Disturbios en Los Ángeles, pretexto para un escarmiento

Al decretar la movilización de 2.000 soldados de la Guardia Nacional, a los que ha añadido otros 2.000 reservistas y 700 marines de Camp Pendleton, todos ellos para unas tareas que no rebasan el ámbito del orden público, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pretende apuntarse varios tantos en una misma tacada.
En primer lugar, aplicar la dureza de su política antiinmigración al corazón mismo de una de las capitales consideradas como “santuarios” de la inmigración ilegal, en este caso de procedencia mexicana mayoritaria. De hecho, las primeras redadas realizadas por los agentes de la agencia migratoria norteamericana (ICE) simultáneamente en tres puntos de la ciudad, afectaron a varias familias zapotecas, originarias por lo tanto del estado mexicano de Oaxaca.
Trump adujo entonces razones de amenazas graves al orden, tanto como para superar las propias capacidades del estado de California para controlarlas. Con ese pretexto, el presidente se saltaba la norma que confiere al gobernador del estado la capacidad de movilizar a la Guardia Nacional, y se arroga en consecuencia la autoridad tanto sobre la Guardia Nacional como sobre los cuerpos de las Fuerzas Armadas que considere necesarios para contrarrestar la amenaza.

Es evidente que los disturbios en Los Ángeles no han adquirido, al menos hasta el momento de escribir estas líneas, la entidad y envergadura suficientes como para invocar de facto el Titulo 10 del Código de los Estados Unidos de América. Ante la oposición frontal del gobernador de California, Gavin Newson, del Partido Demócrata, Trump habría esgrimido ante su gabinete de crisis la posibilidad de invocar la Ley de Insurrección, por la que podría poner a toda la zona bajo un régimen de excepción o sitio.
Newson, considerado como uno de los posibles candidatos demócratas a la Presidencia de Estados Unidos en las próximas elecciones para la Casa Blanca, ya había sido puesto en la diana por Trump, que le había acusado de incapaz para manejar la situación y ser un “auténtico desastre”. En el gobernador californiano ve en Trump un objetivo a abatir, y con él las posibilidades del Partido Demócrata de recuperar posiciones en el Congreso en las elecciones legislativas de mitad de mandato.
No cesa tampoco el inquilino de la Casa Blanca de ajustar cuentas con el inmediato antecesor, Joe Biden, al que además de negarle el derecho de acceso de los expresidentes a los documentos confidenciales de las agencias de seguridad, intenta procesarlo por supuestos delitos de violación de secretos de Estado e incluso de presunta traición; tal es la inquina que alberga contra el rival que le impidiera en las urnas prolongar por cuatro años más su primer mandato, al tiempo que le hace culpable de los dos procesos de destitución (impeachment) que hubo de afrontar Trump.
En definitiva, Trump pretende que Los Ángeles, aún a riesgo de aumentar la gravedad de los disturbios, sea despojado de su condición de refugio hipotéticamente seguro para los inmigrantes sin papeles que arribaron al país hace decenios en busca de alcanzar el denominado sueño americano. Más aún, convertirlo en un “infierno” para estos ilegales un territorio que, dentro de Estados Unidos, siempre les fue propicio, y en el que incluso no se aplicaron nunca los intentos de convertir al idioma inglés en el único legal, aún cuando su conocimiento y uso otorgue indudables ventajas a la hora de progresar tanto social como económicamente.
Junto al gobernador, que calificó de provocación las movilizaciones decretadas por Trump, la alcaldesa de Los Ángeles, Karen Bass, también criticó la presencia de los soldados “en las calles de un condado donde uno de cada tres habitantes nació en otro país”.
Por el contrario, el hombre al que ahora se le considera “el zar de la frontera” [del Gobierno de Trump], Tom Homan, envalentonado por las amenazas proferidas por el propio Trump, ha advertido al gobernador, la alcaldesa y a todos los funcionarios del estado de California, de que se arriesgan a ser detenidos si interfirieren en las operaciones migratorias que él dirige.
A pesar de que, en otros aspectos, Trump se está distinguiendo por retroceder o anular parcial o totalmente medidas anunciadas con gran trompetería, en el caso de echar el cerrojo a la inmigración ilegal, y de paso hacer mucho más difícil e incómoda la legal, es más probable que decida llevar el pulso a un estado tradicionalmente demócrata como es California, hasta las últimas consecuencias.