Uno de los objetivos de la Administración Bush, especialmente tras el 11-S, fue acotar las amenazas nucleares. Durante su segundo mandato, el republicano centró el foco en poner fin al incipiente programa nuclear iraní, pero el expresidente ya había agotado la excusa de la amenaza nuclear para dar inicio a la invasión de Irak, por lo que no podría convencer de nuevo a la comunidad internacional para intervenir en el país.
A su Presidencia se le agotaba el tiempo, sin embargo, meses antes de ceder el testigo a Barack Obama, un grupo de oficiales de inteligencia y militares revelaron al entonces presidente otra forma de proceder. Una vía inexplorada hasta el momento, tan solo reducida al robo de datos entre Estados y al espionaje entre ellos. En ningún caso utilizada como arma ofensiva: los ciberataques.
El objetivo de las autoridades de Estados Unidos era sabotear el programa nuclear iraní e impedir que avanzase. Para ello, el plan consistía en el en el envío de un malware a los sistemas de control industrial utilizado por Irán en la planta nuclear de Natanz. La Agencia de Seguridad Nacional (NSA) diseñó, en colaboración con la inteligencia israelíes, un efectivo sistema que penetró en la red cerrada de los iraníes.
Una vez dentro, el sistema funcionó como en las películas de espías y el malware fue capaz de alterar el funcionamiento del programa nuclear persa. EEUU había conseguido su objetivo: detener el proyecto mientras hacía creer a los iraníes que este seguía en marcha.
Entonces llegó la transición. El cambio de poder en la Casa Blanca sucedió con normalidad. Obama dirigiría el país desde el despacho Oval, no obstante, el ya expresidente Bush le había revelado al demócrata parte de su herencia meses antes.
El republicano le advirtió de la existencia de dos programas que debería mantener sí o sí. Uno era el programa de drones; el otro, el de los “Juegos Olímpicos”, nombre en clave del programa contra Irán.
Tal y como publicó The New York Times años después, desde sus primeros meses en el cargo, el entonces presidente Obama "ordenó en secreto ataques cada vez más sofisticados contra los sistemas informáticos que administran las principales instalaciones de enriquecimiento nuclear de Irán, ampliando significativamente el primer uso sostenido de armas cibernéticas en Estados Unidos".
Los iraníes no tardarían en darse cuenta del engaño. El mes en que se produjo la llegada de Obama a la Casa Blanca, los inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica que visitaban una planta nuclear se mostraron sorprendidos tras notar que las centrifugadoras usadas para enriquecer uranio estaban fallando.
Los técnicos iraníes encargados de desarrollar el proyecto también parecían asombrados, pero entonces no descubrieron la treta. Cinco meses después ocurrió lo mismo en la planta de Natanz, pero esta vez los expertos pudieron detectar la causa: un malicioso virus informático.
El virus gusano desarrollado por la inteligencia estadounidense e israelí, ahora denominado Stuxnet, escapó de la propia central y se extendió por todo el mundo. Stuxnet tomó el control de 1.000 máquinas que participaban en la producción de materiales nucleares y les dio instrucciones de autodestrucción.
Los expertos coincidían: aquello significaba un avance en el mundo de la guerra y el sabotaje. Era la primera vez que un virus era diseñado para incidir directamente en el mundo físico, y era la primera vez que una superpotencia hacía uso de una ciberarma de forma tan agresiva.
EEUU jamás reconocería su autoría, sin embargo, el daño ya estaba hecho. El mundo entraba, entonces, en un terreno inexplorado e Irán no tardaría en señalar al culpable y dar comienzo a su venganza.
Tres años después del inicio de las hostilidades en la red, Obama inició las negociaciones diplomáticas para reducir la proliferación nuclear iraní. La negativa fue rotunda. Y es en este momento donde entra la figura del magnate.
En el mes de octubre de 2013, se conformó una conferencia sobre el envite nuclear. Uno de los ponentes era Sheldon Adelson. Hijo de taxista, Adelson había acabado construyendo el mayor imperio de casinos y complejos hoteleros del mundo. Tenía propiedades en Las Vegas, Macao, Singapur y en otras capitales del culto al azar.
Durante el apogeo de su fortuna llegó a situarse como la octava persona más rica del planeta, sin embargo, para entonces Adelson ya se había convertido en uno de los principales financiadores del Partido Republicano, así como un ferviente defensor del Estado de Israel. Allí era propietario de un domicilio y de importantes medios de comunicación conservadores que servían de apoyo al primer ministro Benjamin Netanyahu y su partido el Likud.
En las elecciones de 2008, en las que Obama derrotó a McCain, la Corte Suprema emitió un fallo que limitó las contribuciones económicas del magnate tras ser catalogadas como infracciones inconstitucionales contra la libertad de expresión. Cuatro años después, cedió 100 millones de dólares a la campaña de Mitt Romney para evitar la reelección de Obama. Y ya en 2016 acabó siendo uno de los grandes apoyos de Trump.
En aquella conferencia, el multimillonario abogó por una respuesta contundente de EEUU y amenazó con un ataque nuclear a Teherán tras ser preguntado sobre la tensión nuclear y las negociaciones iniciadas por Obama. “No nos andamos con chiquitas”, apuntilló.

Irán no tardó en hacerse eco de aquellas declaraciones. Semanas después, el líder supremo Alí Jamenei avisó a la nación de que las palabras de Adelson y manifestó: “Alguien debería partirle la cara”. Fue así como dio comienzo el plan iraní para vengarse doblemente. En primer lugar, del programa Stuxnet y, de paso, de Sheldon Adelson.
La gran inversión en seguridad física sería insuficiente para detener la ofensiva persa. Los millones destinados en cámaras de seguridad, guardias, cajas fuertes para proteger las fichas y el dinero pronto quedarían inservibles.
El gasto en ciberseguridad era, entonces, el gran desconocido. Los casinos de Adelson –como la gran mayoría de centros– no estaban aún protegidos de estas amenazas y la inteligencia persa aprovechó estos huecos.
Tan solo dos meses después de la conferencia, los hackers iraníes empezaron a buscar un punto débil en la red de Sands Corp., la compañía de casinos perteneciente a Adelson. En febrero de 2014 lo consiguieron. Los iraníes habían penetrado en el sistema con el objetivo de destruirlo.
Los hackers limpiaron los discos duros y robaron datos de algunos clientes durante el suceso. Para reducir el impacto, los empleados del complejo tuvieron que ir desconectando cada ordenador y máquina una por una.
Los sitios web del casino también fueron desconfigurados e incluyeron imágenes de un mapamundi con varios puntos del planeta en llamas –puntos donde Adelson tenía propiedades–, así como imágenes de este con el primer ministro israelí acompañados de mensajes amenazantes. El objetivo era señalar al magnate y represaliar sus actos en público.
Cuando el hecho fue revelado a la opinión pública tras meses de oscurantismo por parte de la empresa y de las autoridades, los expertos coincidieron en que se trataba del primer ciberataque de la infraestructura corporativa estadounidense a gran escala. Una nueva forma de hacer guerra acababa tan solo de dar comienzo, y Sheldon Adelson fue el primer ciudadano estadounidense en sufrir sus consecuencias.