Taiwán bajo asedio militar chino mientras Pelosi busca votos

Esto es jugar con fuego. Hasta los republicanos han aplaudido el viaje de la demócrata Nancy Pelosi a Taiwán. En Estados Unidos hay un profundo sentimiento antichino fluyendo en ambos cauces políticos y convergen hacia un mismo objetivo: menguar el área de influencia de Beijing e impedir que se convierta en amo del mundo en el siglo XXI.
Para el Partido Comunista Chino, tótem de la estructura político-económica e ideológica del gigante asiático, la visita a Taiwán de la veterana presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense es una clara y abyecta provocación. No es para menos. Ella es la tercera autoridad más relevante dentro del gobierno norteamericano, después de la vicepresidenta Kamala Harris.
Se ha incendiado tanto el avispero que Wu Qian, portavoz del Ministerio de Defensa de China, anunció la alerta máxima en su país con el consecuente despliegue del Ejército Popular de Liberación de China –por mar y por aire– desde las 12 horas del 4 de agosto, hasta las 12 horas del 7 de agosto, con maniobras militares y fuego real alrededor de Taiwán prácticamente bajo asedio.
No han cesado las amenazas, las protestas verbales o diplomáticas ni las quejas por las redes sociales de los diversos funcionarios que forman parte del Gobierno de Xi Jinping. A lo largo de los últimos días, Twitter se ha llenado de quejas acusatorias contra la política norteamericana.
Wang Yi calificó de “despreciable” la intromisión de Estados Unidos en el tema de Taiwán; el ministro de Exteriores chino advirtió que “quién juega con fuego acabará quemándose” son las mismas palabras que el mandatario Jinping espetó a Joe Biden en su más reciente conversación telefónica para disuadirlo del viaje de Pelosi a la isla.
Al interior de China, los funcionarios solo hablan de represalias y de graves consecuencias. Hua Chunying, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, señaló que los estadounidenses asumirán su responsabilidad y pagarán el precio por socavar la soberanía china.
Se ha hecho tal alharaca que los inversores en Asia reflejaron su nerviosismo en los mercados bursátiles de la región: el 2 de agosto que arribó Pelosi a Taiwán, el Hang Seng Index de Hong Kong cayó 2,36% y la bolsa de Taiwán un 1,56 por ciento.
En cambio, en Estados Unidos la visita ha sido bien valorada. Al mandatario estadounidense le viene bien mostrar músculo en Asia, considerando su nivel de aprobación y la cercanía de las elecciones legislativas en su país.
Mientras la inflación sube 9.1%, la más alta en cuatro décadas en Estados Unidos, la popularidad de un Biden momificado busca suavizar su caída libre: según la más reciente encuesta de Ipsos, difundida por Reuters, Biden logró aumentar un punto porcentual su índice de aprobación pública previo al viaje de Pelosi por Asia.
Se ha situado en un 38% y es la segunda semana que en vez de caer empieza a subir marginalmente; aunque falta mucho por mejorar y por convencer porque el 57% de los norteamericanos desaprueban la gestión laboral de Biden.
Pelosi quiere evitar el descalabro demócrata en las próximas legislativas del 1 de noviembre y perder el control que su partido ostenta en ambas cámaras: en la de Representantes posee la mayoría con 220 legisladores y en el Senado aunque hay empate (50 senadores republicanos y 50 demócratas) se cuenta con el voto de calidad –para el desempate– de la vicepresidenta Kamala Harris que es además presidenta del Senado.
Hay un interés electoral en Biden y en general en los demócratas sabiendo que el único punto de comunión con los republicanos tiene que ver con minar la capacidad de China y luchar contra el terrorismo; otro golpe de efecto favorable para la Casa Blanca es el reciente asesinato con un dron del buscadísimo terrorista Ayman al Zawahiri.
La inteligencia estadounidense llevaba cazándolo desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, su nombre se puso en la lista de cerebros detrás de los lamentables hechos, junto a Osama bin Laden. Es más, el egipcio ocupó el puesto de liderazgo en Al Qaeda, tras el asesinato de Bin Laden a manos de una tropa de élite estadounidense en 2011.
