Corea del Norte, la historia interminable

Entre los muchos focos de tensión presentes en el mundo actual, uno de los que presentan un mayor riesgo de escalada se sitúa en la península de Corea. Un régimen dictatorial, hermético, que mantiene a su pueblo aislado de la realidad y en condiciones paupérrimas, invirtiendo una cantidad ingente de su exiguo presupuesto en unas Fuerzas Armadas desproporcionadas y cuya nefasta planificación económica ha provocado ya varias hambrunas. Ante una situación así, y la necesidad permanente de ofrecer un enemigo exterior al que culpar de todos sus males, la posibilidad de una huida hacia delante sin retorno parece cada vez más plausible.

En ese contexto, y dejando de lado otras consideraciones, si hay algo que se le puede reconocer a la anterior Administración norteamericana es el éxito en su política frente al régimen de Corea del Norte.
El presidente Barack Obama advirtió en su día al electo Donald Trump que el programa de armas nucleares de Corea del Norte sería el mayor peligro al que se enfrentaría como presidente.
Ya en el poder, la Administración Trump puso en marcha una política de “máxima presión” contra el régimen de la familia Kim en Corea del Norte, buscando de ese modo obligar al dictador Kim Jong-un a poner fin a su empeño de hacerse con un arsenal nuclear. El amplio conjunto de sanciones sentó precedentes en cuanto a su alcance, e incluso contó con el apoyo público de la República Popular China (RPC), el aliado más cercano y casi único de Corea del Norte.

Como parte de esa presión, y unido a las sanciones económicas, Estados Unidos llevó a cabo una acumulación masiva de poder militar en la península coreana y sus alrededores para garantizar su preparación ante una posible operación militar contra Corea del Norte. Las Fuerzas de Estados Unidos en Corea (USFK), especialmente el Octavo Ejército de Estados Unidos, fueron el eje central de esos preparativos que ocuparon varios meses en 2017. Los stocks de suministros, especialmente municiones y suministros médicos, se incrementaron ostensiblemente y se puso en marcha un plan para adiestrar, recibir e integrar a otras unidades procedentes de EE. UU. en la USFK para poder actuar, llegado el caso, junto a las fuerzas surcoreanas.
Todos estos preparativos se llevaron a cabo de una forma abierta, de tal modo que por primera vez en mucho tiempo quedaba patente que Estados Unidos estaba considerando seriamente opciones militares para acabar con el programa nuclear norcoreano. El dictador norcoreano, al igual que todo el mundo, presenció estos movimientos, y probablemente tuvo más información a través de la inteligencia que la República Popular de China comparte con su régimen, por lo que sus conclusiones fueron las mismas.

Es imposible saber si esta acción por sí sola fue el factor decisivo que empujó al líder norcoreano a buscar la apertura de la vía diplomática con Estados Unidos, pero lo cierto es que ese fue el resultado final. Dentro de la posibilidades se puede contemplar el que Corea del Norte llegara a la conclusión de que su programa nuclear sólo había servido para acercar más a Estados Unidos y Corea del Sur, con un impacto especialmente significativo en su la alianza militar, y que era hora de adoptar una nueva vía con mejores perspectivas a corto plazo, teniendo en cuenta una percepción tan importante como la reconocida insatisfacción expresada por Trump respecto al peso, en términos de coste económico, que asume EE. UU. en la defensa de Corea del Sur. En este punto hay claros paralelismos con la posición del anterior presidente norteamericano para con la OTAN y el coste que asume su país frente a otros miembros que no asumen ni siquiera los compromisos mínimos. Del mismo modo, también influyó el hecho de que el por aquel entonces presidente surcoreano Moon Jae-in era progresista y mucho más abierto al diálogo y a mejorar las relaciones con Corea del Norte, y cómo no, los tiempos: los Juegos Olímpicos de Invierno se celebrarían en Corea del Sur en febrero de 2018, y ello constituía un escaparate mundial y una oportunidad fantástica para reducir las tensiones y mejorar la imagen del sátrapa norcoreano.

