El ISIS-K centra sus amenazas contra “el imperialismo chino” en Asia Central. Ya ha atentado contra sus intereses en el autoproclamado Emirato Islámico de los talibanes

La filial de Dáesh en Afganistán coloca a China en su punto de mira

photo_camera IMAGEN/ARCHIVO - En esta imagen difundida por el grupo yihadista, varios militantes del ISIS-K posan con rifles de francotirador M24, PSL DMR rumanos, rifles M16A2, RPK LMG, rifles AKM (con GP-25 UBGL), lanzadores RPG-7/Tipo 69 con cohetes PG-7V y OGi-7MA

Las amenazas de Dáesh han desaparecido de los titulares. No copan las portadas de los periódicos ni se emiten en los informativos de radio o televisión. La organización terrorista más temible del siglo XXI ha ido transformándose en una insurgencia de baja intensidad tras su derrota cuasi definitiva a manos de las milicias kurdas en 2019. Está muy lejos de recuperar el poder que amasó en el marco de la guerra civil siria. Hoy, sus ataques no reverberan a escala global, pero su dañina influencia se mantiene al alza en un puñado de regiones gracias a sus sanguinarias milicias afines

El Sahel, Somalia o Mozambique concentran en la actualidad el grueso de las hostilidades del grupo yihadista. También las sufre Afganistán. El reinstaurado Emirato Islámico, pilotado dos décadas después por los talibanes, es considerado un régimen “apóstata” a ojos de la rama afgana de Dáesh. En el país centroasiático opera el Estado Islámico del Gran Jorasán, conocido por sus siglas como ISIS-K, un grupo que combate al movimiento talibán desde hace siete años y que intenta desestabilizar su control del país, implantado en agosto de 2021 tras la abrupta retirada de Estados Unidos. 

La filial afgana de Dáesh tiene muchos enemigos, tantos como kuffār o infieles. Empezando por los talibanes y acabando por China, a quien ha colocado recientemente en su punto de mira. La nueva retórica de la organización terrorista denuncia el creciente imperialismo chino que se extiende por la región. 

Un artículo de la publicación en inglés del ISIS-K, Voice of Khorasan, criticaba con vehemencia la expansión económica de Pekín en Asia Central y los malos tratos infligidos por el régimen chino a los uigures, la minoría musulmana que habita en la provincia de Sinkiang. Las terminales mediáticas y propagandísticas del grupo yihadista no solo señalan, sino que amenazan de forma explícita a los intereses de China en la región. De hecho, en el número de mayo de la nueva revista en lengua pastún del ISIS-K, Khorasan Ghag, se pueden leer cosas como la siguiente: “Los guerreros del Estado Islámico atacarán las ciudades modernas de China para vengar a los musulmanes uigures”.

AFP/ NOORULLAH SHIRZADA - Militantes del Estado Islámico detenidos por el gobierno afgano son presentados a los medios de comunicación en Kabul, Afganistán, el sábado 21 de diciembre de 2019

Más allá de las violaciones de los derechos humanos de las minorías musulmanas en China, la amenaza se dirige contra los intereses comerciales del gigante asiático en Afganistán y el resto de sus vecinos. El plano religioso queda relegado a un segundo plano, predominan en este caso los factores económicos y políticos. En el citado artículo se analiza cómo atentar contra los multimillonarios proyectos chinos relacionados con la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), cuyo papel “colonizador” compara con la Compañía Británica de las Indias Orientales. Y pone ejemplos del cierre de las empresas chinas en la provincia mozambiqueña de Cabo Delgado, asediada por la insurgencia yihadista de Al-Shabaab. 

Las amenazas contra China han provenido de las distintas ramas de Dáesh, aunque la que ha cobrado más fuerza en los últimos meses es la del ya mencionado ISIS-K, que opera de forma clandestina en el Afganistán controlado por los talibanes. La rama de la organización yihadista reclama la unidad de lo que consideran la provincia de Jorasán, un territorio que abarca el noreste de Irán, Turkmenistán y el norte de Afganistán. Jorasán significa “la tierra del sol”, y formó parte del califato omeya desde principios del siglo VII. Pronto se convirtió en un centro de referencia para la cultura islámica primitiva. 

Es la primera vez que la organización terrorista amenaza a China de forma explícita desde 2017. Ese mismo año, dos ciudadanos chinos fueron secuestrados y ejecutados a manos de Dáesh en la provincia suroccidental paquistaní de Beluchistán. El emplazamiento escogido pretendía mandar un mensaje. Allí se encuentra el puerto de Gwadar, un proyecto emblemático del Corredor Económico China-Pakistán. Poco antes, el grupo yihadista había publicado un vídeo en el que aparecían combatientes extranjeros uigures entrenándose en Irak y prometiendo derramar “sangre china como ríos para vengar a los oprimidos”. 

