Italia: la decadencia del liderazgo de Matteo Salvini

El ministro italiano de Infraestructuras, Matteo Salvini, presenta un libro en Roma, Italia, el 6 de marzo de 2024 – PHOTO/Andrea Calandra/NurPhoto/NurPhoto vía AFP
El ministro italiano de Infraestructuras, Matteo Salvini, presenta un libro en Roma, Italia, el 6 de marzo de 2024 – PHOTO/Andrea Calandra/NurPhoto/NurPhoto vía AFP

Las elecciones al gobierno de la región de los Abruzzos que acaban de celebrarse (9-10 de marzo) han venido a confirmar una tendencia iniciada en los primeros meses del año 2022: el liderazgo de Matteo Salvini al frente del histórico partido conocido como “Liga” está viviendo un auténtico ocaso que preavisa de que es sólo cuestión de tiempo el que la formación fundada por Umberto Bossi en 1987 busque a otro nuevo líder.

Recordemos que Matteo Salvini es líder de esta formación desde el 8 de diciembre de 2013, sucediendo al ya fallecido Roberto Maroni. Salvini ganó aquellas primarias de manera abultada, con el 67% de los votos, y lo hizo precisamente el mismo día que otro político de su generación, Matteo Renzi, vencía en las primarias (en su caso, con el 70% de sufragios) del Partido Democrático (PD). Desde entonces, mientras Renzi tuvo primero que dimitir como líder del PD (julio de 2018) y finalmente fundar su propio partido (Italia Viva, septiembre de 2019), Salvini no ha tenido rival dentro de su formación. 

El rival era él mismo, y sus numerosos errores, más sus no menos importantes carencias, le van a llevar a tener que dejar paso a otro nuevo líder. Es más, hace meses que desde ciertas federaciones de Lombardía y Veneto llevan pidiendo la dimisión de Salvini, pero este se aferra a su condición no sólo de líder del partido, sino también de viceprimer ministro y titular de Infraestructuras, con unos votos clave para el sostenimiento del Gobierno Meloni desde que este comenzara a andar allá por finales de octubre de 2022.

Y es que Salvini había sabido sacar el máximo rédito de la falta de líderes de la Liga, así como de su juventud. Umberto Bossi, el fundador, cayó “en desgracia” en noviembre de 2011, cuando el presidente Napolitano decidió encargar formar Gobierno al rector de la Universidad Boconi y excomisario europeo Mario Monti: el centroderecha no sólo perdía el poder, sino que iniciaba una travesía por el desierto que duraría nada más y nada menos que once años. 

Bossi quiso que le sucediera su “mano derecha”, Roberto Maroni, que había formado parte de varios gobiernos y que incluso había llegado a ser gobernador de la región más importante del país (Lombardia). Pero Maroni tampoco logró levantar el partido y en las elecciones de febrero de 2013 el histórico partido de la Italia septentrional lograba sólo 17 senadores sobre un total de 315 en juego. Maroni dimitió y se convocaron nuevas primarias, dando paso a la generación de los setenta, ya que se consideró que el único rival real de Salvini, el ahora ministro de Economía y Finanzas, Giancarlo Giorgetti (nacido en 1966), dejó pasó a un líder casi dos décadas más joven que Maroni (Salvini es de marzo de 1973).

Para ese momento, Salvini poseía un abultado “currículum” político: concejal del ayuntamiento de la capital de Lombardía, diputado y eurodiputado. Y lo tenía porque con 20 años había dejado la carrera que estaba cursando para dedicarse a la política. Lo que con el tiempo dejaría ver sus tremendas carencias intelectuales, convirtiéndole en el típico “hijo de la política orgánica”. Y en el Parlamento Europeo no tardaría en hacerse célebre por sus amistades con los principales líderes antieuropeístas, incluyendo dentro de ellos a insignes ultraderechistas, aunque realmente Salvini nunca ha pertenecido a la ultraderecha, sino más bien al ultranacionalismo, al que con el tiempo añadiría una importante imagen populista. 

