
La enorme desproporción de fuerzas entre Rusia y Finlandia, que llevó al país nórdico a ceder a su poderoso vecino un tercio de su territorio, primero, y luego a un larguísimo periodo de neutralidad acaba de ser reequilibrada. Un estatus, el de país neutral, no siempre deseado y tampoco conforme al deseo de sus habitantes. Alla por los años setenta del pasado siglo, en plena Guerra Fría, cuando se visitaban por primera vez las heladas calles de Helsinki, los guías locales, una vez apercibidos convenientemente de la filiación claramente occidental del huésped, solían referirse al edificio de la Embajada rusa como “nuestro Ministerio del Interior”, ironía que describía mejor que ninguna otra explicación el nivel de injerencia soviético en la política finlandesa.
Desde esta semana, la bandera de Finlandia ondea en el cuartel general de la OTAN en Bruselas junto a la de los otros treinta países que conforman la Organización del Tratado del Atlántico Norte. En palabras del presidente Sauli Niinistö, “la era del no alineamiento militar en nuestra historia ha llegado a su fin, comienza una nueva era”. Gestos y palabras que constituyen una auténtica liberación para los 5,5 millones de finlandeses, condenados durante todos estos años a aparentar, en aras de la neutralidad, una equidistancia política que en absoluto sentían.
La arrogancia rusa de creerse dueño absoluto del destino de los pueblos vecinos, quedó muy patente en la declaración de Dmitri Peskov, portavoz del Kremlin, al reaccionar a la ceremonia del izado de la bandera de Finlandia en Bruselas: “Es una intrusión en nuestra seguridad y en los intereses nacionales de Rusia”. No andaban, pues, muy desencaminados los guías de Helsinki que catalogaban a la Embajada de Rusia como “nuestro Ministerio del Interior”.
En una lección de exquisita madurez democrática, a los partidos políticos del país ni siquiera se les pasó por la mente utilizar el ingreso de Finlandia en la OTAN como un arma electoral contra el adversario, tal era, además, el fuerte respaldo que la iniciativa había amasado a lo largo del último año. A quienes logren finalmente conformar el nuevo gobierno solo les quedará, pues, desarrollar el grado de participación de Finlandia en la OTAN, por ejemplo, si quieren o no bases permanentes instaladas en su territorio, o bien se conforman con la presencia puntual de unidades conjuntas de apoyo y combate, a través de maniobras, ejercicios puntuales u operaciones específicas para determinadas misiones. Trabajo habrá de cualquier forma, porque Finlandia aporta más de la mitad de los 2.500 kilómetros de frontera directa de la OTAN con Rusia.
Seguramente, la decisión se tomará de acuerdo con las medidas que esté preparando el presidente Vladímir Putin para contrarrestar este bofetón diplomático. Lo que decida el líder del Kremlin habrá de tener muy en cuenta, sin embargo, que Finlandia ya está bajo el paraguas del célebre artículo 5 del Tratado, según el cual todos los países miembros de la Alianza acudirán en auxilio de cualquiera de sus miembros agredido por una potencia extranjera.
Lo que sí parece claro al analizar el comportamiento de Rusia, tanto con Ucrania como con otros países europeos y asiáticos a los que tuvo bajo su bota, es que ha activado la señal de alarma. Solo así cabría interpretar el deslizamiento electoral hacia posiciones más conservadoras de los electorados de los países nórdicos. En Finlandia mismo, aunque por poco margen, el triunfador ha sido el conservador Partido de la Coalición Nacional, que lidera Petteri Orpo, cuya principal divisa electoral es que el Gobierno sea eficaz.
Tendrá que pactar con Rikka Purra, cabeza de cartel de Los Finlandeses, que por las latitudes sureñas europeas se asimila a la extrema derecha, aunque, al igual que la italiana Giorgia Meloni, apoya sin fisura alguna ayudar a que Ucrania pueda defenderse, y en consecuencia también considera a la OTAN como el asidero de seguridad y salvación de su país frente a la metódica y sistemática barbarie con que Rusia trata de apoderarse de un país soberano como Ucrania.
El mérito político de la entrada en la OTAN le corresponde en su mayor parte y en todo caso a la líder socialdemócrata Sanna Marin, que tuvo a bien reconocer su derrota aún antes del cierre del escrutinio electoral. Su futuro quizá la lleve al Parlamento Europeo o incluso a la Comisión Europea, instituciones que se verían muy reforzadas por la firmeza de convicciones de esta joven de la mejor vanguardia política no solo finesa, sino también europea.