La trampa de los extremos: cómo romper la dinámica diabólica en la política española

Como en una danza perversa, ambos extremos se retroalimentan, convirtiendo el debate público en un campo de batalla donde la razón y la convivencia quedan relegadas. ¿Cómo hemos llegado a este punto y, más importante aún, cómo podemos salir de esta trampa?
Cuando Vox señala a los inmigrantes, especialmente a los musulmanes, como una amenaza a la seguridad y la identidad nacional, no solo polariza, sino que entrega a los yihadistas una narrativa perfecta para su propaganda.
Sus propuestas, como declarar la inmigración un asunto de seguridad nacional o cerrar mezquitas, pueden parecer a sus votantes una defensa de España, pero en realidad crean un caldo de cultivo para la alienación.
Cada mensaje que estigmatiza a una comunidad entera refuerza el relato yihadista de que Occidente está en guerra contra el islam. Y así, los extremos se dan la mano: Vox legitima su discurso con cada incidente violento, mientras los yihadistas usan la retórica de Vox para justificar su odio. Es un círculo vicioso que nos arrastra a todos.
Esta dinámica no es nueva, pero en el contexto actual, con las redes sociales amplificando cada provocación, se vuelve más peligrosa. Como ciudadano, me preocupa que este juego de espejos entre extremos no solo fracture la cohesión social, sino que debilite los valores democráticos que tanto costó consolidar.
Vox, al operar dentro del marco democrático, envuelve su discurso de odio en una aparente legitimidad, lo que dificulta confrontarlo sin caer en la trampa de limitar libertades. Al mismo tiempo, el yihadismo aprovecha cualquier resquicio de marginalización para reclutar a quienes se sienten señalados. ¿Cómo podemos romper este ciclo?
Creo que la solución pasa por un enfoque valiente y multidimensional.
Primero, necesitamos políticas que promuevan la integración real de las comunidades inmigrantes, especialmente las musulmanas. Programas de formación laboral, acceso a la educación y espacios de diálogo interreligioso pueden reducir la marginalización que alimenta el extremismo. No se trata de ignorar los problemas, sino de abordarlos con inteligencia, sin estigmatizar a colectivos enteros.
En segundo lugar, es hora de que los medios y las instituciones asuman su responsabilidad. Los medios deben dejar de amplificar titulares sensacionalistas que dan oxígeno a los discursos de odio, ofreciendo en cambio análisis rigurosos que desmonten bulos. Las instituciones, por su parte, deben aplicar con firmeza las leyes contra el discurso de odio, pero con cuidado de no dar a Vox la oportunidad de victimizarse. Un equilibrio delicado, pero necesario.
La educación es otro pilar fundamental. Como sociedad, debemos invertir en enseñar a nuestros jóvenes el valor de la diversidad y el pensamiento crítico. La nostalgia autoritaria que Vox explota, con ecos del franquismo, solo puede contrarrestarse con una memoria histórica viva y una educación que desmitifique el pasado.
Si no enfrentamos las sombras de nuestra historia, seguiremos dando espacio a quienes las usan para dividirnos.
En el ámbito de la seguridad, necesitamos políticas precisas y transparentes. Fortalecer la inteligencia antiterrorista y agilizar la deportación de individuos con vínculos claros con el terrorismo es razonable, pero siempre respetando el debido proceso. Medidas generales, como cerrar mezquitas o criminalizar a comunidades enteras, solo alimentan la narrativa de injusticia que los yihadistas buscan.
Por último, creo que los partidos democráticos deben marcar una línea clara: no se puede normalizar a Vox con alianzas tácticas. Cada pacto con la extrema derecha legitima su discurso y debilita el centro democrático. Como ciudadanos, también tenemos un papel: rechazar la polarización, buscar el diálogo y no caer en la tentación de responder al odio con más odio.
Esta “dinámica diabólica” no es inevitable. Depende de nosotros, como sociedad, decidir si queremos seguir atrapados en ella o construir un país donde la convivencia sea más fuerte que los extremos. Creo que podemos hacerlo, pero requiere voluntad, empatía y un compromiso colectivo con los valores que nos unen. No es tarea fácil, pero ¿acaso no vale la pena intentarlo?
Chema Gil, graduado en Seguridad por la Universidad de Murcia y analista de seguridad y terrorismo internacional.
@ChemaDireccion