Arabia Saudí es una pieza fundamental del puzle que conforman los diferentes Estados de Oriente Medio, no solo por su papel de potencia regional sino también por el peso simbólico que tiene el rey saudí como Guardián de los Santos Lugares del islam. Estas condiciones deben entenderse como parte de un contexto regional más amplio en el que el conflicto palestino-israelí ha acaparado —hasta hace unos años— la máxima atención del mundo árabe e islámico, que tradicionalmente ha apoyado al pueblo palestino y condenado a Israel. Sin embargo, el cambio de dinámicas regionales de los últimos años, con Irán ahora como principal amenaza para muchos, ha dado lugar a un acercamiento entre la Casa de Saúd y el país hebreo. ¿Seguirá Arabia Saudí el ejemplo de los otros Estados árabes que han normalizado sus relaciones con Israel o mantendrá su postura actual?
El papel de Arabia Saudí en el conflicto palestino-israelí se ha caracterizado tradicionalmente por ser un papel de mediador en el que diferentes esfuerzos diplomáticos se han llevado a cabo con el fin de resolver el conflicto de manera pacífica. A pesar de los mensajes de apoyo al pueblo palestino, la postura de Arabia Saudí hacia Israel no ha sido una de completo rechazo. De hecho, esta se ha caracterizado tradicionalmente como una relación de diplomacia silenciosa y pragmatismo, a través de la cual ambos Estados han avanzado de manera discreta intereses comunes, evitando declaraciones y encuentros oficiales. Así mismo, las relaciones entre Arabia Saudí y Palestina no han sido siempre un camino de rosas, pues también han vivido momentos de tensiones que han deteriorado la amistad entre ambas partes.
Los primeros años del conflicto se caracterizaron como un período de altas tensiones entre los Estados de la Liga Árabe e Israel. Incluso antes de la creación del Estado de Israel en 1948, los miembros de la Liga Árabe, entre ellos Arabia Saudí, comenzaron un boicot contra Israel cuyo objetivo principal era impedir todo intercambio económico con el país hebreo para así evitar su fortalecimiento económico y militar. Por su parte, Arabia Saudí rechazó el Plan de las Naciones Unidas para la Partición de Palestina de 1947, que proponía dividir el territorio en dos Estados, y prohibió la entrada de judíos en el país.

Irónicamente, uno de los primeros —conocidos— momentos de cooperación entre los dos Estados tuvo lugar tras la Guerra de los Seis Días, en 1967, en la cual Israel tomó la península del Sinaí, la franja de Gaza, los Altos del Golán, Jerusalén Este y Cisjordania. Oficialmente, Arabia Saudí apoyó la Resolución de Jartum, que expresaba la postura oficial de la Liga Árabe, el rechazo a firmar la paz, reconocer y negociar con Israel. Sin embargo, ese mismo año, Israel permitió que el oleoducto transarábigo “Tapline”, que operaba desde Arabia Saudí hasta Líbano pasando por los Altos del Golán (recientemente capturados por Israel), siguiera funcionando.
En paralelo, la Guerra de los Seis Días supuso un punto de inflexión en las relaciones entre Arabia Saudí y Palestina, ya que la causa palestina se convirtió en la prioridad de la diplomacia saudí. Por un lado, el Reino se proclamó defensor de Yasser Arafat y la Organización para la Liberación de Palestina, y por otro lado comenzó una campaña de poder blando y diplomacia económica destinada a distribuir las rentas obtenidas del petróleo entre Palestina y los Estados árabes que habían participado en la guerra. La retórica hostil hacia Israel continuó durante la Guerra de Yom Kipur en 1973 y el embargo impuesto a Estados Unidos y Europa, aunque finalmente este se levantó sin el cumplimiento de las condiciones impuestas por los estados árabes, como la retirada de tropas israelíes de los territorios ocupados, entre otras.