En verano de 2014, el entonces líder del ISIS, Abu Bakr al-Baghdadi, incluyó a China en una lista de 20 países y regiones donde “los derechos de los musulmanes son arrebatados por la fuerza”. El fundamentalista de origen iraquí, abatido en 2019, mencionó específicamente “la extrema tortura y degradación de los musulmanes en Turquestán Oriental”, como es denominada la provincia de Sinkiang. Hasta 2019, Dáesh continuó apoyando la causa uigur y reclutando adeptos de esta etnia. Sin embargo, desde entonces “ha ignorado casi por completo la difícil situación de los uigures, algo en principio difícil de cuadrar con el papel autoproclamado del Estado Islámico como acérrimo defensor de los musulmanes de todo el mundo”, señala el analista Elliot Stewart en War on the Rocks

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El grupo yihadista redujo de forma significativa las amenazas veladas contra China, a quien consideraba el mayor rival de su principal adversario regional: Estados Unidos. Primó entonces la lógica del enemigo de mi enemigo es mi amigo. Percibían a China como un aliado indirecto para desplazar a Washington de una vez por todas y disolver su influencia regional. Pero el contexto ha cambiado. La Administración Biden emprende ahora una retirada paulatina del enclave, especialmente desde el plano militar, que altera la ecuación. El primer escenario fue precisamente Afganistán. 

Los agresivos señalamientos a Pekín llegan en un momento en que el gigante asiático redobla sus esfuerzos por ganar peso comercial en Asia Central y Oriente Próximo tras dos años de aislamiento a cuenta de la COVID-19. También coinciden con la emisión del informe de la ONU sobre las políticas represivas sobre los uigures y otras minorías de confesión islámica en Sinkiang. 

Hecha pública el pasado 31 de agosto, la investigación de Naciones Unidas confirmaba la existencia de los llamados “campos de reeducación” y arrojaba luz sobre algunas de las múltiples violaciones de los derechos humanos cometidas por el régimen chino contra centenares de miles de miembros de este grupo étnico que conforman 12 millones de personas, según el censo oficial, en su mayoría musulmanes. 

China teme la difusión de ideas y actividades de carácter extremista o separatista en esta región. Para contrarrestar las amenazas, Pekín ha sistematizado la represión y, de forma simultánea, ha fomentado durante décadas el desplazamiento de chinos de etnia han a la región para diluir la representación de la población uigur. Un caso de emigración interna incentivada por el Estado con fines políticos. En 1953, los uigures conformaban un 75% de la población de Sinkiang; hoy, el porcentaje se ha reducido hasta el 45%. 

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Sinkiang ocupa una sexta parte de la superficie de China y limita con ocho países, entre ellos Pakistán, las antiguas repúblicas soviéticas de Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán, además de Afganistán, con el que comparte una frontera de 74 kilómetros a lo largo del montañoso corredor de Waján. Ninguno de estos países ha apoyado históricamente la causa uigur. “Es más, [los Estados fronterizos] siempre apoyaron en silencio la política de persecución [de los uigures] por parte de Pekín con la extradición de activistas independentistas y refugiados uigures de vuelta a China sin juicio previo”, subraya el investigador kirguís Uran Botobekov en el portal Homeland Security Today

En Sinkiang existe un grupo separatista uigur de corte yihadista que pretende fundar el Estado independiente del Turquestán Oriental, algo inasumible para China, que considera innegociable su integridad territorial. Se trata del Partido Islámico del Turquestán (PIT), cuyo emir adjunto, Abdusalam al-Turkistani, también se ha pronunciado recientemente en contra del imperialismo chino. Los mensajes del TIP coinciden con los emitidos de un tiempo a esta parte por el ISIS-K. Los dos grupos han alineado claramente sus intereses a tenor del comportamiento de los talibanes, que se han aproximado a la órbita de Pekín por la necesidad de atraer inversiones extranjeras y reconocimiento internacional, pero compiten por ocupar el mismo espacio. 

Botobekov asegura que se están produciendo cambios notables en la ideología del PIT que apuntan a un alejamiento gradual del yihadismo global hacia el movimiento de liberación nacional del Turquestán Oriental. En el seno del grupo se ha producido “una desviación de la propaganda antioccidental de Al Qaeda hacia un aumento de la hostilidad anti-China”, según el analista. En ese escenario, muchos de sus cuadros podrían flotar hacia las filas de un ISIS-K con una postura más hostil hacia Pekín. 

China, por su parte, ha ofrecido apoyo económico al necesitado Emirato Islámico a cambio de que los insurgentes afganos atiendan sus preocupaciones en materia de seguridad, algo que no parece estar funcionando del todo, a pesar de que los talibanes aceptaron trasladar a militantes del PIT radicados en la provincia de Badajshán, cerca de la frontera con China, hacia otras zonas del país a petición de Pekín. Este hecho ha puesto tierra de por medio entre el Partido Islámico del Turquestán y los talibanes, un distanciamiento que quiere aprovechar el ISIS-K a través del endurecimiento de su retórica contra China.

