Europa, escenarios y oportunidades

Definitivamente, podemos decir sin temor a equivocarnos que la Providencia nos ha dado la oportunidad de vivir tiempos interesantes, y mucho me temo que no en su acepción más positiva. Sin embargo, siempre podemos acudir a otro proverbio chino que dice que “toda etapa de problemas, o negativa, es también un momento de oportunidad”. El cómo la provechemos es cosa nuestra.
Tengo la sensación de que, debido a los acontecimientos sorprendentes, y bochornosos en algún caso, de los últimos días, en Bruselas hay quien se ha dado de bruces con la realidad que nos rodea y de repente han sido conscientes de los numerosos frentes que debemos atender.
Y, lo más importante, que sólo podemos confiar en nosotros mismos. Ante tal “caída del caballo”, cual Saulo camino de Damasco, (no podía venir más al tema la ciudad en cuestión), algo se está moviendo, aunque por ahora no pasamos de reuniones, discusiones e ideas con cifras mareantes que no van más allá de eso, de ideas. Y aunque no es nuestra intención analizar hoy esas propuestas, sí hemos de decir que no somos optimistas con la eficacia del resultado final. Ojalá debamos escribir un artículo para rectificar tal percepción. Nada nos sería más grato.

Aunque el foco está puesto, como no podía ser de otra manera, en Ucrania, son varios los frentes para tener en cuenta, con la particularidad de que varios de ellos, si no todos, se verán directamente afectados con lo que suceda en la frontera del este de Europa. Queda claro que nos jugamos mucho más de lo que el común de la población piensa.
Los principales teatros donde se tiene la mirada puesta son: Ucrania, el Sahel, la región Asía-Pacífico y el Ártico. Y en todos y cada uno de ellos, aun siendo de vital importancia para Europa, por un motivo u otro, el papel de Europa no es que no sea determinante, es que o bien lo hemos abandonado, o simplemente nunca hemos estado.
Por ello, la nueva dirección que ha tomado la política exterior de Estados Unidos puede tener como consecuencia una verdadera toma de conciencia por parte de Bruselas de la situación y la implicación de la Unión Europea al nivel que le corresponde. Pero al menos hasta hoy, ese horizonte se antoja muy lejano.

Lo que en algunos círculos no parece entenderse bien es que de las decisiones que se tomen debido al papel que queramos jugar en Ucrania, va a depender mucho la disposición y capacidad de Europa para actuar en el resto de los frentes que se van a ir abriendo.
Ante la situación creada en Ucrania, la Unión Europea debe decidir qué hacer, pero a pesar de la aparente preocupación, el mayor de los males de este ente ha hecho su aparición: la incapacidad para tomar decisiones de calado o, dicho de otra forma, más entendible, de pasar de las palabras a los hechos. Y lo más preocupante de esta realidad es que en gran medida esa falta de eficiencia se debe a que los Estados miembros, o bien anteponen sus intereses particulares (que no son otros que los intereses partidistas de las formaciones que gobiernan cada uno de los países), o bien buscan sacar el mayor beneficio posible de los posibles acuerdos que se alcancen.
Ucrania necesita ayuda. El vacío dejado por Estados Unidos es grande, y no sólo en lo que se refiere al suministro de armamento, equipos de todo tipo y munición, sino en lo que se refiere a la paralización del flujo de Inteligencia, vital en dos campos fundamentalmente: el conocimiento de los movimientos de las fuerzas rusas, incluyendo la alerta temprana ante ataques masivos con drones y misiles, y el apoyo al “proceso de targeting”, es decir la localización, identificación y designación de objetivos en profundidad dentro del despliegue ruso. La pérdida de ese apoyo de Inteligencia es lo verdaderamente grave y lo que puede permitir a Rusia hacer mucho más daño del que ya está haciendo.

En cuanto a armamento y munición, Europa es incapaz de cubrir el hueco dejado por EE. UU., pero puede cubrir parte de éste minimizando el impacto de la nueva posición norteamericana. Sin embargo, y al contrario de lo que muchos piensan, y a pesar de que durante los dos últimos años ya se han dado algunos pasos, volver a crear un verdadero entramado industrial al servicio de la defensa, que proporcione lo que se necesita, con el nivel tecnológico necesario y en las cantidades que se requieren, es algo que por mucho dinero que se invierta (y es necesario invertir cantidades inimaginables) tardará varios años en dar sus frutos.
Y no sólo se trata de construir fábricas de armamento y munición, se trata de captar y formar talento capaz de desarrollar nuevas tecnologías, perfeccionar las existentes y ponernos al nivel necesario para lograr la verdadera independencia o al menos para alcanzar unas cotas de dependencia mínimas. Estamos hablando de potenciar ciertos sectores tanto en la industria como en la educación y, lo que es más importante, en la percepción que tiene la sociedad europea sobre la seguridad y la defensa. Mientras no se consiga que dejen de ver esto como un gasto innecesario y no como una inversión que garantiza nuestro progreso y desarrollo en el resto de los campos, nada de lo que se está planteando será posible.