El año 1981 marcó un momento de cambio en el papel que Arabia Saudí asumiría con respecto al conflicto palestino-israelí, convirtiéndose en mediador y presentando propuestas para resolver el conflicto de manera pacífica. La primera fue el Plan Fahd que, a pesar de ser rechazado por Israel ya que proponía la retirada de tropas israelíes de los territorios ocupados en 1967 y el establecimiento de un Estado palestino con Jerusalén como su capital, supuso un cambio por parte de la Casa de Saúd ya que su lenguaje ambiguo dejaba la puerta abierta al reconocimiento de la existencia de Israel.

Pocos años más tarde, la Guerra del Golfo supuso la ruptura de relaciones entre los países del Consejo de Cooperación del Golfo —entre los que se encontraba Arabia Saudí— y Palestina, una ruptura que tardaría años en solucionarse. El origen de la crisis fue el apoyo que Arafat garantizó a Sadam Husein tras la invasión iraquí de Kuwait, lo que causó que Arabia Saudí cancelara la ayuda económica hasta entonces destinada a la Organización para la Liberación de Palestina y expulsara a palestinos que vivían en el Reino. Sin embargo, durante este episodio Israel y Arabia Saudí se encontraron en el mismo bando, y encontraron en Irak un enemigo común. Husein, que buscaba debilitar a la coalición, lanzó una serie de misiles contra Israel con la esperanza de que este respondiera entrando en la guerra, lo que habría puesto en una situación muy delicada a los países árabes involucrados y podría haberles hecho abandonar la coalición. Gracias a esfuerzos de cooperación internacional, Israel no intervino en el conflicto y la coalición, de la que Arabia Saudí formaba parte, se comprometió a proteger al Estado hebreo ante los posibles ataques iraquíes.
Sin embargo, la iniciativa saudí más importante hasta la fecha es la Iniciativa de Paz Árabe, presentada en 2002 por el entonces príncipe heredero Abdullah bin Abdulaziz. El documento ofrecía la completa normalización de relaciones entre los estados árabes e Israel y la protección de todos los estados de la región, a cambio de que Israel se retirara de todos los territorios ocupados y reconociera la independencia de un Estado palestino con Jerusalén Este como su capital. Además, se debería encontrar una “solución justa” al problema de los refugiados palestinos que desearan volver al territorio. Este fue un momento muy importante porque todos los miembros de la Liga Árabe apoyaron la propuesta, abriendo así la puerta a un reconocimiento colectivo de Israel, que marcaría el final de los años de bloqueo representados por la Cumbre de Jartum. Aunque Israel rechazó la iniciativa, hoy sigue siendo el punto de partida a una salida pacífica del conflicto.

Si la Guerra del Golfo puso de manifiesto que países aparentemente rivales como Israel y Arabia Saudí podían trabajar en un mismo frente ante un enemigo común, la guerra de Israel y Hizbulá de 2006 sentó las bases para lo que posteriormente ha sido una alianza estratégica en la región entre Israel y Arabia Saudí contra Irán. Durante la guerra, la Casa de Saúd calificó la intervención del grupo chií de irresponsable e inadecuada, y acusó a la organización de perjudicar a Líbano y a la región de forma más general. A partir de este momento, ambos países empezarían a exponer de una manera más pública su preocupación por las ambiciones expansionistas iraníes y la capacidad nuclear del país, hoy en día considerándola la mayor amenaza a la que se expone Oriente Medio.
Desde la creación del estado de Israel en 1948, el país hebreo y Arabia Saudí han visto como sus relaciones empeoraban o mejoraban según el momento histórico. Aunque, en muchas ocasiones, Arabia Saudí se ha mostrado muy crítico con Israel, en la práctica no ha hecho nada para comprometer la existencia o supervivencia del país, optando en cambio por una diplomacia de mediación con el fin de lograr un final pacífico al conflicto palestino- israelí. Esto se debe también a la importancia de la alianza con Estados Unidos, alianza que tanto Israel como Arabia Saudí desean mantener.
