Partido político, milicia, organización terrorista, organización social. Todas estas identidades han sido utilizadas para describir y descifrar las características y el origen de Hizbulá, el ‘Partido de Dios’, gran protagonista en la región del norte de África en los últimos treinta años, convirtiéndose, junto a Hamás, en el grupo islamista más poderoso del Mediterráneo Oriental.
Líbano es un país donde ‘conviven’ cristianos, maronitas, musulmanes suníes, chiíes, drusos… En 1975, las diferencias entre cristianos y musulmanes se materializaron en una guerra civil que duró 15 años. Durante ese conflicto, en 1982, Israel invadió la zona sur del país, para acabar con la presencia palestina que operaba en dicha región. En este caldo de cultivo, se comenzó a formar una simple milicia local, que defendía un nacionalismo árabe y se oponía a toda interferencia extranjera en territorio libanés.

Hizbulá nace como movimiento de resistencia contra la ocupación israelí, aunque el proyecto del ‘Partido de Dios’ ya estaba puesto en marcha años antes de que los sionistas decidieran invadir la zona sur del país, pues ya existían vínculos entre líderes chiíes libaneses con Irán con planes para formar algún tipo de milicia armada.
La República Islámica de Irán jugó y juega un papel muy importante en el nacimiento y consolidación del grupo libanés. Establecida esta teocracia en 1979, el objetivo era extender su revolución más allá de sus fronteras y Beirut era un lugar perfecto por la gran comunidad chií que contenía.
Se conformó una organización, el Movimiento Amal, que recibió un considerable apoyo militar y organizativo de la Guardia Revolucionaria iraní (IRGC, por sus siglas en inglés) y colocó su sede en el Valle de Bekaa, al sur del país. Esta milicia chií sería el germen que luego formaría Hizbulá.
El ‘Partido de Dios’ operó antes de presentarse oficialmente en sociedad: en 1982 y bajo el nombre de ‘Yihad Islámica’, ejecutó su primera acción contra el Ejército israelí en Líbano, y un año más tarde, mató a 241 personas en el atentado contra el cuartel del ejército de Estados Unidos en Beirut. Es en 1985, tres años después del primer ataque, cuando Hizbulá hace público un manifiesto en el que describe quiénes son y qué objetivos persiguen.
La organización tiene su núcleo duro en las zonas de mayoría chií del Líbano: la ciudad de Beirut, el sur del país y el valle de Bekaa, una de las zonas agrícolas más importantes de la nación. Sin embargo, cabe destacar que sus acciones se han distribuido por todo el país y más allá de las fronteras libanesas, teniendo presencia en el conflicto de Siria y también en el de Irak y con atentados en Francia y Argentina. Por su parte, Hassan Nasrallah ha ocupado el puesto de secretario general de Hizbulá desde que, en 1993, Abbas al-Musawi, cofundador del movimiento, fuese asesinado.

En el manifiesto fundacional, la organización juró lealtad al ayatolá Ruhollah Jomeini, líder supremo de Irán, ya que adopta la idea de la Umma: la comunidad islámica. El objetivo de este grupo es establecer un régimen islámico chií, similar al iraní, además de la expulsión de toda fuerza extranjera como Estados Unidos, Francia e Israel, así como la destrucción de este último.
Hizbulá se define como un defensor de los vulnerables y oprimidos por las injusticias de los poderosos, sobre todo, Washington y Tel Aviv. Los líderes de la milicia chií consideran que la política exterior estadounidense se basa en extender su hegemonía política y económica en todos los territorios bajo la excusa de combatir el terrorismo.
La línea de su pensamiento apoya al estado de Palestina en el conflicto árabe-israelí, además de guardar una estrecha relación con Irán, como ya se ha mencionado, y con el régimen de siria.
En 2009, a través de la televisión libanesa, anunció un nuevo documento programático que actualizaba las líneas de actuación del grupo: se descartó la referencia a una República Islámica, que sí se veía reverenciada en el manifiesto de 1985, pero se mantuvo una línea dura contra Israel y Estados Unidos y se aseguró que se seguirían manteniendo las armas.

