta decir que Salvini ha negado por completo. Lo cierto es que Meloni sabe que, una cosa es poner a un candidato suyo en su feudo más fuerte (Boccia, gobernador de la región del Lazio desde febrero del año pasado, por poner un ejemplo), y otra quitar a todos aquellos que le fueron dando victoria tras victoria a Salvini en la primera mitad de 2019: Bardi, Tesei, etc. Todos ellos presidentes de pequeñas regiones meridionales, como Abruzzos y Basilicata, o del centro del país, como Umbria. Así que Meloni no se ha perdido en más conflictos con Salvini y ha pactado con Salvini y Tajani los candidatos en las hasta seis convocatorias para el gobierno de una región que habrá de aquí a que concluya el año.
Porque Meloni sabe que tiene cada vez más cerca una auténtica travesía por el desierto, que no es otra que crecimiento “pírrico” (entre +0,3 y +0,5 para 2024), pérdida de popularidad ante la falta de impulso reformista (lo que se debe, sobre todo, a que apenas hay fondos en la caja pública), y lo más preocupante de todo: un nuevo aluvión de desembarcos que, en función de cuanto tarde en llegar el buen tiempo, comenzará a ser significativo en marzo y más aún en abril. Y Meloni ya sabe que no puede contar con la ayuda de las autoridades comunitarias: los alemanes bastante tienen con una fuerte división interna y recesión; los franceses acaban de cambiar el Gobierno para poder afrontar un segundo mandato de Emmanuelle Macron con garantías, y ya tienen su propia inmigración irregular; y los españoles ya han pactado con el rey de Marruecos (Mohamed VI) la cantidad para que el reino magrebí siga ejerciendo de “Estado-tapón” para la inmigración irregular.
¿Quién sacará rédito como ninguno de una nueva oledada inmigratoria? Precisamente su compañero de Gobierno Matteo Salvini, que ya está creando una nueva red de partidos antieuropeístas (Wilders gobierna en Países Bajos, “Alternativa por Alemania” ya es la segunda fuerza política de la primera ecolonomía europea, y el Frente Nacional sigue en cifras muy elevadas de apoyo en la vecina Francia), y, además, saben que cuenta con dos elementos externos para debilitar aún más a la Unión Europea: Vladimir Putin, el despiadado dictador ruso (lo que ha hecho con el opositor Navalny ha batido todos los “récords” de sadismo, demostrando aquello de que “el zar debe ser el más despiadado de todos si quiere ser el zar”), y un Donald Trump que va directo a un segundo mandato presidencial (su única rival en el Partido Republicano, Nikki Hailey, ya ha perdido con él todas las primarias de “caucus” celebradas hasta el momento, incluyendo la tierra natal de Hailey, Carolina del Sur, donde la que fuera embajadora ante la ONU recibió menos votos que Trump en su condado natal) y que sabe que el Partido Demócrata, con Biden como ”cabeza de cartel”, se encamina hacia una debacle histórico, aunque aún están a tiempo de buscar un candidato alternativo.
Dentro de medio año Meloni cumplirá 730 días al frente de la presidencia del Consejo de Ministros. Aún le quedarían tres años más de mandato, pero para ese momento puede llegar tan desgastada que no sería extraño que acabara presentando la dimisión. Será el momento de Salvini, quien, tras haber sido concejal, eurodiputado, senador, dos veces viceprimer ministro y titular tanto de Interior (2018-19) como de Infraestructuras (2022-momento presente), sabe que lo único que le falta para completar su abultadísimo “currículum” político es la presidencia del Consejo de Ministros. Algo, por cierto, muy difícil de digerir para el presidente de la República, Sergio Mattarella, quien, camino de cumplir una década consecutiva (repartida en dos mandatos consecutivos) como inquilino del Palacio del Quirinal, podría verse en la tesitura de encargar formar Gobierno a una persona sin carrera universitaria, lo que no ha sucedido nunca en los ya casi 78 años de vida que tiene la República italiana. Meloni, que es la persona número 33 en ostentar la condición de primer ministro, tiene carrera universitaria (Periodismo), y así todos los anteriores. Lo que por otra parte es lo esperable en uno de los países más cultos del mundo.
