¿La religión derrama sangre? (II)

(Extracto del libro “Asesinato en nombre de Dios” de Hazrat Mirza Tahir Ahmad, IV Jalifa Supremo de la Comunidad Internacional Ahmadía del Islam)
[Esta entrega es continuación de la anterior: LA RELIGIÓN DERRAMA SANGRE (I)]
También existe en el Corán la historia del pueblo de las catacumbas. Estos cristianos fueron perseguidos durante 300 años y he visto los lugares donde esta pobre gente fue torturada, los anfiteatros destinados a los combates de gladiadores con toros y leones. En estos escenarios, cristianos indefensos eran arrojados a fieras hambrientas. Los animales, aullando, daban cuenta de los cristianos inermes. A veces, estos “apóstatas” eran enfrentados a toros sin alimentar durante varios días. Estas fieras hambrientas bramaban y mugían y atacaban con silbantes aullidos. Los cristianos eran corneados y pisoteados hasta morir. Y tras este sangriento festival, los romanos regresaban a sus hogares felices y sonrientes. Los "apóstatas" habían sido castigados adecuadamente. Pero mientras las piernas de los cristianos temblaban, sus corazones latían aun con más fuerza en la fe en Dios.

Estas persecuciones continuaron de forma intermitente durante tres siglos y, cuando no encontraron lugar donde refugiarse, desaparecieron bajo el suelo en las catacumbas. Estos largos laberintos todavía existen hoy, y nos recuerdan que los cristianos podían vivir entre insectos, escorpiones y serpientes, pero no con elegantes líderes religiosos. El Corán no sólo menciona a estas gentes que se refugiaron bajo tierra - Ashabi Kahf - sino también a otros cristianos, que creían en la Unidad de Dios y fueron quemados vivos como castigo.
La enormidad de estas atrocidades empeora a causa de los llamados protectores religiosos, que realmente “impiden” adorar a Al’lah. Sus víctimas sienten más angustia por la prohibición de adorar a su Dios que por la propia tortura. El Corán dice: “Y ¿hay alguien más injusto que quien prohíbe que el nombre de Al’lah sea glorificado en los templos de Al’lah y busca su ruina?” (2.115) De esta forma el Corán rechaza totalmente el uso de la fuerza para acabar con la libertad religiosa y declara que aunque dicha supresión tenga lugar, los verdaderos creyentes nunca utilizan la fuerza para predicar en el nombre de Al’lah.
Los primeros musulmanes fueron abandonados al ardiente sol. Se les ponían piedras candentes en el pecho; fueron arrastrados por las calles de la Meca como animales muertos. Fueron aislados y condenados a morir de hambre y sed. Fueron arrojados a las mazmorras, se les desposeyó de sus pertenencias y sus familias fueron dispersadas. Mujeres embarazadas fueron arrojadas desde los camellos, siendo sus muertes inevitables causa de regocijo. Sus cadáveres fueron cortados en pedazos e incluso llegaron a comerse el hígado del tío del Profeta (lpbD). Fueron descuartizados con espadas y traspasados con flechas. Rufianes y vagabundos lapidaron al Profeta (lpbD) y granujas le persiguieron y apedrearon hasta que los guijarros de Taif se tiñeron de rojo con su sangre. Y en el campo de batalla de Uhud, el Profeta (lpbD) fue gravemente herido.
Esta matanza tuvo lugar en nombre de la religión porque los musulmanes decían “RabbunAl’laha”, “nuestro Señor, es Al’lah”. La persecución y la tortura se perpetraron en nombre de la religión porque, según los politeístas de la Meca, el Profeta (lpbD) y los musulmanes eran apóstatas. Los politeístas llamaron al Profeta (lpbD) y a sus seguidores “Sabi”, gente que abandona su religión ancestral y adopta una nueva. Para destruir esta “maldad”, los habitantes de la Meca adoptaron los métodos de tortura y represión que habían utilizado sus predecesores. Muhammad (lpbD) y sus seguidores sufrieron pacientemente y con valor durante mucho tiempo para demostrar que el mal es provocado por la gente antirreligiosa y no por los seguidores de la verdad.
