Su deseo de ser recordado como el hombre más poderoso en la historia de Turquía, incluso sobrepasando a Ataturk, puede con todo

El sultán neootomano da rienda suelta a sus ambiciones nacionales y regionales

photo_camera OFICINA DE PRENSA PRESIDENCIAL via REUTERS - El presidente turco Recep Tayyip Erdogan asiste a una reunión de su partido gobernante, el AKK, en Ankara, Turquía, el 10 de octubre de 2019

El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, tiene el sueño de ser el hombre más poderoso en la historia del país. En un contexto nacional delicado, con la economía al borde de la recesión, con muchos de sus aliados dándole la espalda tras su deriva autoritaria de los últimos años y con la derrota en los comicios de Ankara y Estambul (después de 25 años de control de facto de estos dos símbolos del poder político y financiero), el líder ha visto en la propagada ofensiva militar contra los kurdosirios, su mejor intento para posicionarse en las alturas en las que se encuentra el padre fundador de Turquía, Mustafa Kemal Ataturk. Pero, ¿cuáles son los planes de Erdogan para cumplir su deseo?

Tanto a nivel nacional como internacional Erdogan está desarrollando una estrategia basada en actuar con mano dura en línea con su estrategia de ser el hombre fuerte de Turquía, especialmente tras haber maniobrado para ser el jefe de Estado y de Gobierno a la vez, y además el líder regional desde Ankara. Erdogan apuntala desde hace años una visión neootomana para el país y al ver que los recientes acontecimientos hacían peligrar su control casi absoluto, la autocracia Erdoganiana, se decidió por la intervención en Siria. La solución que ha encontrado para mantenerse fuerte ha sido la de atacar a un enemigo, los kurdos, un objetivo histórico de Turquía, esta vez en el exterior como medio para mostrar la fortaleza que es Turquía. Las consecuencias de ello en el plano turco y global serán duraderas. 

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Al enarbolar la identidad y el patriotismo turco, y lanzar una intervención militar en nombre de la seguridad nacional, Erdogan ha logrado lo que no muchos pensaban a estas alturas: que el pueblo le respalde. Para ello no duda en aplacar a los críticos, acallar a las voces contrarias provengan de cualquier círculo, como ha hecho en los últimos años al encarcelar a cientos de abogados, académicos, periodistas y burócratas no afines. Así, Erdogan ha llevado al país donde quiere, a un grado de presión en el que el líder sultán controla los medios; en el que la libertad de expresión y reunión está bajo mínimos; y la oposición con poco margen de maniobra. 

Esta semana la Fiscalía turca ha abierto investigaciones contra 78 personas por criticar la ofensiva turca en público, entre ellos cinco diputados del partido prokurdo Partido Democrático de los Pueblos HDP, la tercera fuerza parlamentaria de Turquía,  incluidos sus colíderes, Sezai Temelli y Pervin Buldan. “Junto a nuestro pueblo y las fuerzas democráticas de Turquía, nos opondremos sin la más mínima duda a esta guerra ilegal e ilegítima. Para oponernos a la guerra, demos voz a Rojava [como los kurdosirios denominan a la región que controlan en Siria]”, son las palabras por las que están siendo investigados. También dos editores de publicaciones opositoras en Turquía, BirGün y Diken, fueron detenidos y acusados de “propagar el odio y la enemistad entre el pueblo” por criticar la ofensiva militar en las redes sociales.

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Durante los últimos años Erdogan ha desarrollado unas tendencias autoritarias que le han llevado a cambiar su estrategia, desde que lograra convertir a Turquía en un régimen presidencialista, y no solo aplacar a los críticos externos sino a los internos. Erdogan no ignora las amenazas de sus antiguos aliados políticos y responsables de las carteras económicas y de exteriores turca durante los años dorados del partido de Erdogan, Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP): Ali Babacan y Ahmet Davutoglu aseguran estar preparando un nuevo movimiento político. 

Hoy, después de mucho tiempo, tiene a una gran parte de la opinión pública turca en su favor distraídos por el discurso de la seguridad nacional y por la presentación de un enemigo exterior para intentar tapar los graves problemas internos. ¿Hasta dónde llegan sus ambiciones? La retórica nacionalista hace pensar que hasta que construya un nuevo imperio con un renovado papel en el mundo árabe. 

