Las crecientes victorias alcanzadas por la contraofensiva de Kiev –que dio comienzo a finales del mes de agosto– parecen haber llevado al conflicto ruso-ucraniano a una nueva etapa. Una etapa marcada por el temor internacional ante un Vladímir Putin cada vez más acorralado militar, diplomática y económicamente; incapaz de dar un paso atrás y de asumir que sus planes podrían no estar saliendo como había concebido en un principio.
En este escenario, la escalada del conflicto ha pasado ya por la decisión unilateral rusa de anexionarse las regiones ucranianas de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón, así como por el anuncio de Moscú de fortalecer su Ejército –a través de una “movilización militar parcial” que llama a filas a 300.000 reservistas– lo que, según varios analistas, le prepararía para una guerra de larga duración. En respuesta, Kiev parece haber enterrado cualquier vía diplomática de acercamiento que, después de 223 días de guerra, pudiera quedar abierta: el Gobierno ucraniano ha decretado la imposibilidad total de negociar con el actuar líder del Kremlin.

Sin embargo, no ha sido sino el surgimiento de la amenaza nuclear como un elemento más de la escalada lo que ha marcado la diferencia entre esta etapa del conflicto y cualquiera de las anteriores.
“Hay declaraciones de altos representantes de la OTAN sobre la posibilidad de usar armas de destrucción masiva contra Rusia”, advertía Putin hace ya unas semanas. “Quisiera recordarles que nuestro país también cuenta con diferentes armas, algunas más avanzadas que las armas de la OTAN. Para defender a nuestro pueblo y la paz en nuestro país, utilizaremos todos los medios a nuestra disposición”. Ahora, la movilización del submarino Belgorod K-329, sumergible que porta en su interior el torpedo nuclear conocido como “Poseidón”, así parece evidenciarlo.

La Federación de Rusia cuenta con uno de los mayores arsenales nucleares del mundo, con algunos de los misiles atómicos más potentes sobre el planeta, pero, sin embargo, los temores de los analistas se centran en su armamento de baja intensidad. Las “armas nucleares tácticas”, bombas atómicas “pequeñas” diseñadas para tener un impacto limitado en el campo de batalla, cuentan con una capacidad explosiva que va desde los 0,3 a los 100 kilotones (la bomba “Little Boy” arrojada sobre Hiroshima en 1945 tenía un poder de 15 kilotones) y han sido la munición solicitada por el presidente checheno, Ramzan Kadyrov.
“Moscú debería considerar el uso de armas nucleares de baja intensidad en Ucrania dados los recientes reveses que ha sufrido en el campo de batalla”, instaba el aliado de Putin a través de su cuenta de Telegram.

La posibilidad de un uso de este tipo de armamento por parte de Rusia en territorios alejados de las zonas residenciales ha sido calificada por el representante demócrata y miembro del Comité de Inteligencia, Mike Quigley, para la cadena CNN, como “un espectáculo nuclear”. Un escenario en el que Putin no iría tan lejos como para ordenar un ataque nuclear contra las fuerzas ucranianas o los centros de población, pero sí como para hacer una demostración de su fuerza atómica. Lo que podría tener como objetivo empujar a Kiev a la rendición, o reforzar la postura negociadora rusa en el terreno diplomático.
Ante este escenario, posible, pero “absolutamente desconocido” hasta el momento, tal como ha afirmado el codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH), Jesús Núñez Villaverde, Estados Unidos y el mundo entero se encuentran preparando planes de contingencia para enfrentar a un Moscú nuclear. En esta línea, el exdirector de la CIA, David Petraeus, ya ha revelado para ABC News que, en caso de un ataque nuclear que afectase a la comunidad internacional, tanto Washington como todos sus aliados destruirían todas las tropas y equipo militar ruso en Ucrania, y “hundirían hasta el último barco” de su flota en el mar Negro.
Pero, dado que Ucrania no forma parte de la OTAN, la Alianza no podría entrar en el conflicto a no ser que se diese un ataque sobre uno de los Estados miembros. Es decir, si la radiación llegase a uno de los países miembro de la OTAN.

Paralelamente, la escalada de la guerra a un nuevo nivel nuclear provocaría también una mayor división en las posiciones de los integrantes de la organización internacional militar. Por un lado, los miembros de la Alianza enfrentan la posibilidad de reflejar debilidad internacional si no dan respuesta a una amenaza nuclear implícita o a un ataque atómico de facto.
Pero, por otra parte, una respuesta contundente por parte de Occidente podría “provocar una represalia nuclear por parte de Rusia, lo que elevaría el riesgo de un intercambio nuclear en mayores términos y una catástrofe humanitaria”, explicó el politólogo Matthew Kroenig a la agencia de noticias AFP. A estas posibilidades se sumaría el escenario en el que algún miembro de la OTAN no aceptase el uso de armamento nuclear en respuesta, debilitando así la organización militar en su conjunto.

En cualquier caso, la opción de enviar armamento ofensivo y defensivo de la OTAN a Ucrania, a través de Estados Unidos, seguiría siendo un movimiento seguro en estos escenarios hipotéticos. Washington podría ofrecer antimisiles de corto alcance Patriot (también desplegados en Polonia), baterías antimisiles THAAD (para derribar misiles de corto y medio alcance en su fase de descenso) o misiles de largo alcance ATACMS, para atacar las posiciones rusas dentro de su propio territorio.
Un progresivo recrudecimiento de un conflicto convencional, como el que se ha venido observando hasta la fecha, sigue siendo, sin embargo, la opción que más analistas y expertos parecen considerar de cara a las próximas semanas.