Independientemente de su cálculo exacto, a lo largo de 2018 y hasta su reunión final con Trump en la zona desmilitarizada coreana el 30 de junio de 2019, Kim demostró las artimañas y habilidades para preservar su régimen e impulsar aún más su programa nuclear.
No cabe duda de que Kim Jong-un no es ese líder con tintes de personaje ridículo que muchas veces se nos quiere hacer ver. Cierto es que su imagen no ayuda. Su gran virtud es que prácticamente desde su llegada al poder ha sabido leer muy bien a Estados Unidos y calibrar sus acciones. Y los pasos dados tanto por su vecino del sur como por EE. UU. le han dejado claro que Washington no desea un conflicto militar y que Corea del Sur y Estados Unidos se contienen mutuamente en los momentos de mayor tensión. Sabe perfectamente que ni del otro lado de la frontera, ni del otro lado del Pacífico se tomará medida alguna que desencadene una guerra, y a esta certeza ha de unirse la firme convicción de que Pekín no abandonaría a su aliado en caso de crisis.

Todo lo anterior, por ahora, sitúa a Corea del Norte en una posición de ventaja. De ahí su posicionamiento en conflictos como la guerra de Ucrania, donde se ha situado claramente del lado del invasor, suministrando grandes cantidades de munición a Rusia. No está aún muy clara cuál es la contraprestación, pero probablemente ésta se esté dando en forma de abastecimiento de recursos energéticos, algo mucho más útil para Corea del Norte que las divisas.

La realidad hoy en día es que el problema norcoreano se encuentra en una nueva y potencialmente peligrosa fase. Kim Jong-un ha demostrado ser despiadado y muy inteligente, durante más de 10 años ha sabido jugar sus cartas, manipulando hábilmente a dos potencias mundiales en su beneficio y está adaptando su régimen y la economía de su país para asegurarse el control por parte de la dinastía.
En el plano nuclear, no se ha conformado sólo con la capacidad de atacar a Estados Unidos con armas nucleares, sus pasos van dirigidos ahora mismo a desarrollar una capacidad de “segunda respuesta” que sirva para evitar ataques preventivos contra su programa de armas nucleares o de cualquier otro tipo. Esto situaría al país al nivel de las principales potencias nucleares del mundo, incrementando exponencialmente su capacidad de disuasión.
En paralelo a su capacidad nuclear, Corea de Norte posee una enorme capacidad de disuasión convencional, basada principalmente en su artillería de largo alcance. Ello convierte la opción bélica contra Pyongyang sencillamente en algo inaceptable. Una simple respuesta convencional contra Seúl, que entra dentro del radio de alcance de la artillería norcoreana, causaría miles de muertos y heridos, devastando además uno de los principales centros económicos del mundo. Y esa es precisamente la clave de la situación actual. El peso económico de Corea y su papel como centro de producción tecnológica a nivel mundial hacen que no pueda plantearse ninguna opción que ponga en riesgo su capacidad de producción. Los efectos en la economía mundial serían tremendos, y nadie quiere enfrentar ese fantasma.

Kim Jong-un es demasiado inteligente para pensar que la reunificación de las dos Coreas, evidentemente bajo su régimen, es algo imposible. Sin embargo, es perfectamente consciente de la situación del tablero geopolítico mundial, y va a continuar sirviéndose de ésta para obtener, por un lado, todo el beneficio posible, y, por otro, para avanzar en su capacidad de disuasión para, de ese modo, asegurarse su permanencia y la de los suyos en el poder, además de la continuidad del régimen a costa de lo que sea. El estado de las cosas evidencia que el régimen es mucho más racional de lo que queremos creer, pero cada vez es más peligroso, pues se siente más seguro que quizás en cualquier otro momento de las últimas décadas.