Por Pedro Canales
Foto: Tunecinos haciendo cola para votar en las últimas elecciones generales.
El proceso de transición política en Túnez ya ha conseguido una segunda victoria: haber realizado por vez primera elecciones legislativas libres y democráticas en el país. La primera fue el dotarse de una Constitución moderna debatida y votada por los representantes directos del pueblo, y basada en los principios irrenunciables de la libertad, la justicia y el respeto a los derechos individuales y colectivos de la ciudadanía. Con las próximas elecciones presidenciales a realizar en dos tiempos, el primero el próximo 23 de noviembre, y el segundo – si fuese necesario al no conseguir ningún candidato la mayoría absoluta de votos emitidos – el 28 de diciembre. Dicho esto, los recientes comicios legislativos han dejado unas cuantas enseñanzas, que podemos resumir así:
La abstención
En primer lugar, la abstención por activa (electores inscritos que no han acudido a las urnas) y por pasiva (ciudadanos con derecho a voto que no se han inscrito en las listas electorales), oscila entre 4 millones y medio y 5 millones, lo que se traduce en un 58% más o menos del cuerpo electoral. Por tratarse de las primeras elecciones libres en el país desde hace decenios, una participación electoral del 42% se puede considerar como un mal índice cercano al fracaso político. En todos los procesos de transición política vividos desde hace más de medio siglo, como por ejemplo en Iberoamérica, en España o en los países de Europa del Este, las tasas de participación siempre han sido superiores al 60%. En segundo lugar, mientras que las elecciones a la Asamblea constituyente de 2011, dieron como resultado global una participación de casi el 50% del electorado, desglosado en un 53% favorable a los islamistas y sus aliados políticos con 118 diputados, y un 47% para el campo laico disperso en casi una veintena de listas de amplio espectro político con menos de un centenar de diputados, las legislativas de septiembre de 2014 han modificado totalmente la composición política de la Asamblea. Los islamistas del movimiento Enahda y sus aliados, han caído hasta los 73 diputados, perdiendo 45 escaños; mientras que el campo opuesto ha ascendido hasta los 144 diputados. Resultados que reflejan dos aspectos: que el electorado ha castigado a los partidos gobernantes en estos tres años, los islamistas y sus aliados; y que ha pesado el voto del miedo a verse repetir en Túnez el descalabro acontecido en Egipto, y en parte en Libia, donde el Gobierno de los Hermanos Musulmanes sumió el país en los albores de la guerra civil.

Coalición de corrientes
El principal vencedor de las elecciones legislativas, Nidaa Tunes, es un frente, una coalición de corrientes y personalidades políticas aliadas por la circunstancia en un enfoque anti-islamista. Con sus 86 diputados no tendrá ninguna dificultad en encontrar aliados para completar los 109 escaños necesarios para tener mayoría absoluta en el Parlamento y formar un Gobierno con respaldo suficiente. Sin embargo, la heterogeneidad misma de Nidaa Tunes es su talón de Aquiles: las presiones sociales producto de la crisis socio-económica, le hacen muy vulnerable, y su estabilidad a medio plazo no está de ningún modo garantizada. Cabe destacar que el partido islamista Enahda, que ha perdido 20 escaños, ha resistido al temporal manteniendo lo esencial de su electorado intacto, sus bases militantes activas y su aparato político sin fisuras. En contra de lo que se podía esperar Enahda no ha sufrido apenas bajas en su cúpula directiva, ni escisiones dignas de mención. El partido que dirige el jeque Rached Ghanuchi ha demostrado coherencia y capacidad de resistencia. Las próximas citas políticas de los partidos que han concurrido a las elecciones van a estar marcadas por profundos cambios, si no verdaderos terremotos. Nidaa Tunes deberá, una vez finalizadas las próximas elecciones presidenciales para las que parte favorito, contentar a todas las personalidades y cabezas de lista regionales que han permitido el triunfo arrollador del partido de Beji Caid Essebsi. Y no lo tendrá fácil, pues cada ‘barón’ querrá su recompensa en puestos políticos o institucionales. Ello sin contar con que también tendrá que tener en cuenta la inevitable “recompensa” a los aliados.
Otras fuerzas
Otros partidos, como el del actual presidente, Moncef Marzuky, el Congreso por la República, o el demócrata Ettakatol del veterano opositor y hasta ahora presidente de la Asamblea Constituyente, Mustafá Ben Jaafar, ambos perdedores el primero de 12 escaños quedándose sólo en 4, y el segundo de los 13 que tenía, deberán revisarse de arriba abajo si no quieren simplemente desaparecer como formaciones políticas. En cuanto al movimiento Enahda, su próximo congreso puede ser decisivo. Porque aunque su líder Ghanuchi ha demostrado su altura de miras como ‘hombre de Estado’ al retirarse del Gobierno permitiendo la formación de un Ejecutivo tecnócrata dirigido por Mehdi Jomaa, y al decidir no presentar candidato propio para las presidenciales con el fin de evitar un enfrentamiento sociopolítico de incalculables consecuencias, en el interior del partido hay otras facciones que esperan su turno. La posibilidad de una sucesión caótica del líder de Enahda, preocupa tanto en Túnez como fuera del país. Su carisma y sus convicciones demócratas se han dejado ver en la discusión de la Constitución en la que hizo frente dentro del partido a quienes querían incluir la “Sharia” como fuente de jurisprudencia, y relegar a la mujer como “complemento” del hombre. Fue Rached Ghanuchi quien impuso dentro de Enahda la igualdad del hombre y la mujer, y quien impuso el fin de la denigración del padre de la Independencia, Habib Burguiba. El próximo cónclave del islamismo tunecino será vital para saber si Enahda evoluciona hacia un partido reformista como el turco o el marroquí, o se radicaliza hacia posiciones como el de los Hermanos Musulmanes egipcios. También ahí se juega el porvenir de Túnez.