Rusia ultima los preparativos para poner en órbita una plataforma de reconocimiento militar de alta resolución para Irán

El nuevo presidente Ebrahim Raise llega con el primer satélite espía de Irán bajo el brazo

photo_camera PHOTO/ISNA - El previsible lanzamiento al espacio en breves fechas primer satélite espía de Irán sería un gesto de buena voluntad del Kremlin hacia el nuevo presidente de Irán, Ebrahim Raise

Una espesa cortina de humo envuelve el grado de complicidad que existe entre Rusia e Irán en materia espacial, una vertiente estratégica que preocupa tanto a Estados Unidos como a Israel y Arabia Saudita.

El alcance de la cooperación entre Moscú y Teherán en el desarrollo de satélites militares todavía no ha aflorado, pero la Administración Biden sigue muy de cerca su evolución asunto. Y no es para menos. La Agencia de Inteligencia de Defensa de Estados Unidos ‒más conocida como DIA, Defense Intelligence Agency‒ que dirige el teniente general del Ejército Scott Berrier, califica a Irán como “el principal desafío estatal a los intereses de Estados Unidos en Oriente Medio”.

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En lo que aparenta ser una filtración interesada, el prestigioso diario norteamericano Washington Post ha desvelado hace pocos días que la colaboración entre ambos países pronto se va a hacer realidad. Citando fuentes de agentes de los servicios de inteligencia de Washington y de países de Oriente Medio que mantiene en el anonimato, el periódico plantea que un lanzador ruso Soyuz pondrá en órbita durante el presente verano el primer satélite espía que la industria rusa ha fabricado para Irán.

La revelación ha encendido las alertas del Congreso y del Senado norteamericanos, pero en el Kremlin le restan importancia. El presidente Vladimir Putin ha negado la veracidad de la información unas fechas antes de su reunión en Ginebra con el presidente Joe Biden. Ante las cámaras de la cadena de televisión norteamericana NBC ha declarado que “son solo noticias falsas (…), una tontería, basura”. Sin embargo, el inicio de una estrecha colaboración espacial entre Moscú y Teherán se remonta a seis  años atrás.

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Durante la celebración en Moscú de la edición de 2015 del Salón Internacional Aeronáutico y del Espacio MAKS, el entonces vicepresidente iraní Sorena Sattari reiteró el interés de su gobierno por estrechar los lazos industriales con Rusia en el campo espacial. La pretensión del Gobierno de Teherán pasa en primer lugar por disponer de capacidad de observación continuada sobre las instalaciones militares de Israel, las bases norteamericanas y aliadas en Iraq y los yacimientos y refinerías de petróleo del Golfo Pérsico.

Las instalaciones de control y seguimiento en Irán ya están preparadas

En presencia de Sattari y del entonces viceprimer ministro ruso, Dimitry Rogozin, y del director general de la Agencia Espacial de Rusia, Igor Komarov, las sociedades oficiales VNIIEM y NPK Barl por una parte, y la compañía estatal iraní Bonyan Danesh Shargh y la Agencia Espacial de Irán por otra, suscribieron el 25 de agosto un acuerdo de intenciones para desarrollar de forma conjunta un sistema satelital de teledetección para Irán.

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Dedicada a la producción de sistemas para vigilancia y observación, la sociedad científica VNIIEM ha sido la responsable de diseñar, fabricar e integrar el satélite. El papel de la compañía NPK Barl ha consistido en la formación de los técnicos iraníes y en aportar el hardware y el software para la puesta a punto en Irán de las infraestructuras terrestres del sistema. La principal de ellas se ha instalado en la ciudad de Karaj, a 20 kilómetros al oeste de Teherán, cuya gestión recae en la empresa estatal iraní Bonyan Danesh Shargh, que debe asumir el control, seguimiento y explotación técnica de la plataforma una vez en el espacio.

