‘Unverzeihlich’. Imperdonable. Fue el calificativo que utilizó la canciller Angela Merkel para hacer referencia al acuerdo de gobierno que se cerró a última hora del pasado miércoles en el ‘land’ alemán de Turingia. La operación descabalgó del Gobierno al socialdemócrata Bodo Ramelow, apoyado por los izquierdistas de Die Linke. En su lugar, se quedó el sillón Thomas Kemmerich. El candidato propuesto por el Partido Democrático Libre, liberal de centro, salió elegido primer ministro de la región con los votos de los democristianos de la CDU -en la que milita Merkel- y de Alternativa por Alemania (AfD, por sus siglas en alemán).

Fue la primera vez que los partidos de centro y de la derecha moderada accedían a incluir en sus cálculos políticos a la formación de extrema derecha, al menos, en un nivel de la administración tan elevado. Además, se da la circunstancia de que la AfD de Turingia, en cuyo ‘landtag’ es el segundo partido y disfruta de una cuarta parte de los escaños, es ultra entre los ultras. Tiene sólidas conexiones con el movimiento islamófobo Pegida y su líder es Björn Höcke, un profesor de instituto en excedencia cuyas citas textuales son confundidas por sus propios seguidores con las del mismísimo Adolf Hitler.

La reacción de Merkel se entiende. Desde que AfD apareciera en el paisaje político teutón hace aproximadamente una década, la jefa de Gobierno se ha mantenido firme: ni un ápice de terreno debía ser concedido a la extrema derecha. Esta actitud la ha situado en la diana de los simpatizantes de la formación ultra, que también la han crucificado por su política de acogida a los refugiados.

La canciller no fue la única en expresar ostensiblemente su desagrado. Susanne Hennig-Wellsow, la líder del partido izquierdista Die Linke, arrojó un ramo de flores a los pies del recién investido Kemmerich. “Que los ‘liberales’ sean el hombre de paja para que la extrema derecha llegue al poder es un escándalo de primer orden”, se lamentó a su vez Norbert Walter-Borjans, colíder del SPD junto al defenestrado Ramelow.

Las protestas a todos los niveles, desde la esfera política a las redes sociales, pasando por nutridas manifestaciones en las calles, no le dejaron al líder liberal más que una salida: recular. Al día siguiente, admitió su error. “Mi dimisión es inevitable”, sentenció. En efecto, Kemmerich presentó su renuncia y manifestó su intención de disolver el parlamento regional. Está por ver, no obstante, que lo consiga.
De este modo, el veto a la extrema derecha continúa en vigor en Alemania, un país que mantiene la convicción firme de no repetir los errores del pasado. Sin embargo, ¿esto es así en todos sitios? ¿Cuál es la política con respecto al tratamiento que se da a los partidos de extrema derecha en otras grandes democracias europeas?

En Francia, el antiguo Frente Nacional -ahora, Reagrupamiento Nacional- no ha tenido acceso a grandes cotas de poder gracias a que los demás partidos no lo han considerado como un posible socio. Como en Alemania, hay, en términos generales, un cordón sanitario sobre la saga de los Le Pen que todo el mundo ha respetado.
Esta política quedó plasmada muy claramente en las últimas elecciones presidenciales, celebradas en 2017. Después de ser la candidata más votada en la primera vuelta, Marine Le Pen se enfrentó a Emmanuel Macron en la votación definitiva. Salvo el líder de la Francia Insumisa Jean-Luc Mélenchon, que conminó a sus simpatizantes a votar conforme a sus propios principios, los líderes de las demás formaciones pidieron el voto para el candidato de La République en Marche.
Con la vista puesta en los próximos comicios, no parece que la situación vaya a cambiar; máxime cuando los apoyos a la formación nacionalista no dejan de crecer entre sectores cada vez más amplios de la población.

Finlandia no suele abrir telediarios. Sin embargo, el país del sistema educativo modélico y los grupos de heavy metal saltó a los titulares el pasado mes de diciembre debido a su nuevo Gobierno. Al frente del gabinete, se sitúa Sanna Marin. A sus 34 años, esta política socialdemócrata se convirtió en la mujer más joven en dirigir un Ejecutivo en todo el mundo.
En las últimas elecciones legislativas, el Partido de los Finlandeses (que antes se llamaba Auténticos Finlandeses) quedó en segundo lugar, a solo un escaño del centroizquierda. No obstante, no tienen papel en la esfera gubernamental. Otros cuatro partidos, todos ellos liderados por mujeres, se alinearon con Marin para alejar de las instituciones a la formación de Jussi Halla-Aho, que actualmente ejerce como eurodiputado y ya ha sido condenado en alguna ocasión por cometer delitos de odio.