Al Zawahiri murió porque un dron le disparó dos misiles Hellfire mientras salía a la terraza de su casa en Kabul, Afganistán. El propio Biden lo confirmó ante la prensa en la Casa Blanca y celebró que ningún militar de su país hubiese perdido la vida en esta maniobra “impecable” que él mismo siguió sentado cómodamente desde el mando de operaciones del Pentágono.
En su larga carrera política, especialmente como legisladora, Pelosi que en enero pasado cumplió 82 años, ha hecho del tema de los derechos humanos, de la defensa de la libertad y de la democracia su triángulo estratégico. Tres bazas que comparte especialmente con Biden porque ambos desprecian las tiranías y las autocracias.
También comparten su animadversión hacia China. La política nacida en Baltimore ha sido frenéticamente consistente con su condena hacia los derechos humanos en el país asiático.
De hecho, el 4 de agosto de 1991, una joven Pelosi de carrera política incipiente y entonces representante de California –en compañía de otros dos colegas suyos del Congreso– desplegaron en la Plaza de Tiananmén una pequeña manta negra con letras blancas en chino: "A los que murieron por la democracia en China".
Ella lleva una falda gris y un saco color chedrón y en la mano una discreta flor blanca. El momento histórico fue captado por el periodista de CBS News Mike Chinoy y filmado por Mitch Farkas para CNN. Ambos fueron inmediatamente rodeados –había otros cinco periodistas– por los guardias chinos que los arrestaron mientras los guardaespaldas escoltaban a los tres congresistas fuera de la Plaza. Aquel momento quedó grabado en su memoria.
La lideresa que se ha consagrado como legisladora, por muchos años y períodos diversos al frente de la Cámara de Representantes, actualmente atraviesa su décimo octavo mandato en el Congreso desde que lo hizo por vez primera en 1987.
Prácticamente ha visto y ha sido participe de muchos de los grandes cambios que han transformado al mundo, para comenzar la caída del Muro de Berlín y el desmantelamiento de la URSS; el final de la Guerra Fría y la nueva Era bajo la tónica del terrorismo y el rearme. Todo ha cambiado, pero China que ingresó en la Organización Mundial del Comercio (OMC) justo tres meses después de los atentados del 11-S ha consagrado al comunismo en su Constitución bajo la era de Xi Jinping favoreciendo una autocracia con economía de mercado.
En los últimos años, Pelosi ha condenado las acciones de Beijing para frenar la libertad de expresión en Hong Kong y las persecuciones implementadas contra disidentes y opositores al régimen; también ha señalado las violaciones y asesinatos de los uigures, una comunidad musulmana ubicada en Xinjiang, al oeste de China que es minoritaria.
Los uigures sufren de conversión, persecución y hasta de limpieza étnica denunciada reiteradamente por la Casa Blanca y que ha motivado la imposición de sanciones contra China al respecto por la constante violación de los derechos humanos aplicada contra su propia población. Amnistía Internacional habla de miles de niños separados de sus padres uigures en centros de conversión.
En julio de 2020, el primero en tomar cartas en el asunto fue Donald Trump; como presidente ordenó al Departamento de Estado de Estados Unidos negar la entrada a tres altos dirigentes del Partido Comunista Chino así como a sus familiares: Wang Mingshan, titular del partido en la oficina de Seguridad pública de Xinjiang; también a Zhu Hailun, secretario del partido en la provincia y a Chen Quanguo, autoridad del partido en Xinjiang.
En marzo de 2021, a pesar del cambio de partido en el Gobierno, los demócratas con Biden han sido consistentes con la política antiChina del republicano Trump. Junto con Reino Unido y Canadá anunciaron sanciones contra varios dirigentes chinos por la represión contra los uigures por sus campos de reeducación.
Pelosi ha liderado en sendas ocasiones la implementación de sanciones y de condenas de su país por la política aplicada desde Beijing a los derechos humanos contra sus propias minorías, recuérdese la represión en el Tibet.