En los últimos años, las dinámicas de la región han cambiado. Las nuevas preocupaciones para los Gobiernos de Arabia Saudí e Israel como la ambición regional de Irán, la inestabilidad provocada en numerosos estados por las revueltas árabes, el fortalecimiento del islam político y el surgimiento de grupos terroristas como Daesh, entre otros, parecen alejar al conflicto palestino-israelí del punto de mira de las políticas regionales. Es decir, si antes era el conflicto el que influía sobre otros aspectos políticos de la región, ahora parecen ser otros temas los que influyen en el desarrollo del conflicto. Esta nueva situación parece haber influido en los Estados de la región, que cada vez se mueven más por consideraciones pragmáticas y siguiendo la regla de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Así lo han demostrado en los últimos meses Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos, que, con la mediación de Estados Unidos, han firmado acuerdos de normalización de relaciones con Israel mediante los cuales establecen relaciones diplomáticas completas con él. Ahora la pregunta es si Arabia Saudí seguirá sus mismos pasos o si, por el contrario, mantendrá su postura actual, la defensa de la Iniciativa de Paz Árabe como instrumento para lograr un final pacífico del conflicto, con la retirada de tropas y asentamientos israelíes del territorio ocupado en 1967 y el reconocimiento de un Estado palestino con Jerusalén Este como su capital. En los últimos años, especialmente desde que Mohamed bin Salman fuera designado príncipe heredero en 2017, son muchos los cambios estructurales destinados a la modernización que han tenido lugar en el país, como el proyecto Visión 2030, las reformas en materia de género o, más recientemente, la decisión de abrir el espacio aéreo saudí a vuelos procedentes de Israel.

Según diferentes escritos y publicaciones de prensa, Israel y Arabia Saudí habrían cooperado de manera discreta sobre aspectos e intereses comunes, aunque aquí es importante enfatizar que dicha supuesta cooperación sería secreta y, por lo tanto, no se puede confirmar ni desmentir con seguridad. Lo que es seguro es que, de una u otra manera, ambos Estados están acercando posturas, con miembros de ambos Gobiernos haciendo declaraciones especialmente suaves sobre la otra parte. Un ejemplo de esto es la entrevista que el mismo príncipe heredero concedió a la revista Time en 2018, en la que abiertamente reconoció a Israel, sus intereses comunes con el Estado hebreo, e identificó a Irán como “la causa de los problemas de Oriente Medio”.
Muchos analistas coinciden en la importancia que podría tener Mohamed bin Salman en un posible acuerdo de normalización de relaciones con Israel. A diferencia de su padre, el príncipe heredero no ha vivido tan de cerca el conflicto árabe-israelí, lo que podría influir a la hora de mostrarse más abierto a esta opción. Por su parte, el rey Salman bin Abdulaziz, Guardián de los Santos Lugares del islam, continúa defendiendo la Iniciativa de Paz Árabe, como expresó en un discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre de este año. Tradicionalmente, Arabia Saudí ha actuado con cautela a la hora de adoptar cambios importantes en política, lo que podría explicar, en parte, por qué no ha sido el primer Estado del Golfo en normalizar relaciones con Israel. Si bien ha apoyado los Acuerdos de Abraham con gestos como el permiso para sobrevolar espacio aéreo saudí, la Casa de Saúd ha preferido no ser el primero en tomar decisiones delicadas cuyas consecuencias sobrepasarían el ámbito nacional. Una de las incógnitas, por lo tanto, es si una hipotética normalización de relaciones con Israel podría tener lugar mientras viva el actual rey o si, en cambio, habrá que esperar a que Mohamed bin Salman tome las riendas del país para verlo.