Voice of Khorasan

La creciente beligerancia puede tener como objetivo “atraer a militantes uigures a su redil”, explica el analista Alex Sokalski en Policy Forum. “Cuanto más reduzca el régimen talibán las actividades del PIT, mayores serán las posibilidades de que los militantes uigures graviten hacia el ISIS-K. De hecho, el grupo ya ha reivindicado la autoría del atentado contra una mezquita chií en Kunduz, que, según subrayaron, fue perpetrado por un miembro uigur”. Botekov indica que el ISIS-K tiene “una estrategia bien definida para sacar provecho de la nueva realidad en Afganistán, presentándose como la única fuerza yihadista de línea dura capaz de liberar al Turquestán Oriental del yugo chino”. 

El ISIS-K cumple sus amenazas 

El embajador chino en Kabul, Wang Yu, mantuvo un encuentro a principios de diciembre con el viceministro talibán de Exteriores, Sher Mohammad Abbas Stanekzai, para exigirle un refuerzo de la seguridad en su Embajada. Wang era consciente de que la rama de Dáesh planeaba cometer un atentado contra objetivos chinos. Horas después, el ISIS-K hizo detonar una bomba y atacó con un arma de fuego el hotel Longan de Kabul, un complejo de propiedad china ubicado en el centro de la capital afgana, frecuentado por ciudadanos chinos y de otras nacionalidades. Más de una treintena de huéspedes chinos se encontraban en el interior del edificio, y al menos 18 personas resultaron heridas. Los tres atacantes fueron neutralizados. 

Se trataba del primer atentado contra intereses chinos en Afganistán bajo dominio talibán. Pekín instó a sus ciudadanos a abandonar el país “lo antes posible” para evitar que se repitiera un escenario similar, lo que podría acarrear una retirada masiva del capital chino. Supondría un revés económico para el autoproclamado Emirato Islámico, que persigue con ansia cualquier inversión económica capaz de impulsar las empobrecidas arcas del Estado. 

En cualquier caso, China es un objetivo difícil de atacar para los militantes del ISIS-K. El gigante asiático está protegido por un sólido aparato de seguridad y, sobre todo, por la geografía. Las cordilleras de Pamir y Tien Shan sirven como divisoria natural. Por eso, la filial afgana de Dáesh busca objetivos chinos que se encuentren en suelo afgano. 

“El tipo de estabilidad en Afganistán que tal vez China había previsto podría no materializarse. En los últimos meses, China ha mantenido consultas casi semanales con los talibanes a través de su embajador en Kabul. Se han discutido muchas oportunidades económicas y de inversión, y los talibanes han aludido incluso a reservar a Pekín grandes proyectos mineros. Como preparación, han estado trabajando incluso en la preservación de los budas del país, un cambio radical respecto a 2001, cuando el entonces jefe talibán, el mulá Omar, encabezó la carga y destruyó las famosas estatuas búdicas de Bamiyán ante la mirada horrorizada del mundo”, escribe el analista Kabir Taneja en Observer Research Foundation (ORF). “En la actualidad, ofrecen a China la riqueza natural de Afganistán a cambio de inversiones, conscientes de que su propio Emirato Islámico no podrá prosperar durante mucho tiempo como Estado ermitaño, y de que las actuales clases dirigentes, como la Red Haqqani y la facción Kandahari, necesitarán una base financiera fuerte e independiente para asegurar sus respectivos intereses y su futuro, tanto como parte de un Estado como, potencialmente, unos contra otros”. 

China ha sido uno de los pocos países del mundo dispuestos a establecer vínculos comerciales con el Gobierno talibán, que todavía no ha recibido ningún tipo de reconocimiento internacional por parte de ningún Estado. Además de China, Rusia y Pakistán mantienen una misión diplomática en Kabul, aunque esto puede cambiar en caso de que continúen los atentados

Pekín denuncia la persecución de Washington 

El diario oficialista chino Global Times se apresuró a criticar el análisis publicado en la revista norteamericana Foreign Policy que se hacía eco del artículo de Voice of Khorasan. “Washington ha calificado al grupo yihadista Estado Islámico, comúnmente conocido como ISIS, de amenaza global, y ha movilizado una Coalición Global para Derrotar al ISIS. Sus propias operaciones militares contra el ISIS continúan este año. Sin embargo, en un intento de atacar a China, un medio de comunicación estadounidense utilizó las opiniones de un artículo de una rama del movimiento terrorista ISIS como fuente para desprestigiar la política china de Sinkiang y la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) propuesta por China. La guerra de la opinión pública estadounidense contra China es cada vez más ineficaz, y el bombo publicitario sobre cuestiones relacionadas con Sinkiang no convence en absoluto”, sentencia el periódico. 

ISIS-K uigures

El artículo señala a continuación que “el hecho de que el ISIS tenga a China como objetivo ilustra la necesidad de luchar contra el terrorismo, el separatismo y el extremismo en la región de Sinkiang”

En el citado artículo de Foreign Policy, su autor, el profesor Haiyun Ma, subraya que “en consonancia con su estrategia antiterrorista en el exterior, el Gobierno chino ha utilizado diversos mecanismos antiterroristas bilaterales y multilaterales con Pakistán, Afganistán y Tayikistán, así como en el seno de la Organización de Cooperación de Shanghái y las Naciones Unidas, para apoyar las misiones antiterroristas de los países vecinos a fin de hacer frente a las amenazas terroristas sobre el terreno”. 

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