En el caso de Taiwán, Pelosi sostiene además la misma sintonía que el mandatario Biden: el respeto a la autodeterminación, a la libertad de expresión y a los valores humanos y ciudadanos.
Ya en Taipéi, capital de la isla, Pelosi remarcó que “la solidaridad estadounidense con Taiwán es crucial” y que los estadounidenses estarán siempre a su lado para proteger a la democracia.
En su breve estancia de 19 horas, la política norteamericana además de reunirse con activistas de diversas ONG´s y otros representantes populares y políticos también fue recibida por Tsai Ing-wen, presidenta de Taiwán, a quién le dijo mirándola a los ojos que “no vamos a abandonar a Taiwán”.
En palabras de Pelosi la solidaridad de su país “resulta crucial” y hacérselo saber a Taiwán es el motivo fundamental de su viaje. La verdad es que no hacía falta el desplazamiento in situ ya el propio mandatario Biden dejó muy clara su postura respecto de la isla, tras afirmar el pasado 23 de mayo durante su visita a Japón, que está dispuesto a defender militarmente a Taiwán en caso de agresión por parte de China.
El 2 de agosto, en la cuenta de Twitter del Ministerio de Exteriores ruso, se difundió la postura oficial del Kremlin al respecto de la visita de Pelosi a Taiwán: “La posición de principios de Rusia permanece sin cambios: operamos bajo la premisa de que solo hay una China y el Gobierno de la República Popular China es el único gobierno legítimo que representa a toda China, que Taiwán es una parte inalienable de China”.
Unos días previos a la invasión de las tropas rusas a Ucrania (24 de febrero) el dictador ruso, Vladimir Putin, se reunió con su homólogo chino Xi Jinping, en el marco de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno y aprovecharon la ocasión para signar la Declaración conjunta de la Federación Rusa y la República Popular China sobre las relaciones internacionales que ingresan a una nueva era y el desarrollo sostenible global.
El documento al que ha tenido acceso señala que las partes están “muy preocupadas” por los serios desafíos de seguridad internacional y creen que los destinos de todas las naciones están interconectados.
“La parte rusa reafirma su apoyo al principio de Una China, confirma que Taiwán es una parte inalienable de China y se opone a cualquier forma de independencia de Taiwán”, señala el texto.
Otra parte del documento indica que: “Rusia y China se oponen a los intentos de fuerzas externas de socavar la seguridad y la estabilidad en sus regiones adyacentes comunes, tienen la intención de contrarrestar la interferencia de fuerzas externas en los asuntos internos de los países soberanos bajo cualquier pretexto, se oponen a las revoluciones de color y aumentarán la cooperación en las áreas antes mencionadas”.
En los últimos días, el mandatario Biden ha declarado estar dispuesto a negociar con el Kremlin un nuevo tratado nuclear en lugar del START III cuya vigencia finalizará en 2026.
En una primera respuesta Rusia se negó. No obstante, días después Dmitri Peskov, portavoz del Kremlin, dijo que Moscú ha hablado “en reiteradas ocasiones” sobre la necesidad de iniciar cuanto antes dichas negociaciones ya que queda poco tiempo. Y pidió respeto mutuo.
La política del palo y de la zanahoria recurrentemente utilizada desde Washington para hacerle sentir al resto del mundo su imperialismo podría estar llegando a su fin.
Con Rusia, su antagonismo es más militar y geopolítico, porque luego suelen confrontarse indirectamente al abanderar causas contrarias en los conflictos de otros países, léase el caso de Siria.
Pero con China, la obsesión es otra y tiene que ver con el poderío económico. Ninguna de las poderosas multinacionales norteamericanas está dispuesta a ceder espacio a sus contrapartes chinas… desde 2001, la CIA y todos los análisis estratégicos, esgrimen que China en 2030 ocupará el espacio económico de Estados Unidos. Y eso es ya en sí mismo una declaración de guerra para la Casa Blanca. Por eso, Estados Unidos está haciendo todo lo que tienen entre sus manos para sacar a Beijing de su zona de confort y para meterle un traspiés tras de otro para no perder su influencia económica en el mundo. Los demás somos daños colaterales.