En esa visión regional, y por tanto internacional, es donde Erdogan más está apostando. Para ello se aleja de su aliado en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y acercándose a Rusia. En cuanto a la geopolítica destaca su claro distanciamiento de Occidente y acercamiento a Rusia, especialmente en el plano defensivo y militar con su decisión de rechazar la compra de los aviones de combate F-35 de Estados Unidos y, en su lugar, ejecutar una compra de misiles antiaéreos S-400 de Rusia.  El país otomano se ha convertido en el último peón entre Rusia, el eterno rival de la OTAN, y Estados Unidos, que amenaza con sanciones económicas contra Turquía e incluso con la expulsión de la Alianza. 

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Los yihadistas presos no parecen preocuparle demasiado. Pese a que Erdogan puede facilitar el resurgimiento de Daesh, prefiere jugar con ello, instrumentalizarlo a su favor con el objetivo de mostrar músculo e intimidar a Europa. "Unión Europea, recupera el juicio. Si defines nuestra operación como una invasión, nuestro trabajo es fácil. Abrimos las puertas y te enviamos 3,6 millones de refugiados", aseguró el político islamista en un discurso el jueves en Ankara ante miembros de su partido, el AKP. A su vez, esto causará un rift mayor en las relaciones entre EEUU y la UE, ya que el primero defiende que es el segundo quién se tiene que encargar de los terroristas que están detenidos por los kurdosirios, principalmente porque se encuentran a las puertas del continente europeo. 

Erdogan está jugando sus cartas. Su acercamiento a Vladimir Putin es notorio pero a la vez mantiene una buena sintonía con Donald Trump. Pero esta semana, el 8 de octubre en medio de la confusión reinante por la intervención en Siria, sucedió algo que sugiere que su apuesta a futuro se inclina más hacia el líder ruso. Los gobiernos de Rusia y Turquía firmaron un acuerdo sobre pagos en moneda nacional (rublos y liras), según informó el Ministerio de Economía ruso, algo que probablemente tenga que ver con la amenaza de sanciones por parte de EEUU. El objetivo del acuerdo es aumentar el atractivo de las monedas nacionales para las empresas turcas y rusas, crear una infraestructura adecuada del mercado financiero y pasar gradualmente a utilizar el rublo ruso y la lira turca en los pagos entre las partes.

Pero esa cercanía con Rusia puede llegar a ser nociva si los kurdosirios a los que Erdogan ataca en el noreste de Siria, terminan por aliarse con el régimen de Bachar al Asad que cuenta con el apoyo incondicional de Moscú. Rusia ha dicho que hará todo lo posible para facilitar  negociaciones entre los kurdos y Damasco.

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El triunfo de Ekrem Imamoglu, el político socialdemócrata que ha acabado con 25 años de dominio de partidos islamistas en la alcaldía de Estambul, supone la mayor amenaza interna para el autócrata. Imamoglu, de 48 años, es la figura política que podría vencer en las urnas a Erdogan tras verse perfilado, con mucho respaldo popular, como uno de los nuevos dirigentes del Partido Republicano del Pueblo (CHP), el principal de la oposición.  Algunos apuntan a un cambio generacional político pero el sultán Erdogan no dejará que eso suceda con facilidad. Las próximas elecciones previstas para 2023, si no antes, será la última prueba. 

Ante las críticas de la Unión, y la mayoría de actores de la comunidad internacional, el político islamista se siente más fuerte. En estos momentos nada le intimida ya que pretende llevar el liderazgo neootomano a un nivel mayor. Sus ambiciones de ser recordado como el hombre más poderoso en la historia de Turquía, incluso sobrepasando a Ataturk, pueden con todo.  El desenlace de la intervención militar en Siria será determinante para ello y para determinar quién se establece las alianzas políticas internacionales de Turquía. Por ahora, el Gobierno de Erdogan parece haberse vuelto permanente y seguirá siendo el nacionalismo islamista turco el faro que le ilumina. 

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