El duro terremoto sufrido ha dejado numerosas víctimas e importantes daños, pero las acciones solidarias se multiplican sobre el terreno en las zonas afectadas

Epicentro de la solidaridad en el Alto Atlas de Marruecos

photo_camera PHOTO/Diana Rodríguez Petrel

La imagen se repite una y otra vez a lo largo del Alto Atlas marroquí: centenares de pueblos que han desaparecido del mapa sepultados bajo los escombros y convertidos ahora en grandes hileras de tiendas de lona y cementerios improvisados.

Los habitantes de esta enorme cordillera intentan reponerse del golpe, probablemente, el más duro de sus vidas. Se calcula que hay más de 300.000 afectados por el terremoto, pero podrían ser muchos más si tenemos en cuenta que la zona cero es gigantesca y que las aldeas más remotas son prácticamente inaccesibles.

No hay más que coger la ruta hacia Asni, Imlil o Amizmiz (a los pies del Toubkal) para darse cuenta de la magnitud del desastre causado por el terremoto que afectó sobre todo a Marrakech y a provincias como Al-Haouz o Chichaoua.

Por el camino nos topamos con Tikekht -una pequeña aldea a unos 80 kilómetros al sur de Marrakech que ha acabado hecha añicos- y donde la cuarta parte de la población ha fallecido sepultada bajo los cascotes. De sus 350 habitantes, 80 no lograron sobrevivir y yacen ahora en una fosa común improvisada en el centro del pueblo a escasos metros del lugar donde los niños suelen jugar a la pelota. Sólo queda en pie el minarete. Said, un chico de esta pequeña localidad a 1.500 metros de altitud nos cuenta lo que sucedió en cuestión de segundos. “Estábamos durmiendo y el techo se nos cayó encima, ayudé a mi mujer que está embarazada y la llevé al hospital. Afortunadamente al final sólo es pierna rota”, nos contaba Said con el dolor escrito los ojos porque ha estado cerca de perder a su mujer y también a su futuro hijo.

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“Mi historia y mi proyecto de vida ya no están”

No corrió la misma suerte la familia de Abderramán, un vecino de Tafeghaghte y antiguo guía políglota, que narra con pavor cómo perdió a su padre y a su cuñado la fatídica noche del terremoto y nos cuenta que ahora no le queda otra opción que malvivir en una gasolinera de Amizmiz, de lo poco que ha quedado en pie en el municipio. Todas las casas, muchas de ellas de adobe, han sido borradas del mapa y sus vecinos ya no están. “He perdido a mi padre, y hace años también a mi madre. Mi historia y mi proyecto de vida ya no están”, ha lamentado Abderramán.

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Las casas de adobe son una trampa mortal para sus habitantes

En Amizmiz precisamente está el centro de operaciones de la Unidad Militar de Emergencias y allí ha sido destinado el sargento primero de la UME, Jesús Pastor, que nos describe el horror que se han encontrado en Talat N` Yaqqoub, Mulay Brahim y Anougal. En esta última población estuvieron levantando piedras durante varias horas para poder recuperar de los escombros el cuerpo de un niño de 12 años. “Cuando el perro de cadáveres ladró y fue directo ya sabíamos lo que había, pero siempre se tiene esperanza de que al lado haya otro familiar u otra persona. No hubo suerte”, nos ha contado el sargento primero de la UME mientras nos enseñaba el campamento y el centro de operaciones de los militares españoles en Amizmiz. Y es que las casas de adobe, advierte, son una trampa mortal para sus habitantes. Lamentablemente el equipo de Bomberos Forestales de la Generalitat Valenciana también logró sacar con vida a una niña de 9 años, que finalmente murió.

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El Atlas como epicentro de la solidaridad

El Alto Atlas marroquí es el epicentro del horror, el epicentro del dolor, el epicentro de la destrucción, pero también es el epicentro de la solidaridad. Miles y miles de voluntarios llegados de todo el mundo se han organizado para movilizar y entregar la ayuda. En estos días nos hemos cruzado con voluntarios marroquíes y españoles (muchísimos), pero también con voluntarios coreanos, israelíes, franceses y uruguayos. Todos ellos volcados con el pueblo marroquí que ha sufrido el peor terremoto de los últimos 120 años.

Hasta Asni llegaban 6 camiones con 200 colchones, mantas, ropa y víveres, y a bordo un grupo de mujeres marroquíes. Han venido conduciendo desde Casablanca para entregárselo a la población que se ha visto obligada a mudarse a una tienda de campaña. La gente está durmiendo fuera por miedo a las réplicas y a las grietas de los muros de las pocas casas que han quedado en pie. Y Andrés, un uruguayo afincado en Marrakech, que se ha ofrecido como conductor para llevar ayuda humanitaria, admite que para él es “un privilegio poder ayudar a la gente que lo necesita y solidarizarnos con ellos”. “Hemos estado cerca de Amizmiz y nuestra idea es poder ayudar también largo plazo, ayudar en la reconstrucción. Ojalá el mundo no se olvide de Marruecos”, ha dicho mientras echaba gasolina para continuar con su labor.

