Los radicales del Atlético ensucian el derbi de la vergüenza protegidos por el club

Los verdaderos dueños del Atlético de Madrid volvieron a recordar al mundo del fútbol quién manda en el club colchonero. Ni Gil Marín ni Enrique Cerezo, tampoco los jugadores o el propio Simeone, ellos dirigen el club, mandan y ordenan. Tienen su santuario en las entrañas del Metropolitano y un altar en el fondo sur desde donde dicen animar a su equipo.
Enmascarados en la noche, cuando cuelgan muñecos de Vinicius de los puentes que rodean Valdebebas. Con la misma careta con la que acuden a los entrenamientos a pedir explicaciones a los jugadores por las derrotas. Los mismos que tienen a su espalda dos asesinatos, uno en el Manzanares y otro a las puertas del Vicente Calderón.
Nadie se atreve a tocar a un grupo de radicales que odian profundamente al Real Madrid, aunque en tiempos sus líderes y los de Ultras Sur estuvieran mezclados porque el fútbol es lo de menos cuando tienen ideologías que defender ante los que amparan con violencia ideas contrarias. Un ejemplo: los cafres de Osasuna que piden que ETA siembre de bombas el Pilar como demostración de rencor hacia el Zaragoza.

Es más grave este problema que el racismo y LaLiga tendría que atacarlo con algo más que con denuncias semanales ante Antiviolencia. Los que tiraban mecheros a Courtois y deseaban su muerte eran los mismos que en 2006, hace 18 años, lanzaron en el Calderón una botella de Ballantines (seguro que vacía) tras un gol del Sevilla que concedió Ayza Gámez.
Los protocolos de LaLiga se lo pusieron fácil al árbitro Busquets Ferrer, primer aviso por megafonía y suspensión del partido con los jugadores a los vestuarios. En medio de la batalla y con el gol de Militao en el marcador, puede entenderse que Koke y Simeone fueran a ese fondo a pedir calma, menos se puede justificar que el capitán se acercara cara a cara a varios encapuchados para hablar con ellos, pero nadie puede entender lo que sucedió después.

El partido se reanudó, el VAR le dio al Atlético de Madrid un gol legal de Correa que ponía el empate en el marcador y hacía menos dolorosa la derrota del Barça en Pamplona. Llorente se fue expulsado después de cazar en la tibia a Fran García. Pero tras la ducha y con las revoluciones bajas, los dos líderes del equipo decidieron proteger a los radicales secundados por periodistas de bufanda que comenzaron a señalar culpables vestidos de blanco, incluso utilizaron la ideología “neonazi” para dejar caer que en España hay más gente que apoya a estos grupos en una rastrera referencia a partidos políticos.
Simeone y Koke le colocaron la diana a Courtois, el exportero rojiblanco recibió el lanzamiento de varios mecheros y bolsas de comida, nada impactó sobre su cuerpo, pero recogió las pruebas del delito para entregárselas al colegiado y que se tomaran decisiones. El belga fue acusado de provocador y Simeone aseguró: “No se justifica y tienen que echar a los culpables, pero también pueden sancionar a los que provocamos”. Koke tampoco fue valiente y dejó un mensaje para Courtois: “Los jugadores tenemos que ser más inteligentes”. Es más, al capitán le preguntaron expresamente si el Frente Atlético debía desaparecer del Metropolitano y el miedo atroz a esa gente solo le permitió decir que eso es algo que tiene que decidir el club.

Desde el Atlético de Madrid esperarán a que baje la marea. Un comunicado, quizá algún expulsado por el club y nada más. Gil y Cerezo no tienen valor ni capacidad para sacar a esos tipos que hacen negocio con la camiseta rojiblanca. El Real Madrid o el Barça sí que borraron del mapa de sus gradas a esos grupos que, de todas formas, siguen alrededor de los clubes y aprovechan cualquier ocasión para viajar, entrar en partidos de Copa del Rey o acudir a ver a los filiales.

El 1-1 no sirve a ninguno de los dos equipos. La derrota del Barça fue menos mala y el fútbol de la primera parte fue un suplicio para el espectador. Ancelotti tiró de Modric para controlar el centro del campo y Simeone alineó a su tridente de gala con Griezmann, Sorloth y Julián Álvarez.

Al final, el equipo avergonzó aún más al escudo con una celebración delante de los radicales que enfadó al resto de la afición. No traten de entenderlo.