Emprendedor, polifacético, visionario y una de las mayores fortunas del mundo, el multimillonario norteamericano Elon Musk ha logrado tales proezas en el sector espacial a lo largo de los últimos doce meses que debe ser considerado el campeón mundial indiscutible de 2020.
Dos de las empresas tecnológicas que patrocina y lidera han alcanzado los mayores triunfos en una esfera industrial repleta de riesgos de todo tipo. Pero los ha superado y nada menos que 833 satélites de comunicaciones de 260 kilos cada uno ha logrado poner en órbita en el año que se acaba de cerrar, lo que ni siquiera se ha intentado en los cerca de 65 años de historia de los vuelos al espacio ultraterrestre.
Elon Musk lo ha conseguido gracias a 14 despegues triunfales de su lanzador low-cost Falcón 9. Con un precio en el mercado del orden de los 30 millones de dólares ‒muy por debajo de lo que se paga por un cohete europeo Ariane 5‒, el hombre que encarna el concepto del New Space ha demostrado que no solo es capaz de fabricar los cohetes más baratos del mundo sino que, además, disfrutan de una tasa de fiabilidad muy alta, con muy escasos vuelos fallidos.

Pero ¿para qué necesita Musk tantos satélites? El empresario más rico del mundo con una fortuna estimada en más de 200.000 millones de dólares, según la reciente lista de Bloomberg, ha volcado un importante volumen de su dinero en desplegar en el espacio la mega constelación Starlink. Su finalidad es ofrecer internet de banda ancha y bajo precio en todos los rincones del mundo, incluso en los Polos Norte y Sur. Por el momento, la red está en proceso de evaluación en Estados Unidos, donde se consiguen velocidades de bajada de 120 Mbps y de 12 Mbps de subida, con una latencia de 37 milisegundos, índices de conexión más que aceptables.
La red está planeada para contar con la astronómica cifra de alrededor de 12.000 satélites, que envolverán la superficie terrestre a 550 kilómetros de altura. Desde febrero de 2018 hasta ahora se han lanzado un total de 953, de los que algo menos de 900 prestan servicio. Cada Falcón 9 coloca en el espacio entre 57 y 60 satélites, lo que obliga a Elon Musk a acelerar su programa de despegues si pretende tener completa la arquitectura a finales de 2027.

A sus 49 años, otra pretensión superada por Elon Musk es haber puesto a punto la cápsula espacial tripulada Dragón 2, cuyo vuelo inaugural de demostración con los astronautas Bob Behnken y Doug Hurley voló a la Estación Espacial Internacional a finales de mayo y los retornó a principios de agosto. Para refrendar el éxito, a mediados de noviembre volvió a partir una Dragón 2 con destino al complejo orbital, pero esta vez con cuatro astronautas, los norteamericanos Víctor Glover, Mike Hopkins, Shannon Walker y el japonés Soichi Noguchi, que seguirán allí arriba hasta la primavera, salvo incidencias.
La importancia de ambas misiones tripuladas representa un enorme triunfo, que viene de la mano de la tecnología desarrollada por los hombres y mujeres de Elon Musk. Gracias a la Dragón 2, la Agencia Espacial norteamericana (NASA) va a dejar de lado las cápsulas rusas Soyuz utilizadas en exclusividad a partir de la retirada de servicio hace nueve años del último transbordador espacial de la NASA. Desde que el Atlantis tomó tierra en julio de 2011, las astronaves Soyuz han sido las únicas en poder transportar pasajeros hasta el complejo espacial y traerlos de regreso.
Pero Dragón 2 acumula otra particularidad digna de encomio. Ha ido por delante de la opción de la poderosa corporación Boeing, un súper gigante industrial con intereses de primer orden en la aeronáutica, la defensa y el espacio, que todavía debe demostrar que su cápsula espacial CST-100 Starliner es también capaz de llevar astronautas a la estación orbital y devolverlos a la Tierra. El gran retraso en su puesta a punto y los dos graves accidentes del avión de pasajeros Boeing 737 Max han tenido como víctima al máximo responsable de Boeing, Dennis Muilenburg, que fue despedido en diciembre de 2019 después de haber gobernado la corporación desde 2015.

Los méritos de Musk para ser considerado el gran empresario de 2020 no acaban en Starlink y Dragón 2. Ha conseguido lo que ninguna agencia espacial: hacer reciclables los vehículos espaciales no tripulados de producción en serie. A pesar de los fracasos iniciales, su tesón y el de su equipo de ingenieros ha hecho posible que las etapas de propulsión de la mayor parte de sus cohetes retornen de forma autónoma a la Tierra, aterricen de manera automática sobre una plataforma terrestre o naval y puedan reutilizarse, una, dos, tres, cuatro y más veces en diferentes misiones al espacio.
Es una hazaña que nunca se había alcanzado de manera generalizada y que reporta un importante ahorro. Hay que tener en cuenta que las etapas de propulsión que impulsan al espacio a los cohetes de despegue vertical, una vez consumido el combustible sólido o líquido que encierran en su interior, caen a tierra o al mar. Aunque se recuperan, no vuelven a ser utilizadas, ya que los desperfectos que han sufrido las incapacita para ser recicladas y volver a ser usadas. Sin embargo, Elon Musk ya lo ha conseguido innumerables veces. Hasta en siete ocasiones con la etapa central de propulsión de uno de sus lanzadores Falcón 9.

¿Qué ha sido del duelo entre Estados Unidos y China por ocupar el lugar de honor del ranking mundial de lanzamientos al espacio? En un año marcado por la pandemia de COVID-19, en términos globales se contabilizan 114 despegues orbitales, que son una docena más que en 2019, la misma cantidad que en 2018 y la tercera vez que se rebasa el centenar en los últimos 20 años.
El asunto de quien entre Washington y Pekín es el ganador está muy debatido, en función de los criterios que se apliquen para realizar los cálculos. Si solo se tienen en cuenta los lanzamientos efectuados desde territorio chino o norteamericano, Pekín, con 39 cohetes enviados al espacio (cuatro fallidos), se convierte por tercer año consecutivo en la nación que más disparos ha efectuado. La segunda posición la ocuparía Washington, con 37 misiones.

En cambio, si se aplica el criterio de la nacionalidad, Estados Unidos ha desbancado a China de la primera posición, al totalizar 44 misiones espaciales, cuatro de ellas fallidas. Es el resultado de sumar a los 37 despegues desde sus bases en América del Norte otros siete realizados desde Nueva Zelanda, donde la compañía norteamericana Rocket Lab es propietaria de una base espacial para sus cohetes Electrón.
En el plano científico, el año que se ha cerrado ha visto un nuevo despertar del interés de las principales agencias espaciales por Marte. En el verano despagaron las misiones Al-Amal de Emiratos, a la que siguió la china Tianwen-1 y la norteamericana Mars 2020 con el vehículo todo terreno Perseverance de la NASA, todas ellas ya muy cerca del Planeta Rojo.

También se ha constatado el interés por acercar a la Tierra muestras de otros cuerpos celestes, para estudiarlas con mayor profundidad y detalle en laboratorios dotados con avanzados equipamientos científicos. La sonda lunar china Chang’e 5 ha resultado un enorme éxito y a finales de año trajo a la tierra 1,5 kilos de suelo lunar. Lo mismo ocurrió con la japonesa Hayabusa 2, que aterrizó con poco menos de 6 gramos de suelo del asteroide Ryugu. Queda por regresar la sonda OSIRIS-REx de la NASA, que ya ha recogido muestras del asteroide Bennu.