En 1992, la organización decidió presentarse a las elecciones nacionales, las primeras tras la guerra civil (1975-1990). En estas elecciones ganó los ocho escaños que estaban en su lista electoral, lo que representó el mayor bloque unitario en la Asamblea Nacional de 128 miembros. En el sur del país es la primera fuerza, y se ha mostrado como actor hábil y capaz de llegar a pactos y alianzas con todos los jugadores del tablero político libanés.
Hizbulá se presentó como defensor de un sistema islámico de gobierno clerical, y aunque obtuvo representación en la Asamblea, las decisiones políticas descansaban en el Movimiento Amal, ahora liderado por Nabih Berri, mientras que el papel predominante para el ‘Partido de Dios’ estaba en el campo militar.

En el ámbito de políticas sociales, Hizbulá buscó y busca llegar donde el Estado libanés no lo hace y facilitar a la población acceso gratuito a servicios sociales, servicios de salud, educación… lo que le proporciona un apoyo fuerte en la población. Esto se conoce como “ayuda social” o “clientelismo electoral”.
La participación en el sistema electoral supuso el reconocimiento por parte de Líbano y también de la comunidad internacional de la legitimidad del grupo. Europa no incluyó a esta organización como grupo terrorista hasta 2013, cosa que Estados Unidos hizo en 1997. Cabe recordar, en este punto, que Alemania ha prohibido recientemente -el pasado 30 de abril- todas las actividades de Hizbulá en su territorio.
En cada elección que se presentaba, la organización de Nasrallah iba aumentado su presencia en la Asamblea, y la ayuda servida a los refugiados palestinos y a las personas afectadas por la guerra civil en Líbano les brindó el apoyo popular y la legitimidad en la población.

Hizbulá cuenta con sus propias milicias que han participado en diferentes conflictos en Oriente Medio y en el golfo Pérsico, como la guerra en Siria, ayudando al Ejército de Bachar al-Asad contra los insurgentes, los yihadistas y las fuerzas turcas. De hecho, el líder, Nasrallah, en un discurso en 2013, juró lealtad al régimen sirio: “Esta lucha es la nuestra y te prometo la victoria”. Con más de un millar de combatientes, ha ayudado a las Fuerzas Armadas sirias en el plano militar con el entrenamiento de miles de combatientes.
La participación de Hizbulá en Siria, sin embargo, ha agudizado las tensiones sectarias en Líbano, donde el grupo ha sido el blanco de una serie de bombardeos de militantes sunitas.

Tras el cambio de postura en 2009 con respecto a la imposición de una República Islámica, el grupo y sus aliados forzaron el colapso del gobierno de unidad liderado por Saad Hariri, un suní respaldado por Arabia Saudí. Así, también han conseguido una presencia y un poder mayores en el Ejecutivo nacional desde las primeras elecciones. Asimismo, la compleja red internacional de células que dotan de armas y dinero a Hizbulá le ha servido para mantener su estatus y seguir coordinando ataques.
Su apoyo al presidente chií alauita de Siria y la alianza con Irán también han visto un amuleto en las hostilidades de los Estados árabes del Golfo contra la organización de Nasrallah, liderados por el principal rival regional de Irán, Arabia Saudí. A principios de 2016, el reino saudí llevó a los países del Golfo y a la Liga Árabe a declarar a Hizbulá como un grupo terrorista, acusándolo de “actos hostiles”.
Actualmente, la presencia de la organización en el Gobierno de Líbano es más fuerte que nunca. En el Ejecutivo, presidido por Hassan Diab, el ‘Partido de Dios’ cuenta con diez carteras ministeriales, incluyendo Defensa y Asuntos Exteriores, lo que le da capacidad de veto de cualquier decisión que tome el Gabinete.

La presión de Hizbulá sobre Israel para que abandonara la zona ocupada en el sur de Líbano y la Franja de Gaza, hizo que el ‘Partido de Dios’ tuviera un fuerte apoyo popular, que se vio plasmado en las victorias electorales municipales y nacionales.
El triunfo del grupo ha sido posible gracias al fracaso de los movimientos nacionalistas laicos que lucharon contra la imposición del Estado de Israel, que es percibida por los países árabes de Oriente Medio como una implantación extranjera. La milicia, con su nacionalismo religioso, sí pudo acabar con la presencia israelí en el país. Así, en el año 2000, Israel abandonó Líbano y aunque el principal objetivo de la organización cuando nació era este, Hizbulá seguiría con su actividad con más fuerza militar, mayor grado de especialización y mucho más apoyo popular.