El Profeta (lpbD), exaltado por Al’lah a una posición sin igual, devolvió a sus perseguidores amor insuperable, misericordia y perdón a cambio de su maldad. Cuando finalmente llegó la victoria y el Profeta (lpbD) dominó a los politeístas de la Meca, ordenó una amnistía general. No hubo masacre ni castigo para sus perseguidores. No hubo detenciones. No se ejecutó a nadie. En lugar de un justo castigo se aplicó lo que el Corán proclamaba: “Que no se tome contigo ninguna represalia en este día; que Al’lah te perdone. Él es el más misericordioso de los misericordiosos”.
En ese día se perdonó a los más crueles entre los crueles. Se tuvo clemencia con los que habían torturado en la arena ardiente a esclavos indefensos. Se absolvió a los que habían arrastrado a musulmanes por las calles como animales muertos. Se tuvo indulgencia con los que habían quebrantado la paz, así como con los que habían lapidado a musulmanes desvalidos, incluida la mujer que se había comido el hígado del tío del Profeta (lpbD).
Si la historia del mundo desde Adán (lpD) hasta nuestros días se hubiese perdido alguna vez, y con ella, el registro de todas las persecuciones y todas las declaraciones de derechos humanos, una mirada a la vida del Profeta (lpbD) sería la mejor demostración de que la verdadera religión no es la causa del odio, la persecución, la represión o la eliminación del pensamiento.
Pero el Profeta (lpbD) no se limitó con sus enseñanzas a llamar a la tolerancia religiosa. Puesto que el Profeta del Islam (lpbD) es “Una misericordia para todos los pueblos” (21.108), el Corán hace una declaración general: “No debe haber coacción en la religión”. La coacción es innecesaria porque “Ciertamente, lo recto ha quedado separado de lo erróneo” (2.257) y no hay posibilidad de confundir los dos términos. A primera vista esta declaración parece inusual y anómala. Por un lado había una autoridad arbitraria empeñada en aniquilar con todos los medios a su alcance a un pequeño grupo a causa de su "apostasía", y cuando este grupo de "apóstatas" llegó al poder, se dijo que el Corán declaraba que:
No debe haber coacción en la religión. Ciertamente lo recto ha quedado separado de lo erróneo; así quien se niegue a ser conducido por los pecadores, y crea en Al’lah, ha agarrado con seguridad una empuñadura fuerte, que no tiene grietas (2.257).
La gente que persigue en nombre de la religión es totalmente ignorante de su esencia. La religión es una metamorfosis de los corazones. No es política y sus adeptos no constituyen partidos políticos. No es una nacionalidad con lealtades limitadas, ni un país con fronteras geográficas. Es la transformación de los corazones, transformación para el bien del alma. El hogar de la religión está en las profundidades del corazón. Reside más allá del dominio de la espada. No se mueven las montañas por la espada ni se cambian los corazones por la fuerza. Mientras el tema repetitivo en la historia de la agresión humana es la persecución en nombre de la religión, el tema repetitivo del Corán es la libertad de conciencia.
El Profeta (lpbD) fue inducido una y otra vez a proclamar: “Es la verdad de vuestro Señor, por tanto, el que quiera creer que crea, y el que no quiera creer no crea” (18.30). La verdad es obviamente un asunto del corazón; no tiene nada que ver con la fuerza. Se ha confirmado que no puede ser borrada por ningún poder. De ahí la afirmación del Corán de que, una vez que se conoce la verdad, es nuestra elección aceptarla o rechazarla. Sin embargo, por otra parte, el Corán dice: “En verdad esto es un Recordatorio. Así pues, quien lo desee puede tomar el camino que lleva a su Señor” (76.30). Ninguna carta de derechos humanos puede superar la claridad de la frase coránica “Faman Shaa” (quien lo desee). Las palabras "cualquiera que" incluyen a todos. Es sorprendente que después de una afirmación tan clara alguien pueda pensar que el Islam apoya el uso de la fuerza.
(lpbD) – que la paz y las bendiciones de Dios sean con él.
(lpD) – que la paz sea con él.
(Continuaremos este discurso en la siguiente entrega: “¿LA RELIGIÓN DERRAMA SANGRE (III)?”