Durante la primera etapa de su mandato al frente de la Liga (2014-2017), Salvini apenas brilló. Eran los años del estrellato del “altro Matteo” (Renzi): presidente del Consejo de Ministros entre febrero de 2014 y diciembre de 2016, el político toscano se convirtió en el “premier” más joven de la historia de la Italia republicana y además logró sobrepasar con un solo Ejecutivo los 1.000 días de duración (algo que sólo habían logrado antes Silvio Berlusconi por dos ocasiones y Bettino Craxi por una). La realidad era, no obstante, que la constante llegada de inmigrantes irregulares (con una media de unos 150.000 anuales) le estaba allanando el camino a Salvini para, una vez caído Renzi (lo que sucedería en marzo de 2018), él pasara a ocupar el lugar de más relevancia en la política transalpina. Y es que en las elecciones generales de aquel año 2018 la Liga obtuvo más del 17% de los votos, convirtiéndose en la primera fuerza del centroderecha (relegando a un segundo lugar a Forza Italia) y subiendo el número de senadores de 17 a 60.

Aunque el centroderecha, con el 37% de los votos, había ganado aquellas elecciones de marzo de 2018, la formación más votada había sido el partido “antipolítica” conocido como Cinco Estrellas, con el 32,6% de los sufragios. Así que sólo había dos posibles coaliciones de Gobierno: o Cinco Estrellas con el Partido Democrático (PD), que era la anhelada por el presidente de la República (Sergio Mattarella), pero a la que un Matteo Renzi que aún controlaba los grupos parlamentarios se negó en redondo a aceptar, o la coalición que finalmente vio la luz la primera semana de junio de 2018: Cinco Estrellas y la Liga (la llamada coalición “giallo-verde”). 

Fue ahí donde se vio la mejor versión de Salvini: negoció con enorme habilidad la coalición con su homólogo Luigi di Maio, un político de bajísimo nivel y aún menos formación que Salvini. Consecuencia: la presidencia para Cinco Estrellas, y Di Maio viceprimer ministro y titular de dos carteras diferentes (Trabajo y Desarrollo Económico), pero Salvini, que también sería viceprimer ministro, se llevó la cartera que más le beneficiaba, que no era otra que Interior. A partir de ahí, el político lombardo puso en marcha una agresiva política de puertos cerrados a la inmigración ilegal (que le costaría, por cierto, hasta tres enjuiciamientos por presunto “secuestro de embarcación”, algo con bastante poco fundamento) y que contaría con el respaldo de hasta el 70% de la población italiana, harta de ver cómo las autoridades comunitarias no ayudaban a la tercera economía de la eurozona a la hora de defender los confines del país.

Di Maio pensaba que podría contrarrestar la popularidad de Salvini con la llamada “renta de ciudadanía”, un burdo sistema de compraventa de votos (consistente en dar a hasta cinco millones de ciudadanos una renta mensual de 750 euros), pero ahí estaba la Unión Europea para parar las intenciones de Di Maio y Cinco Estrellas. Al final no llegaría ni al millón de personas el número de perceptores de esta “renta de ciudadanía”, y además no comenzarían a percibirla hasta un año después de constituirse el llamado “Gobierno del cambio”. Lo que dio la posibilidad a Salvini de infringir derrota tras derrota a Cinco Estrellas en las diferentes elecciones al gobierno de una región (Cerdeña, Abruzzos, Basilicata, etc.) y, lo más importante, a cosechar un nivel de apoyo nunca logrado por la Liga: el 34% de votos en las elecciones europeas de junio de 2019.

Fue este el momento escogido por Salvini, que era con diferencia el político más popular del país, para hacer caer el Gobierno, mandando al baúl de los recuerdos el pomposamente llamado “contrato de gobierno” (que no era más que un pacto de legislatura). Pero se encontró con dos elementos con los que no contaba: por un lado, que la “vieja guardia” del PD y Matteo Renzi, enfrentados desde hace años, estaban dispuestos, ahora sí, a pactar con Cinco Estrellas, porque, en caso de haber elecciones anticipadas, la debacle de la principal formación de centroizquierda hubiera sido mayúscula; y la habilidad del presidente Mattarella, que no quería pasar a la historia de la Italia republicana como el primer jefe de Estado que convocaba elecciones transcurrido poco más de un año desde la celebración de las elecciones (hasta ese momento, las legislaturas más cortas habían durado, al menos, dos años, como había sucedido en 1992-94, 1994-96 y 2006-08). 