A primera vista, pocos partidos pueden sonar menos peligrosos para los derechos humanos que una formación que se llame Demócratas de Suecia, máxime cuando su logotipo es una flor. No obstante, bajo ese nombre se esconde un partido que fía gran parte de su apuesta electoral a promover sentimientos antiinmigración e islamófobos.
En un país como Suecia, caracterizado por ser uno de los más abiertos del mundo cuando toca gestionar solicitudes de asilo, su retórica ha calado. En el Riksdag, tienen 62 escaños de 345. Son el tercer grupo parlamentario, a muy poca distancia de la derecha moderada.
Sin embargo, cuando se conoció el equilibrio de fuerzas del nuevo legislativo, no se planteó como una opción incluir al partido de Jimmie Akesson, así se llama su líder, en el proceso de negociaciones. El Partido Moderado, perteneciente a la familia democristiana, renunció a formar gobierno.
Actualmente, el primer ministro es el socialdemócrata Stefan Löfven, un sindicalista del gremio de soldadores, el que dirige el país en coalición con los Verdes y con el apoyo parlamentario de varios partidos de centro.

Sebastian Kurz llegó al puesto de primer ministro en Austria cuando tenía solo 31 años. Ahora, tiene 33 y sigue teniendo el honor de ser el jefe de Gobierno más joven del mundo; es unos meses menor que la anteriormente mencionada Sanna Marin. Actualmente, su partido, situado en la derecha más moderada del espectro político, rige los designios del país en coalición con los Verdes. Sin embargo, no siempre ha sido así.
Durante su primera legislatura, Kurz gobernó en compañía del ultraderechista Partido Liberal Austriaco (FPÖ, por sus siglas en alemán). El dirigente no tuvo problema en saltarse el cordón sanitario y pactar con la formación nacionalista de Norbert Hofer, que se ha caracterizado por sus discursos a favor del cierre de fronteras.
No obstante, el acuerdo del Ejecutivo anterior se rompió el pasado mes de mayo por el denominado ‘caso Ibiza’. Se hizo pública una grabación de 2017 en la que se podía ver al entonces vicecanciller Heinz-Christian Strache en una juerga en la isla balear. El audio de las imágenes sugería tratos no del todo limpios de Strache y el segundo de su partido, Johann Gudenus, con oligarcas rusos para la adjudicación a dedo de contratos públicos.

Italia es uno de los países europeos donde la extrema derecha ha estado más presente a lo largo de los últimos años. La preponderancia en el sistema político de partidos como la Liga, con su carismático líder Matteo Salvini, y Fratelli d’Italia, todavía más nacionalista, se ha normalizado hasta tal punto que los demás partidos de derecha concurren con ellos a la mayor parte de las citas electorales. Cabe recordar que el líder de esa supuesta derecha moderada no es otro que ‘Il Cavaliere’ Silvio Berlusconi.
En todo caso, la influencia de la ultraderecha no deja de crecer. Tiene peso en bastantes regiones y ayuntamientos, sobre todo en el norte del país, y, hasta hace unos días, el propio Salvini ha sido ministro del Interior, un puesto desde el cual condicionó en buena medida la acción política del gabinete de Giuseppe Conte.
En el país transalpino, donde la extrema derecha prácticamente ha absorbido a la derecha tradicional, unirse con los ultras ha sido la única salida viable para no desaparecer del todo ante unos rivales que compiten por un nicho de votantes similar, pero que tiene mucha más pujanza.

En países como Polonia y Hungría, los partidos de extrema derecha son directamente los que ejercen el gobierno, a través, respectivamente, de los partidos Ley y Justicia y Fidesz, del controvertido Viktor Orbán.
En otros países, no han llegado a puestos de responsabilidad, pero su influencia ha crecido notablemente. Esta circunstancia se ha traducido en que muchos partidos de derecha moderada se han escorado hacia los extremos, muchas veces por miedo a perder votantes, y han acabado apoyando políticas más propias de partidos nacionalistas de extrema derecha. El día después del brexit, Nigel Farage era uno de los hombres más felices de Reino Unido.