El 20 de marzo de 2003, el Ejército estadounidense intervino en Irak. George W. Bush y su Administración no dejaron de convencer a sus aliados de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva

Irak, la destrucción de una nación

photo_camera REUTERS/GORAN TOMASEVIC - Un soldado estadounidense observa la caída de una estatua del presidente iraquí Saddam Hussein en el centro de Bagdad, Irak, el 9 de abril de 2003

Irak sigue sufriendo las consecuencias de su última época reciente.

La historia de Irak, dominada por las guerras internas y externas, culminó en 2003 con la invasión unilateral del país por parte de una coalición liderada por Estados Unidos. A finales de los años noventa el consenso sobre Irak en el Consejo de Naciones Unidas quedó roto, las reacciones en contra de las consecuencias civiles de las sanciones comenzaron a extenderse y el régimen de Saddam Hussein lograba poco a poco ir rompiendo su aislamiento regional e internacional. Todo ello promovió la inquietud de Estados Unidos que, lejos de modificar su política contra Irak, la orientó aún más hacia el unilateralismo y el ejercicio directo de la fuerza. 

Esta foto de archivo fechada el 9 de abril de 2003 muestra a los iraquíes observando una estatua del presidente iraquí Saddam Hussein  AFP/PATRICK BAZ
Tras la primera guerra del Golfo: el contexto internacional

La invasión de Kuwait por parte de Irak se inscribió inicialmente en la misma estrategia de supervivencia y búsqueda de liderazgo que había motivado la agresión contra Irán en 1988, acentuada por la difícil situación económica interna y el creciente malestar social que trajo consigo la ruina de la larga guerra con Irán. Pero una serie de factores convirtieron en muy diferente este conflicto: la agresión iba dirigida hacia un país árabe, ponía en peligro a la región petrolífera pro-occidental por excelencia, y tenía lugar en un momento en el que el orden internacional cambiaba de manera determinante por el colapso y derrumbe final de la URSS. Cargado de deudas civiles y militares, cuya suma equivalía al montante del presupuesto anual del país, el Estado Iraquí iniciaba la década de los noventa en bancarrota. 

En julio de 1990, Saddam Hussein afirmó que Kuwait “robaba” desde 1980 el petróleo iraquí con sus extracciones del subsuelo de Rumayla y reclamó compensaciones. El pulso que Saddam Hussein decidió echar invadiendo Kuwait perseguía un doble objetivo, petrolero y financiero, pero también su salida al mar en el Golfo, fundamental para el desarrollo de su industria petrolífera. La primera fase del conflicto, entre el 17 de enero y 23 de febrero de 1991, se centró en bombardeos masivos sobre el potencial militar y económico de Irak y las tropas estacionadas en Kuwait. 

En esta foto de archivo tomada el 10 de julio de 2013, el ex presidente estadounidense George W. Bush AFP/ TOM PENNINGTON

Por parte norteamericana y occidental no faltaron tampoco las referencias religiosas y se extendió el discurso en torno a la idea de que la guerra era una “cruzada” de la civilización occidental en defensa de la democracia.  EE. UU. trasladaba una enorme ofensiva diplomática concertada en 12 resoluciones de la ONU que establecían la imposición de sanciones. La primera cuestión es que las sanciones, fueron pensadas inicialmente como una penalización por un corto periodo de tiempo para forzar la retirada de Kuwait. Pero la decisión del Consejo de Seguridad de mantener el embargo ha producido efectos devastadores en la sociedad iraquí. Entre 1990 y 2000 el índice de mortalidad entre la población iraquí se convirtió en el más alto del mundo. Por lo que el Consejo de Seguridad de la ONU puso en práctica el programa ‘Petróleo por alimentos’, por el cual se permitía al Gobierno Iraquí vender un porcentaje del petróleo para financiar importaciones de comida y otros productos humanitarios esenciales. 

La ruptura de la unipolaridad

A finales de los años noventa el consenso sobre Irak en el Consejo de Naciones Unidas quedó roto, las reacciones en contra de las consecuencias civiles de las sanciones comenzaron a extenderse y el régimen de Saddam Husein lograba poco a poco ir rompiendo su aislamiento regional e internacional. Todo ello promovió la inquietud de EE. UU. que, lejos de modificar su severa política contra Irak, la orientó aún más hacia el unilateralismo y el ejercicio de la fuerza. 

En esta foto de archivo tomada el 2 de abril de 1991, un tanque T-62 iraquí de fabricación soviética abandonado se encuentra en el desierto de Kuwait mientras un pozo de petróleo del campo petrolífero de al-Ahmadi arde en el fondo AFP/PASCAL GUYOT

Una vez terminada la guerra, Irak quedó situado bajo un régimen de tutela bajo control permanente y por un periodo sin determinar. La ONU, puso en funcionamiento, tras la liberación de Kuwait un sistema de sanciones sobre Irak sin determinar cuándo y en qué condiciones se levantaría. La ONU sirvió de marco y de instrumento para una acción concertada de circunstancias excepcionales hizo posible, pero no desempeño ningún papel de actor en la guerra. Las decisiones del Consejo de Seguridad no dieron lugar a la puesta en práctica de ningún dispositivo operativo bajo mandato de la ONU. De hecho, el Consejo de Seguridad sólo aportó legitimidad para el ataque, pero fue EE. UU. quien monopolizó el control de la operación militar y la decisión de cuándo acababa. 