Consecuencia de todo ello: nuevo Gobierno (ahora no “giallo-verde”, sino “giallo-rosso”), y Salvini, fuera del Gobierno y directo a liderar la oposición. Lo que no fue obstáculo que para que en las siguientes elecciones al gobierno de una región (Umbria, octubre de 2019) el político lombardo volviera a arrasar.

El inicio del año 2020 marcaría el comienzo de la decadencia de la popularidad de Salvini. Aunque el centroderecha logró hacerse, a finales de enero, con el gobierno de Calabria, no pudo lograr lo mismo en Emilia-Romagna: la boloñesa Lucia Borgonzoni, una de las más directas colaboradoras de Salvini, se quedó en el 43% de los votos frente al 50% obtenido por el centroizquierda, al que acudieron a “rescatar” un movimiento social conocido como “Las sardinas”.

Cuando en marzo de aquel año 2020 el llamado “coronavirus” obligó al confinamiento de la mayor parte de la población mundial, entonces Salvini continuó bajando en intención de voto. Y es que no podía poner en práctica su forma de hacer política, un populismo basado en ir de localidad en localidad hablando con los habitantes y dando la impresión de que era de los políticos que “pisaban calle”. Mientras, la coalición de Gobierno era una continua guerra interna entre Cinco Estrellas y Partido Democrático, por un lado, y el partido de Matteo Renzi (Italia Viva). Hasta que Renzi hizo saltar dicha coalición por los aires a finales de enero de 2021, lo que no supuso ninguna convocatoria electoral anticipada: el país no se encontraba en condiciones de asumir la masiva movilización de la población cuando aún muchos estaban sin vacunar contra el “coronavirus”, que había hecho auténticos estragos en algunas ciudades de Lombardia (Bergamo y Brescia, entre ellos).

Además, la Unión Europea había aprendido de sus errores del pasado (el llamado “austericidio” en el gasto público) y decidió crear, en julio de 2020, un fondo de reconstrucción europeo (“Recovery Fund” o lo que algunos denominaron segundo “Plan Marshall”) y concedieron al Gobierno transalpino 209.000 millones para el septenio 2021-27 con dos fines: la transición digital y la transición hacia economías compatibles con la defensa del medio ambiente. Así que Mattarella, mucho más hábil e inteligente que Salvini, llamó de inmediato al más capaz servidor público del país (el prestigioso financiero Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo entre 2011 y 2019) y le encargó formar Gobierno. Draghi obtuvo rápidamente el apoyo de todas las formaciones políticas con la excepción de los Hermanos de Italia de Meloni, que prefirió mantenerse en la oposición. Y puso como principal representante de la Liga en su Ejecutivo al lombardo Giorgetti, a quien dio la cartera de Desarrollo Económico.

Para cuando concluyó el verano de 2021, la popularidad de Salvini seguía en “caída libre”: de las siete regiones en liza que votaron su nuevo gobernador en septiembre de aquel año, el centroderecha solo pudo hacerse con cuatro, a pesar de que Salvini había afirmado públicamente que habría un “7 a 0”. Pero ni Campania, ni Toscana ni Puglia quisieron un gobernador de centroderecha: prefirieron que siguiera gobernando el centroizquierda. Y, mientras, poco a poco, Salvini bajando en las encuestas y su rival romana Meloni subiendo.

Salvini cometería su segundo error garrafal con motivo de la elección a presidente de la República a finales de enero de 2022. Quiso hacer de “king-maker” cuando el único candidato que el centroderecha podía sacar adelante era Silvio Berlusconi, quien ni siquiera lo intentó cuando vio que no tenía garantizados los votos. Eso, añadido a la habilidad de Renzi (a quien el periodista Bruno Vespa, en su libro “La grande tempestá”, llama “el rey del sabotaje”, por su capacidad para hacer caer candidatos que no fueran el suyo), llevaría a que, llegado el momento de votar al jefe del Estado para el septenio 2022-29, hubiera hasta dos democratacristianos en la terna final: Casini (el candidato de Renzi, a pesar de que este sólo tenía 44 votos cuando se requerían 507) y Mattarella, el finalmente elegido. En otras palabras, Salvini aceptó que un democratacristiano siguiera siendo el presidente de la República, cuando era seña de identidad de la Liga su oposición frontal a los democratacristianos.