Las negociaciones para la firma del contrato se han prolongado varios años, se han mantenido en secreto por ambas partes y no han estado exentas de tensiones por divergencias de criterio sobre el coste de la operación. Ni siquiera una visita a Moscú en julio de 2016 del entonces ministro de Telecomunicaciones y Tecnología de la Información de Irán, Mahmoud Vaezi, ‒hoy jefe de la oficina presidencial‒ logró concluir el acuerdo. El convenio todavía estaba en marcha a mediados de abril de 2017, fecha en la que se pierde el rastro del asunto, al menos en fuentes abiertas de inteligencia. 

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Aparentemente vuelve a salir a la luz en febrero pasado, pero disfrazado como un satélite de teledetección comercial “para un cliente extranjero”, según el director general de VNIIEM, Leonid Makridenko. Que no se haya indicado la parte compradora no resulta llamativo en el campo espacial y mucho menos en lo relativo a Irán y Rusia. Pero todo apunta a que se trata del satélite contratado por el presidente Hasan Rohaní, ya que no hay indicios de que Moscú haya formalizado ningún otro contrato semejante con un tercer país distinto a Irán.

Los términos del acuerdo comprometen a Moscú a dotar a Teherán de un sistema de reconocimiento óptico espacial basado en una “versión mejorada” para aplicaciones militares de los satélites de observación Kanopus V. Con una vida útil de entre 5 y 7 años, es una familia de plataformas desarrollada en origen para proporcionar datos e imágenes en beneficio de la economía y la preservación del medio ambiente.

El sistema se completará con un segundo satélite

El satélite iraní, cuyo nombre permanece en secreto, tendría un peso de entre los 470 y 650 kilos, estaría equipado con cámaras de alta resolución en los espectros visible e infrarrojo, ofrecería imágenes capaces de cubrir franjas terrestres de 12,5 kilómetros y discernir objetos con una resolución submétrica, en torno a los 0,70 metros. Sería emplazado en el espacio a una altura que debe rondar los 500 kilómetros de altura, al igual que sus cinco hermanos rusos lanzados en 2017 y 2018 y que prestan servicio al ministerio ruso de Defensa Civil y Emergencias.

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Los retrasos en la construcción y lanzamiento del satélite iraní se deben a varios factores. Debido a su escaso peso y dimensiones, su puesta en órbita se debe emparejar con una o varias plataformas rusas, para completar la capacidad de carga del cohete lanzador, lo que conlleva dificultades administrativas. También ha jugado la posibilidad de utilizar un cohete distinto al Soyuz acordado en un principio, así como la sujeción a las prioridades de lanzamiento de las autoridades de Moscú.

Rusia tan solo ha realizado en lo que va de año un total de nueve lanzamientos. El último de ellos ha tenido lugar el 25 de junio y ha sido protagonizado por un cohete Soyuz, que ha desplegado en el espacio el satélite espía Pion-NKS dedicado a inteligencia de señales. Pero tiene más de una decena de ingenios civiles y militares almacenados, a la espera de ser completados por falta de componentes electrónicos procedentes de terceros países, cuyo origen está en las sanciones impuestas por Estados Unidos.

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La puesta en órbita en las próximas semanas del primer satélite espía de Irán bien podría ser un gesto de bienvenida y buena voluntad del Kremlin hacia el recién nombrado presidente electo de Irán, Ebrahim Raise, el ganador de las elecciones generales celebradas el 18 de junio. La importante plataforma espacial será una pieza destacada para contribuir a asegurar la posición del país como potencia regional dominante, que sería completada con un segundo ingenio de las mismas características.

Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita permanecen alerta. Los analistas de la DIA conocen que el Gobierno de Teherán dispone de importantes capacidades militares, amplias redes de socios internacionales y está en disposición de usar la fuerza contra las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y sus aliados. En el caso de que el satélite sea emplazado en el espacio en breves fechas, sin duda será un elemento de trastorno para Washington, que intentará evitar que Hezbolá ‒el socio secundario más importante de Teherán en Oriente Medio‒, y otras milicias chiítas se beneficien de sus imágenes. 
 

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