Salvini apenas llega a las tres decenas de senadores (por los 63 de Meloni), pero la realidad es que es quien da la “maggioranza” a Meloni, si bien hay que añadir 24 miembros más de la Cámara Alta que salen de las filas de Forza Italia y Noi Moderati. Es previsible, además, que en las elecciones europeas logre un importante nivel de apoyo, ya que apenas tiene rivales: el PD está vinculado a la familia socialista, como Italia Viva y Piu Europa (ahora coaligados en “Con Emma Bonino por los Estados Unidos de Europa”) lo están a “Renew Europe” (la familia encabezada por la Francia de Macron), y ninguno de ellos van a tener un elevado grado de apoyo porque, al igual que a Meloni, tanta inmigración irregular circulando por las calles de la tercera economía de la eurozona no hace más que fomentar el voto antieuropeísta. Y eso que esos inmigrantes irregulares, la mayor parte de ellos procedentes del Sahel, no quieren quedarse en Italia, sino llegar a Alemania, donde el mercado laboral está necesitado de mucha mano de obra. Pero, dado que ni franceses, ni suizos ni austriacos les dejan pasar, se quedarán en la nación transalpina, y Salvini agitará, una vez más, la bandera de la seguridad en las calles, del antieuropeísmo y del ultranacionalismo.
Seguramente el punto de inflexión para el Gobierno Meloni sean los comicios europeos, previstos para la segunda mitad de junio. Se celebrarán en un clima enrarecido: por un lado, se dejaron de lado las políticas de austeridad en el gasto público, pero la vuelta al Pacto de Estabilidad y Crecimiento (por cierto, con normas mucho más flexibles) ha cogido a la segunda (Francia), tercera (Italia) y cuarta (España) economías de la eurozona en niveles históricos de endeudamiento. Y aquí sí que los llamados “países frugales” (los de centro y norte de la Unión) no cedieron: a pesar de que Draghi y Macron (que mandaron en sus respectivos países entre febrero de 2021 y julio de 2022, en que cayó el Ejecutivo encabezado por Draghi) solicitaron que el nivel de deuda sobre PIB pasara del 60% establecido en Maastricht al 100%, lo cierto es que las dos reglas fundamentales (60% de deuda sobre PIB y 3% de déficit en las cuentas anuales de cada país miembro) se han mantenido. Es más, países como España e Italia tienen comprometido, para los años venideros, no sólo no sobrepasar el 3% de déficit, sino incluso llevarlo al 2,3-2,4%.
Esta realidad dejó sin margen de maniobra al Gobierno Meloni a partir de la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado para el año 2024. No se fomenta la natalidad, no se realiza el puente sobre el estrecho de Messina y ahora ya sólo faltaba la rebelión de agricultores y ganaderos. Todo ello sin olvidar que, como consecuencia de la guerra entre Ucrania y la Federación Rusa, el coste de la vida no ha hecho más que incrementarse: Matteo Renzi, en una entrevista reciente, recordaba que el llamado “carro de la compra” había aumentado en torno a un 20% en los últimos años. De ahí que figuras como él (quien, de irle bien en los comicios europeos, podría convertirse en el primer presidente del Consejo Europeo desde que este se creara allá por 2008) ya comiencen a pedir el final de la contienda ruso-ucraniana, ante el hecho de que Putin no logra acabar con el Gobierno ucraniano y que igualmente la contraofensiva ucraniana se esté convirtiendo en un auténtico fiasco.