Del mismo modo, mientras que los países miembros no dejen de ver esto como un negocio o una oportunidad política, el momento histórico que afrontamos, y que nos da la oportunidad de cambiar para siempre los cimientos de la propia construcción de Europa, nada será posible y solamente estaremos malgastando tiempo y dinero. Y lo que es más grave, creando falsas esperanzas una vez más.
El área del apoyo de Inteligencia es más crítica de suplir, al menos al nivel que estaban recibiendo hasta ahora. Aun aunando todas las capacidades de los países más punteros y mejor equipados de la EU, difícilmente se alcanzaría poco más del 50 % lo que es capaz de proporcionar EE. UU.
El talón de Aquiles no obstante está en el uso de la constelación Starlink. No ya porque el sistema de mando y control descansa en el enlace que proporciona (aunque este es redundante y su pérdida no sería tan crítica), sino por la capacidad que da al empleo masivo de drones, ya que ofrece un ancho de banda más que suficiente para permitir que cientos de estos estén volando y transmitiendo imágenes simultáneamente. Recuperar ese recurso, crítico para el empleo de uno de los medios revolucionarios y más eficaces de este conflicto, sí que supondría un reto para Europa.

Así pues, como hemos comentado al comienzo, de lo que se decida y lleve a cabo con respecto al conflicto de Ucrania depende no sólo el futuro de este país (aunque tenemos el convencimiento de que con más o menos medios, con más o menos apoyos no cejaran en la legítima defensa de su suelo, como ya escribimos aquí hace más de dos años), sino la forma en que la UE podrá afrontar otras amenazas.
Si el escenario futuro nos sorprende con una realmente efectiva coordinación de los países miembros de la UE, de tal modo que no sólo se consiga el objetivo de mantener el apoyo a Ucrania, sino que nos lleve por la senda de una verdadera política común de seguridad y defensa, nuestra capacidad de acción e influencia en el Sahel también cambiará radicalmente, y ese será probablemente el escenario en el que nos deberemos emplear a fondo a medio plazo siendo muy optimistas.
Pero no debemos preocuparnos sólo por la amenaza del sur. El conflicto ucraniano también tiene implicaciones en lo que sucederá en el Ártico, área donde China (actor principal en la región Asia-Pacífico y que tiene mucho que ver con el “repliegue” de Estados Unidos de Ucrania) ha manifestado un creciente y público interés. No ya por el acceso a los recursos, algo complicado sin ser nación ártica, sino por lo que supondría cerrar el círculo de la “Ruta de la Seda” utilizando la ruta del norte de manera regular una vez abierta. Y dos naciones europeas están entre las cinco que se consideran “naciones árticas”, es decir, con costa y derechos sobre las aguas y recursos que allí se encuentran.

Cuando la tensión llegue a esa zona, que llegará, de nuevo se le pedirá a Europa que actúe. Si para entonces seguimos como hasta ahora, nuestra capacidad de reacción y de defensa de nuestros intereses comunes será la misma con la que nos hemos encontrado en el momento actual, es decir irrelevante.
Como vemos, y se ha expuesto al comienzo de estas líneas, no estamos ante frentes independientes. Son numerosos los vasos comunicantes que nos llevan a afirmar que lo que suceda en uno afectará irremediablemente a los otros. Y en todos ellos Europa tiene intereses y se juega su futuro como actor internacional.
Así pues, podemos plantear dos escenarios con dos denominadores comunes, al menos a medio plazo. En ambos, China se mantendrá al margen, actuando entre bambalinas, pero sin implicación directa y EE. UU. continuará con su política de retirada del escenario ucraniano y europeo.
En el primero, las cosas continuarán como hasta ahora. A pesar de las palabras y acuerdos, no se llevará a cabo ninguna reforma de calado y con planificación a largo plazo, lo que conllevará, no sólo un final indeseado o un enquistamiento infame de la guerra de Ucrania, sino lo que es más grave, pondrá de manifiesto definitivamente la debilidad de la Unión Europea y dará alas a todos aquellos que tienen interés en sacarla definitivamente de la ecuación. Y, por supuesto, nuestra capacidad de reacción, cuando el frente sur estalle, será nula.

En el segundo, la Unión Europea tiene la oportunidad de afianzarse como actor principal. Y si bien no podrá suplir todo lo que necesita Ucrania, ayudará a que el final sea otro muy distinto, o al menos no tan desfavorable, y, lo que es más importante, se habrá presentado como alguien a quien hay que tener en cuenta. Como muchos han mencionado durante esta semana, tendremos una verdadera y creíble capacidad de disuasión. No ya por los medios, al menos en el corto plazo, sino por la determinación, lo cual es mucho más importante.
La clave para que sea este segundo escenario el que se materialice está en la figura de un estadista. La UE necesita un verdadero estadista, con carisma y capaz de ejercer un liderazgo sin fisuras, y esa es nuestra mayor carencia.
Es más que probable que en ciertos círculos alguien haya dibujado un esquema mundial con tres polos, con diferente poder, pero tres polos situados en Washington, Pekín y Moscú. Y actualmente puede que sea así. Pero no olvidemos que por población y capacidades puede haber un cuarto que, aunque ahora suene a ciencia ficción, podría llegar a ser el más influyente.

Para finalizar recordaremos aquí unas palabras pronunciadas recientemente por el primer ministro polaco Donald Tusk: “Una organización que aúna 27 países con más de 450 millones de habitantes está pidiendo a un país con 340 millones que lo defienda de un tercero con 140 millones”. Desde luego, y expresado en lenguaje coloquial, el chiste se cuenta sólo.
La Unión Europea tiene capacidad, medios, talento y población para ser considerada una potencia como tal. El que suceda o no depende de nosotros, de lo que estemos dispuestos a asumir y de una figura capaz de liderarnos, que no es poco.