El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en 2004, en la resolución 1559/2004, exhortaba a la milicia libanesa a desarmarse, pero esta aún no ve motivos para ello, pues el total desprendimiento de las armas solo se llevará a cabo cuando todo Líbano esté libre de la ocupación israelí, lo que implica la cuestión de las granjas de Shebaa. Estas granjas, situadas al pie de los Altos del Golán son limítrofes con Siria y Hizbulá las toma como territorio libanés, pero están ocupadas por Israel desde la Guerra de los Seis Días (1967), y fueron anexionadas posteriormente por Tel Aviv en 1981-1982.
En 2006, los militantes de Hizbulá lanzaron un ataque transfronterizo en el que ocho soldados israelíes fueron asesinados y otros dos secuestrados, lo que provocó una respuesta masiva por parte del Gobierno de ese país. Aviones de guerra bombardearon las fortalezas de la organización en el sur del país y en los suburbios de Beirut, a lo que Hizbulá respondió disparando alrededor de 4.000 cohetes contra Israel. Más de 1.125 libaneses, la mayoría civiles, murieron durante el conflicto que se extendió durante 34 días.

Según informes presentados por los servicios de inteligencia estadounidenses, Hizbulá tiene una estrecha relación con el narcotráfico latinoamericano, utilizado como una fuente de ingresos y como herramienta para lavar fondos y conseguir penetrar en territorio estadounidense. Los vínculos con los cárteles de la droga mexicanos y la guerrilla colombiana de las FARC son conocidos, pero el principal objetivo de la presencia en América Latina del grupo armado es obtener información sobre el vecino del norte de estos países, Estados Unidos.
La milicia libanesa comenzó a instalarse a comienzos de los años 80 en América Latina, sobre todo en la zona conocida como la triple frontera -Brasil, Argentina y Paraguay-, aprovechando que un gran número de libaneses huían de la guerra civil. En este triángulo fronterizo se ideó, por ejemplo, el atentado que terminaría con la vida de 85 personas en Buenos Aires el 18 de julio de 1994, cuando el grupo armado atacó la Asociación Mutual Israelita Argentina.
Desde los primeros años de la década de los 2000, Hizbulá comenzó a extender sus tentáculos por los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA), sobre todo a raíz de la buena relación entre el fallecido presidente de Venezuela, Hugo Chávez y el expresidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, cuyo país es el principal patrocinador del grupo.

Hizbulá ha sido y es una organización que ha sabido ir adaptándose con el tiempo. Comenzó como el brazo militar del Movimiento Amal, ha ido reinventándose para posicionarse como una de las organizaciones políticas más importantes de Líbano y de la región. Ha demostrado tener la capacidad suficiente para innovar y adaptarse a los nuevos enemigos. Ha superado la pérdida de algunos de sus líderes, como el caso de Imad Mughniyeh en 2008. No ha podido ser derrotada por la guerra de inteligencia permanente con Israel, y tampoco se ha visto arrastrada por las sucesivas crisis que han azotado Líbano.
Además, su papel como organización social proveyendo de todo tipo de servicios básicos a la sociedad libanesa, sobre todo a la más olvidada por el Estado y, por lo tanto, la más vulnerable, le ha beneficiado a la hora de legitimar sus acciones violentas. Cuenta con su propia cadena de televisión, que emite programas en árabe, inglés, francés y hebreo, y cuenta también con una estación de radio, lo que le permite llegar a mucha más gente.
No existen cifras exactas sobre el número de miembros de Hizbulá. El Departamento de Estado de Estados Unidos habla de varios miles y el International Institute for Strategic Studie, en 2013, cifraba el número de miembros entre los 15.000 y los 20.000, aunque la cantidad se incrementa si se suman los voluntarios y simpatizantes a lo largo de todo el mundo. La sombra de Hizbulá en todos los estamentos de Líbano es alargada y su influencia, con un estado esquilmado, cada vez mayor.