Cierto es que puede haber un elemento clave en el final anticipado de esta contienda iniciada en febrero de 2022: que Donald Trump vuelva ser presidente de los Estados Unidos, lo que podría tener lugar en las elecciones que se celebrarán en noviembre de este año. Trump, más allá de su buena relación con Putin, es radicalmente contrario a seguir armando al Ejército ucraniano, al tiempo que quiere que su país cargue con cada vez menos peso en lo que se refiere a la defensa militar del mundo occidental. Y lo hace a sabiendas de que la creación de un Ejército europeo es una de las asignaturas pendientes de la construcción europea: hay diplomacia europea, pero, sin Ejército, ésta muestra muy poca eficacia. Por no decir que, en este momento, casi ningún país relevante pide que se le conceda la dirección de la política exterior de la Unión: Salvini mismo, ya antes de celebrarse los anteriores comicios europeos, y siendo una italiana (Federica Moguerini) quien dirigía la acción exterior de la Unión, ya dejó claro que no tenía el más mínimo interés en retener ese “puesto de mando”. Finalmente, a la tercera economía de la eurozona se le concedió la Comisaría de Asuntos Económicos, que ejerce desde hace más de cuatro años Paolo Gentiloni, presidente del Consejo de Ministros entre diciembre de 2016 y mayo de 2018.
El llamado “efecto Meloni” ha ido diluyéndose con el paso del tiempo. De primeras, hizo cambiar a muchos de opinión cuando se vio que no era ni postfascista, ni neofascista ni menos aún ultraderechista: ¿cómo iba a serlo en un sistema político donde hay no una, sino dos cámaras con igual capacidad legislativa, y donde el jefe del Estado, figura independiente y con siete años de mandato asegurados, es quien encarga formar gobierno, nombra y destituye ministros e incluso decide si anticipar o no elecciones?
A partir de ahí, se han visto las debilidades de la política romana: sobre todo, en el área económica. Veamos: el titular de Economía y Finanzas, Giancarlo Giorgetti, es un hijo de la política orgánica cuya figura languidece ante el anterior ministro del ramo (Daniele Franco, director general del Banco de Italia); el encargado de llevar la cartera del “impulso económico” (Sviluppo Económico), Adolfo Urso, es un periodista que lleva en política desde 1994 y que tiene aún menos conocimientos de Economía que Giorgetti; y la titular de Trabajo (la sarda Elvira Cardelone) no se le conoce ninguna medida relevante, aunque Italia lleva mucho retraso en las reformas del mercado laboral y lo que le está sucediendo a ella no es más que el enésimo caso de inmovilismo. Ahora algunos se acuerdan de que Meloni dijo en campaña que su ministro de Economía y Finanzas sería nada más y nada menos que Fabio Panetta, en aquel momento miembro del “board” del Banco Central Europeo (BCE). Y cierto es que Panetta acabó “desembarcando” en Roma, pero no para hacerse cargo del Ministerio de Economía y Finanzas, sino para ser el nuevo gobernador del Banco de Italia, en sustitución de Ignazio Visco.
Ahora Meloni, con un país muy endeudado, un crecimiento a la baja y una creciente desafección política (y eso que la pasada semana en Cerdeña se votó más que en 2019), sabe lo que es entrar en auténticas dificultades. Su principal ventaja, que apenas hay alternativas a su persona: salvo un Salvini al que Mattarella personalmente detesta (porque en su momento quiso echarle encima a la ciudadanía al negarse a dar a Paolo Savona la cartera de Economía y Finanzas), solo queda un Tajani en retirada y algunos “exponentes” del partido de Meloni (Crossetto, Fitto y Nordio, por ejemplo) como alternativas. Pero ya se sabe que, para un Ejecutivo transalpino, alcanzar o superar los 1.000 días de vida sólo lo han hecho tres personas: Silvio Berlusconi (por dos veces), Bettino Craxi y Matteo Renzi. Y Meloni, que está a punto de sobrepasar los 500 días al frente de esa presidencia del Consejo de Ministros, parece haber comenzado la cuenta atrás. Eso sí, antes que los comicios para los diferentes gobiernos de regiones (Abruzzos, Basilicata, Campania, Piamonte, Umbria y Veneto), junto con las elecciones al Parlamento Europeo, dejen claro que Meloni va definitivamente cuesta abajo o, antes, al contrario, que aún es capaz de remontar. Y, a la espera, su compañero de Gobierno (y de generación), Matteo Salvini, más al acecho que nunca de su seguramente última posibilidad de ser “premier”.
Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es profesor en la Universidad Camilo José Cela (UCJC) y autor del libro “Italia, 2018-2023. De la esperanza a la desafección” (Madrid, Líber Factory, 2023).