En agosto de 2022 llegaría el tercer error garrafal de Salvini. Cinco Estrellas abandonó al “premier” Draghi porque iba camino de la extinción y necesitaba que se convocaran elecciones generales cuanto antes, lo que dio a Salvini una posibilidad única de presentarse como “hombre de Estado”: su partido tenía los votos clave para que “maggioranza” acabara existiendo. Pero prefirió contribuir a la caída del Gobierno Draghi, olvidando que “quien hacer caer un gobierno, lo paga en las urnas” y, convocadas elecciones para septiembre de 2022, Salvini se fue del 17% de 2018 al 8.8%, logrando menos de 30 senadores (en una cámara baja, eso sí, que había pasado de tener 315 miembros a solo 200).

Meloni, nueva “premier” desde el 22 de octubre de 2022, concedió a Salvini repetir como viceprimer ministro, pero le dejó sin la cartera de Interior (exigencias del muy astuto Mattarella, que no quería más conflictos con las autoridades comunitarias) y le mandó a otra (Infraestructuras) donde Salvini apenas podía lucirse, dado que en este momento no hay apenas presupuesto para obra pública. La debilidad del otrora poderoso político lombardo se vería el 13 de febrero de 2023: en las elecciones al gobierno de Lombardia, Salvini logró que su gobernador (Attilio Fontana, también miembro de la Liga), repitiera al frente de la región más importante del país, pero la realidad no ocultaba que Meloni había recibido el doble de votos que Salvini.

Ahora, convocadas elecciones para el gobierno de dos regiones meridionales (Cerdeña y Abruzzos), la “caída libre” de Salvini es más clara aún: en Cerdeña el centroderecha perdió el gobierno para que pasara a manos del centroizquierda, pero en Abruzzos, donde en 2019 Salvini arrasó, en esta ocasión no ha recibido más que el 7% de los votos del 53% total que fue a parar al centroderecha, que, esta ocasión sí, ha logrado retener el gobierno de Abruzzos.

Lo más paradójico es que un Salvini más débil que nunca, y al que ya le están buscando relevo, tiene ante sí una posibilidad única de convertirse en “premier”. Meloni comienza a sufrir el degaste de año y medio de Gobierno (tras alcanzar un 29-30% de apoyo, ahora está en el 27,1%, y bajando), y no se ve alternativa al político lombardo: el único rival real, el viceprimer ministro y titular de Asuntos Exteriores, Antonio Tajani, no dispone de los votos necesarios para asegurar una “maggioranza” clara al centroderecha. Y vienen los mejores meses para el discurso “antiinmigración” de Salvini: se prevé una amplia oleada de nuevos “sbarchi” (desembarcos de inmigrantes irregulares) y la ultraderecha antieuropea está en claro ascenso. Sólo hay que ver tres casos: ganó las elecciones de Países Bajos, en Portugal se ha convertido en formación clave para la gobernabilidad y en Alemania ya es el segundo partido en intención de voto. Y todo ello con dos célebres antieuropeístas como apoyo externo: Putin sigue siendo el presidente de la Federación Rusa y Donald Trump se ha quedado ya sin rivales en las primarias de su partido y va a resultar toda una quimera que el octogenario Biden le gane las elecciones presidenciales, convocadas para noviembre de este año.

Así que todo es posible: Salvini está en sus horas más bajas, pero puede concluir su mandato como líder de la Liga siendo el nuevo presidente del Consejo de Ministros (el número 34 en la historia de la Italia republicana). Claro que cuidado con el habilidosísimo Mattarella, que detesta al político lombardo y hará todo lo que esté en su mano para no tener que encargar formar Gobierno al ahora viceprimer ministro y titular de Infraestructuras. Toda una paradoja, y es que así es la política transalpina.

Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es profesor en la Facultad de Comunicación y Humanidades de la Universidad Camilo José Cela (UCJC) y autor del libro “Italia, 2018-2023. De la esperanza a la desafección” (Líber Factory, 2023).