La operación ‘Zorro del desierto’ emprendida entre el 16 y 19 de diciembre, abrió las puertas de la disensión en el Consejo de Seguridad de la ONU, que se acentuó con la posterior política de EE. UU. de actuación fuera del marco de Naciones Unidas, lanzando bombardeos continuos de baja intensidad, reforzando las zonas de exclusión aérea y renovando su apoyo a la oposición política y armada iraquí contra el régimen de Saddam Hussein. A partir de entonces el discurso oficial norteamericana se centró más que nunca en la necesidad de forzar el cambio de régimen en Irak y la Administración Clinton promovió la aplicación de la ‘Irak Liberation Act’, esta aplicación respondía a las presiones crecientes en el Congreso y entre los Republicanos, de establecer un Gobierno pro-americano en Bagdad que fuese sensible a los intereses de EE. UU. en Oriente Medio. Y hasta que eso no ocurriese Irak no sería reintegrado en la comunidad internacional ni aliviado de las sanciones.

En esta foto de archivo del 4 de noviembre de 1990, en respuesta a la invasión de Kuwait por parte de Irak, tropas de la 1ª División de Caballería de Estados Unidos se despliegan por el desierto saudí durante los preparativos previos a la Guerra del Golfo AP/GREG ENGLISH

La Administración Bush comenzó su mandato ordenando el 16 de febrero de 2001 un intenso bombardeo contra Irak que sobrepasó la zona de exclusión aérea del sur y alcanzó Bagdad. EE. UU. y su aliado británico quedaron casi aislados en esta nueva ofensiva bélica, condenada por la comunidad internacional. Lo que Bush denominó “operación de rutina”, Rusia, Francia y China lo denunciaron como una violación de la ley internacional y de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, seguidos de muchos otros países. Pero en el mundo árabe provocó una ola de rabia y frustración, dado que hacía unos meses que había comenzado la segunda Intifada palestina y estaba siendo reprimida por el Gobierno de Israel con el apoyo de EE. UU.  El sentimiento contra la política norteamericana en la región inflamó los ánimos y los medios de comunicación árabes, a la vez que sus gobernantes temerosos de desafiar a EE. UU. expresaban discretamente su rechazo. De todo ello sacaba beneficio Saddam Hussein ante las opiniones y sentir árabes y musulmanes. 

En esta foto de archivo del 4 de noviembre de 1990, en respuesta a la invasión de Kuwait por parte de Irak, tropas de la 1ª División de Caballería de Estados Unidos se despliegan por el desierto saudí durante los preparativos previos a la Guerra del Golfo AP/GREG ENGLISH

Con este trasfondo, Rusia amenazó con utilizar su veto porque consideraba que la propuesta norteamericana-británica consolidaba el principio de las sanciones en vez de avanzar en su levantamiento a través del proceso de desarme. Francia intentó minimizar la extensión del control internacional sobre la economía de iraquí y propuso una serie de medidas más flexibles que no fueron aceptadas, y China empezó a expresar de manera más evidente su oposición. Esa incapacidad norteamericana de restablecer el consenso internacional sobre Irak de acuerdo con sus posiciones y la constatación de que el mantenimiento de la zona de exclusión del sur y sus bombardeos se agotaban en sí mismos y tenían inmenso coste económico, incremento la determinación de la Administración Bush de actuar en solitario para poner fin al Gobierno de Saddam Hussein. Las diferencias en el seno de la Administración norteamericana sólo se limitaban a la elección del método para lograr ese fin. Los más conservadores defendían la intervención militar, ante otros más reticentes que consideraban que había que favorecer la conspiración interna en el seno del régimen iraquí para impulsar un golpe de Estado militar. El ataque contra New York y el pentágono del 11 de septiembre interrumpieron momentáneamente la puesta en práctica de este objetivo. Sin embargo, la alteración de las relaciones internacionales que dicho atentado trajo consigo a favor de EE. UU. no modificó la falta de consenso en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre la cuestión de qué hacer con Irak. Pero los políticos estadounidenses proclives a la invasión militar veían en la proclamación de la guerra contra el terrorismo una oportunidad para dar el golpe final a Saddam Hussein. 

