El trágico final de un matemático fascinante

No han tardado en aparecer las teorías conspiranoicas a propósito del suicidio de John McAfee en la cárcel Brians 2 de Barcelona. La última de las que circulan por las redes alude a que el inventor del primer antivirus podría haber guardado 2,1 terabytes de información comprometedora sobre la corrupción en Estados Unidos en el edificio de Miami que se vino abajo de improviso y bajo cuyos escombros aún pudieran hallarse decenas de cadáveres.
Como todas las teorías conspiranoicas, esta última se apoya en una primera verdad o media verdad: las acusaciones lanzadas por el propio McAfee sobre gran parte de la clase política norteamericana y los magnates que en la sombra estarían utilizándola para conseguir sus fines, supuestamente inconfesables. Es lo que el propio McAfee llamó el lado oscuro de una conjunción venenosa entre el poder político y el financiero.
En todo caso, la única realidad que ya es incontestable es que el matemático genial ya no será más un estorbo ni una amenaza para quién quisiera presuntamente liquidarle. Tan pronto como supo que el Gobierno español había decidido atender la petición de extradición del de Estados Unidos, decidió quitarse la vida ahorcándose en la celda de Brians 2, en la que había pasado los últimos meses de su vida. De confirmarse que efectivamente nadie más que él intervino en su muerte, John McAfee habría terminado como su padre, un militar que había estado destinado en el Reino Unido, en donde nació John en 1945, y que se pegó un tiro cuando su hijo contaba apenas quince años.
Para su madre, aquel suicidio fue una liberación, al menos desaparecieron las continuas palizas que le propinaba su violento marido. McAfee perdió a su padre, pero también se liberó de los frecuentes correazos con que presuntamente le ahormaba su carácter y su preparación para “una vida en la que matabas o te mataban”.
No tuvo mucho problema para despuntar como una promesa de las Matemáticas en la Universidad de Roanoke en Virginia, de la que acabaría siendo expulsado por contravenir sus estrictas normas de comportamiento, especialmente en cuanto al consumo de alcohol y sexo, que McAfee practicaría desaforadamente. Pasó casi de inmediato a trabajar para Univac, en el estado de Tennessee, programando tarjetas para empleados, a las que incorporó una lista de datos que permitían a la empresa un control de sus trabajadores desconocido hasta entonces. No duraría mucho; las drogas habían irrumpido en su vida y prácticamente no le abandonarían a lo largo de su tortuosa existencia.
Su indudable talento fue aprovechado por empresas como la Missouri Pacific Railroad, donde logró una automatización completa en el tráfico de trenes, o el Instituto de Estudios Espaciales de la NASA, en donde colaboró en la puesta a punto de los programas informáticos para prolongar la vida y alterar rutas y órbitas de los satélites. Su gran salto se produjo en Xerox, en donde terminó dirigiendo sus sistemas operativos, pero sobre todo en la división aeroespacial de Lockheed. Fue en ella en donde consiguió diseñar el primer antivirus informático de la historia.
A partir de un virus creado en Pakistán, McAfee percibió de inmediato la amenaza de que su infección pudiera propagarse a la velocidad del rayo por toda la red informática mundial. Y concibió entonces un programa que consiguiera automáticamente dos objetivos primordiales: identificar los virus y evitar que infectara los ordenares. Así creó el software con el primer antivirus del mundo, que registró con su nombre. Las ventas de sus licencias le convirtieron en multimillonario.
En 1989 fundó su propia empresa, McAfee Associates, especializada en el desarrollo de antivirus. Era el escudo frente a todos los piratas informáticos para quienes asaltar las barreras interpuestas por McAfee se convertía en un reto personal. Cotizada en Wall Street, su empresa quedó en manos de sus socios y discípulos mientras McAfee, con una considerable fortuna en el bolsillo, decidió dedicarse al yoga, a partir de cuya práctica y del creciente número de discípulos que le seguían le convenció de haberse convertido en un Ser Superior. De esa época data su incursión en la denominada medicina natural, y su intento de crear antibióticos naturales en Belice.
La experiencia no salió muy bien. Varios indicios y numerosos testimonios de sus vecinos le señalaron como autor o inductor de la muerte de otro norteamericano instalado en el país caribeño, cuyo Gobierno le acusó asimismo de fabricar medicinas sin licencia y de robar el conocimiento ancestral a los indígenas. Puso entonces pies en polvorosa, refugiándose en Guatemala, que tras denegarle la condición de refugiado terminó por extraditarle a Estados Unidos.
Conseguiría la libertad a cambio de ayudar al FBI en la desencriptación de iPhones utilizados en matanzas masivas, pero volvería a la cárcel, primero en 2019, en la República Dominicana cuya Policía encontró un arsenal de armas ilegales en su yate, luego en 2020 en España, que atendía así a la petición de Estados Unidos de detenerle por una masiva evasión de impuestos. La Audiencia Nacional autorizaría la extradición el pasado 23 de junio, para que fuera juzgado por un delito que podría acarrearle 30 años en la cárcel. John McAfee no dejaría siquiera transcurrir un día antes de ahorcarse en su celda y poner punto final a una vida en la que conoció las cimas de la gloria y la consideración mundial a su talento, y las alternó con el descenso a los infiernos del alcohol y otras drogas en cantidades industriales.