De momento, varios acontecimientos han hecho saltar las alarmas en los últimos meses. En septiembre, Jared Kushner, asesor del presidente Trump, viajó a Arabia Saudí para reunirse con el príncipe heredero, con el fin de tratar el proceso de paz con Qatar y reanudar el diálogo entre Israel y Palestina. En octubre, el príncipe Bandar bin Sultan al-Saud, antiguo jefe de la inteligencia saudí y antiguo embajador del Reino en Washington DC, concedió una entrevista por televisión en la que criticó fuertemente a los líderes palestinos por sus negativas reacciones a los acuerdos de paz firmados entre EAU, Bahréin e Israel. Según varias fuentes de prensa, el veterano diplomático no habría hecho semejantes declaraciones sin la previa autorización del Rey o el príncipe heredero, lo que hace pensar que se podría tratar de una estrategia oficial para “preparar a la población saudí frente un posible acuerdo con Israel”. Quizás el mayor episodio de confusión internacional tuvo lugar el mes pasado, cuando varios medios israelíes publicaron que el primer ministro Netanyahu se habría reunido en secreto en Arabia Saudí con Mohamed bin Salman. El Gobierno saudí negó las informaciones y argumentó que únicamente se había producido una reunión con representantes estadounidenses. Las respuestas a estos acontecimientos no se han hecho esperar, y es que la hipotética normalización de relaciones con Israel no solo provocaría el rechazo de muchos en el mundo árabe, sino, al parecer, también el de algunos miembros de la familia real saudí. Este mismo mes, el príncipe Turki bin Faisal, también antiguo embajador en Washington DC, participó en el foro de seguridad de Manama, donde comparó los Acuerdos de Abraham con una herida abierta que se intenta curar con paliativos y analgésicos. Además, acusó a Israel de ser “la última potencia colonial de Occidente en Oriente Medio” y de encarcelar a palestinos en campos de concentración. Estas declaraciones ponen de manifiesto que un hipotético acuerdo con Israel no sería bien recibido por todos en la cúpula saudí, a pesar de las afirmaciones del ministro de Exteriores, Faisal bin Farhan, de que la posición del Reino hacia el pueblo palestino no había cambiado.

Si hay algo seguro, es que cualquier acercamiento o gesto público con Israel supone un coste en reputación para Arabia Saudí. El título que ostenta el rey de Guardián de los Santos Lugares del islam le da, a parte de la capacidad económica del Reino, un estatus de liderazgo y un nivel muy alto de influencia en el mundo islámico, una influencia que podría degradarse si se normalizan las relaciones con Israel antes de haber puesto fin al conflicto con Palestina. A nivel regional, Turquía e Irán no han desaprovechado la oportunidad de criticar a EAU y Bahréin por “traicionar” al pueblo palestino, críticas que previsiblemente repetirían si Arabia Saudí alcanzara un acuerdo con Israel. Además, no está muy claro cuál sería la reacción de la misma población saudí. Aunque la normalización se enmarcaría previsiblemente en el proceso de modernización del estado, la población nacional no ha pedido reformas en este aspecto como las ha podido demandar en materia de igualdad de género o de lucha contra la corrupción. Finalmente, es importante considerar la degradación que sufriría el Reino a ojos de la población palestina. Previsiblemente, se repetirían imágenes de concentraciones y protestas en Gaza y Cisjordania, como las que han tenido lugar tras la firma de los Acuerdos de Abraham.
En conclusión, se desconoce si Arabia Saudí normalizará las relaciones con Israel y, en caso de producirse, cuándo tendrá lugar. La relación entre ambos Estados es compleja, tradicionalmente caracterizada por ser una relación de enemistad y desconfianza, con episodios de cooperación cuando servía a los intereses de ambas partes y con la Casa de Saúd adoptando un papel de mediador del conflicto en las décadas más recientes. Aunque la retórica saudí ha sido tradicionalmente de apoyo a la causa palestina, en los últimos años se ha cuestionado si el cambio en el escenario geopolítico de la región produciría un cambio de prioridades en las potencias más importantes, como Arabia Saudí, Israel o Irán. En caso de producirse esta normalización, habrá que seguir de cerca las consecuencias internas y externas que tendrá para el Golfo, a diferencia de Israel, que tiene el tiempo de su parte y, al parecer, las de ganar en este juego.