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Las historias de solidaridad en torno a este terremoto son infinitas. A Paolo, un turista español de 19 años, le pilló todo en Ouazarzate y -en vez de marcharse como la mayoría de turistas- prefirió quedarse para ayudar al pueblo marroquí en estos momentos tan duros. Por eso ha viajado hasta Amizmiz en autobús, uno de los municipios más afectados por el seísmo, para llevar mantas a quienes se han quedado sin hogar, sobre todo porque en los pueblos del Alto Atlas -de madrugada y en esta época del año- pueden alcanzar los 4 o 5 grados bajo cero. Paolo se ha gastado prácticamente sus ahorros y el presupuesto que tenía para el viaje, aunque le ha merecido la pena porque dice que se va “con el corazón lleno de vivencias”.

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Las colas para donar sangre se repiten cada día en Marrakech

La solidaridad también se plasma en las largas colas que se repiten cada día para donar sangre en el Centro Regional de Transfusiones de Marrakech, frente al Hospital Universitario Mohamed VI. Allí charlamos con Dawn, una americana de Florida que no dudó en coger un autobús desde Tánger sólo para donar. Adora Marruecos, ha estado en muchas ocasiones y cree que donar es la mejor manera de aportar su granito de arena a la recuperación de los más de 5.500 heridos que ha dejado este devastador terremoto. “He estado en Marruecos muchas veces y su gente siempre ha sido muy buena conmigo, el año pasado me puse realmente enferma, se portaron muy bien llevándome al hospital y me ayudaron a salir adelante. Así que creí que lo menos que podía hacer era venir como voluntaria. Y aquí estoy para donar sangre. También he hecho una transferencia de 500 dólares en las últimas 48 horas”, confiesa esta turista americana visiblemente emocionada.

Otra de las personas que se han acercado estos días al Centro de Transfusiones de Marrakech es Amina, una estudiante marroquí que dice que lo hace como un gesto de amor a su pueblo. “Quiero ayudar a quienes han sufrido las consecuencias de este terremoto y, si Alá quiere, volveré a donar sangre otro día”. Y Hachim, uno de los afectados en el Alto Atlas, ha aprovechado su único día libre de la semana para ir a donar. “Lo hago por mi pueblo, por los musulmanes, por mis hijos, por mis hermanos y por mi familia”, se lamentaba a las puertas del centro hospitalario.

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El Ejército marroquí ha sido clave en este despliegue con la puesta en marcha en Asni del único hospital de campaña que hay en la zona cero. Se trata de un centro en el que, además de ofrecer atención sanitaria de emergencia, realizan operaciones quirúrgicas y por donde han pasado ya más de un millar de personas. Y como anécdota, los soldados marroquíes han instalado al lado una cama elástica para que los menores de Asni se olviden por un momento del terrible terremoto y recuerden que siguen siendo niños.

Hana el-Abdalaoui, cooperante española de la ONG internacional Islamic Reliefe, ha empezado junto a su equipo la distribución de mantas y colchones en la zona de Amizmiz, en la zona rural del municipio. Pero advierte de que la mayor dificultad que se están encontrando en estos momentos es que “no hay stock suficiente de colchones en Marrakech” y por eso unos compañeros han tenido que ir hasta Casablanca a por más material. “Hemos visto el terror en las caras de las personas porque todavía están en fase de shock después de haber visto fallecer a familiares o verlos gritar debajo de los escombros”. “Lo que vemos es una réplica en todas estas zonas rurales, personas que duermen al aire libre y que no se atreven a entrar a sus casas”, o porque nos inhabitables o porque han quedado totalmente demolidas, asegura.

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Hay aldeas fantasma que han perdido a casi todos sus vecinos

Lo que más le ha impactado a Hana en estos días es llegar a una aldea completamente demolida en la provincia de Chichaoua, donde sólo 6 de sus 176 habitantes han sobrevivido al seísmo. “A medida que iban sacando a las personas de los escombros, sólo sacaban extremidades y ahora la aldea se ha convertido en un cementerio”, lamentaba con el dolor grabado en la retina esta voluntaria de la ONG Islamic Reliefe. Y es que uno de los motivos por los que no está habiendo tantos rescates exitosos o milagrosos, es que la mayoría de las viviendas del Alto Altas eran de adobe (barro y paja secados al sol y sin cimientos) y que al derrumbarse no dejan apenas huecos de vida.  

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