Esta foto de archivo tomada el 2 de febrero de 2003 muestra un vehículo de expertos en desarme de la ONU pasando junto a un retrato del presidente iraquí Saddam Hussein mientras llegan a una fábrica de leche en Abu Gharib, a 15 km al oeste de Bagdad, en su 65º día de inspecciones sobre el terreno en Iraq AFP/AHMAD AL-RUBAYE
La irrupción del 11 de septiembre. El fundamentalismo islámico

La irrupción de 11 de septiembre supuso una excusa para defender esa campaña contra Irak. Los responsables norteamericanos combinaron argumentos de seguridad, humanitarismo y defensa de los valores democráticos: que el régimen de Saddam Hussein posee armas de destrucción masiva que amenazan la seguridad mundial, que dicho régimen tiene vínculos con Al-Qaeda lo que le convirtió en objetivo de la guerra contra el terrorismo como lo fue Afganistán. Ante el mundo esa decisión de acabar con la amenaza de Saddam Hussein, significaba la necesidad de preservar la paz mundial, de acabar con el régimen despótico y reacio a los intereses occidentales y los valores democráticos, la consagración de la guerra preventiva para neutralizar aquellos Gobiernos hostiles que contasen con armas de destrucción masiva, el deber de asegurar el acceso a los recursos energéticos de la zona… el 11 de septiembre fue una gran victoria táctica para los enemigos de Estados Unidos. Osama bin Laden esperaba que atacando a Estados Unidos haría presión sobre los líderes de ese país para que dejaran de apoyar a los regímenes de Oriente Medio. Creyó que sin el apoyo estadounidense los regímenes árabes colapsarían y serían sustituidos por Gobiernos de corte integrista. Lo cultural y religioso se va a convertir en el instrumento a partir del cual justificar moralmente la reconstrucción mundial, que aspiraba presidir EE. UU. ante la actuación occidental fuera de sus fronteras. La fórmula era la siguiente: si la explicación de lo que ocurre se basa sobre todo en un determinismo cultural y religioso antioccidental se consigue eludir las responsabilidades de la acción política y militar Occidental en el exterior. 

En esta foto de archivo tomada el 28 de agosto de 1990, desde la invasión de Kuwait por parte de Irak el 2 de agosto, lo que provocó un conflicto entre Irak y Kuwait y una intervención militar internacional AFP/ GERARD FOUET

La Guerra del Golfo fue la puesta en escena de ese nuevo orden. No sólo representó la supremacía de Estados Unidos en el mundo sino también se utilizó para consolidar la auto-legitimación de la supremacía de Occidente frente a los Otros. Lo que particularmente era la lucha contra un dictador concreto en un país árabe concreto, se convirtió en una cruzada global contra el islam en una concepción esencialista que fue muy útil para establecer las líneas fundamentales de la política occidental en la zona. Se piensa que el marco del islam constituye un mundo anquilosado que fija a sus sociedades en el pasado y la regresión como si determinase por sí mismo el devenir de esos pueblos.

En esta foto de archivo tomada el 19 de septiembre de 2006, el presidente estadounidense George W. Bush (izq.) estrecha la mano del secretario general de las Naciones Unidas Kofi Annan (der.) en un almuerzo durante la Asamblea General de las Naciones Unidas en la sede de la ONU en Nueva York AFP/ STAN HONDA
La invasión de Irak: ¿Qué llevó a la decisión final?

Como hemos visto, se suponía que el fin de la Primera Guerra del Golfo el 28 de febrero de 1991 terminaría el conflicto entre Irak y la coalición liderada por los EE. UU. Sin embargo, la Operación ‘Desert Storm’ fue sólo el comienzo. En los años subsiguientes, los Estados Unidos y sus aliados usaron fuerza limitada repetidamente contra Irak, mantuvieron sanciones y embargos, llevaron a cabo inspecciones de las ADM y los programas de misiles de Irak a veces intrusivas, apoyaron a la oposición anti-Saddam y trataron de aislar y debilitar al régimen de Bagdad. Además, desde diciembre de 1998, EE. UU. y Gran Bretaña han llevado a cabo un bombardeo sostenido, aunque reducido, sobre algunos objetivos iraquíes. Entre otros grandes poderes, sólo Gran Bretaña apoyó firmemente a los norteamericanos, mientras Francia, Rusia y China criticaron con dureza la situación, afirmando que las acciones tomadas eran infectivas e injustas.

En esta foto de archivo tomada el 1 de marzo de 1991, una larga fila de vehículos, entre los que se encuentran tanques y camiones T-62 de fabricación rusa del ejército iraquí, son abandonados por las tropas iraquíes que huyen en las afueras de la ciudad de Kuwait, después de que las tropas aliadas liberaran la capital de Kuwait AFP/ PASCAL GUYOT

No obstante, el objetivo final de 2002, era ya el cambio de régimen, ya sea mediante un golpe militar o mediante una invasión justificada como “ataque anticipatorio” contra un Estado díscolo que se dedica a desarrollar y desplegar armas de destrucción masiva, aunque también se abría a conseguir únicamente que Saddam Hussein aceptase colaborar con las inspecciones y el desarme. Sin embargo, el acceso directo al petróleo por parte de Estados Unidos y los beneficios de las compañías petroleras estadounidenses no bastan por sí mismos para explicar los intereses norteamericanos en Oriente Medio. 

En realidad, el asunto es mucho más complejo, ya que, si bien el mencionado atentado fue un hecho desencadenante, las verdaderas causas está sumergidas en una maraña de razones de muy diversa naturaleza a las que genéricamente denominamos “intereses” estratégicos. La guerra en Irak ya estaba en la mente de un sector ideológico de la clase dirigente norteamericana con meridiana claridad y las pasiones en el pueblo, listas para ser inflamadas tras los atentados.

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