Putin construye una dinámica y un relato para la guerra

La OTAN, la UE y en definitiva lo que conocemos aún como Occidente apuestan por la diplomacia frente al desafío lanzado por Rusia en Ucrania. Creen que esta segunda semana de enero, de sucesivos encuentros, será decisiva para desactivar una tensión de intensidad comparable a la que se desató en 1962 con la instalación de misiles soviéticos en Cuba, que a punto estuvo de desencadenar una nueva guerra mundial.
Tres citas de envergadura, a las que los aliados occidentales fían que Rusia se avenga finalmente a una desescalada: el cara a cara, lunes y martes en Ginebra, entre norteamericanos y rusos, sin que estos hayan cedido en su negativa frontal a la presencia de la UE; la reunión, el miércoles en Bruselas, entre el conjunto de la OTAN y Rusia, y finalmente el jueves en Viena, reunión de todos los integrantes de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), a la que sí asistirá en tanto que miembro de la institución la propia Ucrania, foco y punto de ignición del actual conflicto este-oeste.
Muchas, creíbles y de gran peso habrán de ser las amenazas de la OTAN y de la UE en las mesas de negociaciones para que el presidente ruso, Vladímir Putin, se convenza de que no le interesa sumergir a Europa y al resto del mundo en una guerra de incalculables consecuencias, recule y pliegue velas en la escalada de palabras y hechos que evidencian con toda crudeza su disposición al enfrentamiento.
Recordemos que Putin ha acumulado hasta 175.000 soldados y un formidable arsenal de combate junto a la frontera oriental de Ucrania; que ha distribuido 100.000 pasaportes rusos a la población de las regiones separatistas de Lugansk y Donetsk, y que tanto él como sus ministros han incrementado gradualmente la retórica prebélica.
La larguísima rueda de prensa pre-navideña de Putin estuvo plagada de argumentos justificatorios para lanzar un ataque contra Ucrania, que en días posteriores han sido reforzados por varios de sus ministros. Así, además de reiterar la “inaceptabilidad” de que Ucrania acoja sistemas de armas ofensivas de la OTAN, todo el argumentario insiste machaconamente en que para Rusia es una cuestión de vida o muerte impedir que la propia Ucrania, Georgia y Moldavia no se adhieran nunca a la Alianza Atlántica.
La analista Rebeka Koffler explica en “Galaxia Militar” que no es casual que Putin empleara en una entrevista exclusiva en la televisión estatal rusa la expresión “Nos han inmovilizado contra las líneas rojas”. “Esa frase –dice Koffler- invoca un legendario grito de guerra ruso de la II Guerra Mundial para que las tropas defiendan la patria antes de una sangrienta batalla”. Por si había alguna duda, a los televidentes que seguían sus declaraciones les advirtió: “… y no hay ningún lugar donde retirarse”.
Tampoco parece que Putin deje mucho margen a la diplomacia cuando el pasado martes, apenas iniciado el nuevo año, declaró que, “aunque se cumplan los requisitos exigidos por Rusia en materia de garantías de seguridad, Rusia no puede confiar en las garantías que le ofrezca Estados Unidos”. Un jarro de agua fría, más bien helada, antes de sentarse a la mesa de las negociaciones.
O sea, del examen y análisis de todos estos hechos y declaraciones se desprende que el presidente ruso está construyendo un caso para atacar a Ucrania sea cual sea la respuesta de Estados Unidos a sus demandas. En la propia rueda de prensa con gran parte de los corresponsales extranjeros presentes ya dijo que “Rusia se está defendiendo de la OTAN, cuyas armas de ataque ofensivo están ya a nuestras puertas”, una afirmación que justificaría, a su entender, cualquier acción que emprendiera para contrarrestar esa supuesta amenaza.
Expertos en la desinformación y la expansión de bulos, los siguientes escalones de poder del Kremlin tampoco cejan en su empeño por reforzar el relato de Putin. Serguéi Shogu, el ministro de Defensa, acusaba la semana pasada a Estados Unidos de “preparar una provocación en las fronteras rusas con armas químicas”. Y el mismo día de Nochebuena, Moscú se apresuró a acusar a Kiev de “un acto de terrorismo”, después de que un desconocido lanzara un cóctel Mólotov contra el consulado ruso en la ciudad ucraniana de Lviv. El lunes 3 de enero, su viceministro, el general Alexander Fomin, acusaba a la OTAN de estar preparando “un conflicto de alta intensidad a gran escala con Rusia”. Y, para no ser menos, el jefe de la diplomacia rusa, Serguéi Lavrov, señalaba el mismo día “su convicción en que Estados Unidos quiere provocar una pequeña guerra en Ucrania para culpar entonces a Rusia”.
Al mismo tiempo, entre los glosadores rusos de las sucesivas declaraciones de Putin y sus ministros, hay abundancia de referencias a que Ucrania nunca fue un país separado de Rusia hasta que se convirtiera en una de las repúblicas de la URSS en 1922, recordando de paso que fue el Gran Príncipe medieval Vladímir, el que en el siglo XI llevara el cristianismo al primer territorio eslavo, la Rus de Kiev, que entonces incluía ya los principados de Rusia y de Ucrania.
No ha pasado tanto tiempo desde la invasión rusa de Crimea en marzo de 2014 y de su consiguiente anexión por las bravas. En aquellos días la retórica de Putin era exactamente igual a la de ahora: Crimea fue siempre una parte inseparable de Rusia, tanto en el corazón como en la mente de la gente. Lo mismo que repite prácticamente sin cesar desde el pasado mes de julio: “Rusos y ucranianos son un solo pueblo, un todo único”.
A los analistas militares como Rebekah Koffler no les caben muchas dudas de que Putin explora con gran habilidad los puntos débiles de la OTAN y de Estados Unidos (a la UE la ignora deliberadamente), y concluyen que como atisbe el menor indicio de que Occidente se arrugará y no se atreverá al choque frontal, Ucrania puede irse preparando porque la invasión rusa será inevitable.