Opinión

La respuesta del islam a problemas del mundo contemporáneo (16)

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En la entrega 15 mencionamos las características de la sociedad materialista y la ausencia de responsabilidad en las sociedades frente a una posible Vida Futura. 

Continuando con el tema de la degradación moral, vemos que las sociedades no sólo imponen a los individuos un progresivo número de ritos, tabúes, imposiciones y prohibiciones, sino que también les complacen y gratifican en el romance y en el cortejo, y que juegan un papel vital en esta área. La poesía, la literatura, el arte, la música, los estilos, las modas, las exposiciones, el gusto por la fragancia y el desarrollo de la conducta decente y cultivada, son resultados, en importante medida, del mismo impulso fundamental manifestado como respuesta social. 

Puede llegar un tiempo en el que la generación futura se rebele y rechace los logros sociales, conseguidos a lo largo de muchos años de progreso. Esta rebelión puede no tomar la forma de un rechazo absoluto, si bien el ojo crítico no hace sino percatarse de que el movimiento va en esa dirección. El hipismo, la vida bohemia, la violencia creciente asociada al sexo y el retorno de la conducta sexual a su aspecto bestial y primitivo son algunos de los ejemplos del retroceso de las tendencias antes mencionado. 

Sólo es preciso salir afuera para observar como la vestimenta inmaculada de antaño ha dado paso a la ropa raída y absolutamente descuidada. Se marcharon los días en los que un momento de inspección a nuestra vestimenta resultaba sumamente embarazoso. Los “jeans” que hoy se llevan, rasgados intencionadamente para exhibir el cuerpo, se están convirtiendo en algo mucho más valioso que un par nuevo de pantalones. Desde luego que no toda la sociedad manifiesta tales signos extremos de descontento con la herencia pasada o tradicional, pero, cuando una enfermedad se afianza no todo el cuerpo ha de estar ulcerado. La indisciplina y el desorden comienzan a estar al orden del día. Muchos otros signos de decadencia salen a la superficie en distintas áreas de interés humano. 

La persecución del placer en cada esfera de la vida exige cambios y novedades que proporcionen mayor estímulo. Las cosas que satisfacían en el pasado no lo hacen ahora. El tabaco y los intoxicantes tradicionales no son capaces de ofrecer el estímulo que la sociedad, cada vez más inquieta, necesita. Comienzan a aparecer todo tipo de drogas y ninguna medida adoptada para detener la drogadicción progresiva es suficiente. Para el drogadicto llega un momento en el que necesita un estímulo aún mayor y se inventan nuevas drogas, más fuertes, adictivas y letales. 

En el área de la música, las mismas tendencias se han introducido gradualmente en las últimas décadas de este siglo. El estudio del desarrollo de la música a lo largo de los siglos más recientes, frente a los rápidos cambios de erupción de decibelios en las últimas décadas, proporciona datos interesantes para analizar. 

El desarrollo progresivo de la música en Occidente, a lo largo de los últimos siglos, lo ha sido en la dirección de lo sublime, lo exquisito y lo noble. Esa música producía simultáneamente paz en la mente y en el corazón. La mejor música era la que se identificaba y se acoplaba con la música latente de la mente y espíritu humanos. La armonía y la paz eran los objetivos últimos que pretendía esta evolución musical. Desde luego, existían pasajes en las obras de los grandes compositores y artistas que creaban imágenes de erupciones volcánicas, tifones, rayos, y un sentido de conmoción que se correspondía con el fenómeno externo de la naturaleza. Sus memorias se almacenaron y se preservaron indefinidamente en el mecanismo memorizador de la vida. En ocasiones, el clímax alcanzaba tal crescendo que parecía que el universo entero iba a estallar. Sin embargo, la audiencia permanecía inmóvil, sumergida en la inundación musical, sin mover un músculo ni pestañear, hasta que, de repente, se hacía un silencio total. Sólo entonces, la sala estallaba en un tremendo aplauso.  

El Profesor Bloom, a quien debe reconocerse cierto conocimiento de la música occidental, parece estar de acuerdo en su libro “The Closing of the American Minds”, cuando lamenta la erosión de las sensibilidades de los adolescentes en la era contemporánea, los cuales, según sus palabras, se hallan embrutecidos por la exposición constante a la música rock.  

Existen numerosos signos visibles y palpables de esta situación decadente de la sociedad que está haciendo cada vez más desordenada la vida del hombre y cada vez más carente de felicidad, satisfacción, paz y seguridad. El hombre puede negar la existencia de Dios cuanto le plazca, pero no puede negar la existencia de una naturaleza todopoderosa que conoce bien como castigar los crímenes contra ella cometidos. 

Volviendo al tema que nos ocupa, en todas las sociedades materialistas, los factores más importantes que son responsables de la proliferación y crecimiento del mal, son más o menos los mismos, que ya hemos comentado parcialmente con anterioridad. Volveré a enumerarlos a modo de resumen: 

El ateísmo progresivo; el debilitamiento de la creencia en un Dios real, Poderoso, que tiene un interés verdadero en los asuntos humanos y en la forma en que los seres humanos modelan su conducta; el progresivo debilitamiento en las creencias en los valores éticos y tradicionales; y, la tendencia creciente a olvidar el fin y a considerar a los medios como fines en sí mismos. 

Esta es la situación que prevalece en las así llamadas sociedades “avanzadas” o “civilizadas” del mundo. Lentamente, a medida que los valores morales y éticos continúan marchitándose, comienzan a influenciar el proceso legislativo y ejecutivo de los gobiernos. Cuando no se acepta ninguna ley emanada de Dios y los valores éticos absolutos y las tradiciones nobles son desafiadas y contravenidas diariamente, cualquier legislación que pretenda disciplinar la conducta moral se vuelve también laxa y complaciente. La plataforma donde se asientan las leyes relativas al comportamiento moral comienza a tambalearse.

Continuaremos en la siguiente entrega, la número 17.