Arabia Saudí desde dentro: ¿por qué somos distintos a los europeos?

España no se reduce a estos tres elementos, sino que es una nación con una historia y un legado que rara vez se entienden desde fuera. Además, aunque forma parte de Europa, no es simplemente una copia del modelo europeo estándar: tiene rasgos propios. Lo mismo podría decirse de Arabia Saudí. Entender cualquier sociedad requiere mirarla desde dentro, no juzgarla desde estereotipos orientales u occidentales.
Fue sólo tras aprender el idioma español y doctorarme en la Universidad Complutense de Madrid que comencé a explicar a otros saudíes qué es realmente España. Esa experiencia me llevó a reflexionar sobre cómo nos ven a nosotros desde fuera.
A pesar de la apertura sin precedentes que ha vivido Arabia Saudí en los últimos años, especialmente bajo la Visión 2030 liderada por el Príncipe Heredero Mohammed bin Salman, el pueblo saudí conserva una identidad profundamente enraizada. Esa identidad no puede separarse de la religión, la geografía, la historia o la estructura social que ha evolucionado durante siglos.

Intentar comprender al ciudadano saudí desde perspectivas ajenas, o pretender que adopte patrones de pensamiento o comportamiento europeos o estadounidenses, es una simplificación injusta que conduce al malentendido y al fracaso en el trato con la sociedad saudí.
Primero, comprendamos el componente religioso y social. Desde su fundación, el Estado saudí moderno se construyó sobre una base cultural y religiosa islámica clara. La religión ocupa un lugar central en la vida de los saudíes: no sólo como práctica espiritual, sino como fuente de identidad y cohesión. La mezquita no es sólo un lugar de culto, sino también un centro social, educativo y de resolución de conflictos. En muchas sociedades europeas, la religión se ha reducido a un asunto privado o marginal.
En Arabia Saudí, está presente desde el saludo diario hasta el sistema legal. Estas diferencias no implican atraso o progreso, sino estructuras históricas y culturales distintas.
En segundo lugar, Arabia Saudí sigue siendo una sociedad familiar y tribal en su esencia. La familia extensa juega un papel clave en decisiones vitales: el matrimonio, la reconciliación y la vida cotidiana. Valores como la obediencia, el honor, el respeto a los mayores y la vergüenza social siguen vivos. En contraste, en muchas sociedades occidentales predomina el individualismo. Un joven puede ser empujado a vivir por su cuenta a los 18 años sin que esto se considere una falta de afecto.
En cambio, el saudí rara vez vive o decide solo; su pensamiento está moldeado por la comunidad, la familia o la tribu. Esto no es debilidad, sino una expresión distinta de los vínculos sociales.
Estas dos dimensiones nos llevan a una pregunta fundamental: ¿por qué no debería el saudí parecerse al europeo? Porque cada ser humano es hijo de su contexto.
Un saudí que ha crecido en el desierto, en una cultura arraigada en el islam, en contacto con la mezquita y el consejo familiar, no puede convertirse en una réplica de un europeo moldeado por la Ilustración y la modernidad secular. No hablamos aquí de superioridad o inferioridad, sino de trayectorias históricas distintas.
La libertad, por ejemplo, se interpreta en Arabia Saudí dentro del marco de la ley islámica y las costumbres. En Europa, esa misma libertad puede extenderse incluso al derecho de ofender símbolos religiosos. Ambos defienden la “libertad”, pero los significados son radicalmente diferentes. ¿Es justo exigir al saudí que acepte el modelo europeo tal cual? ¿O pedir al europeo que abrace una visión saudí del mundo? Probablemente no.
¿Se ha cerrado Arabia Saudí a estos debates? Al contrario. El país vive una transformación profunda, pero desde su identidad. No es correcto pensar en Arabia como una sociedad rígida o estancada. Desde 2016, el país ha sido testigo de reformas notables en lo económico, social y cultural. Pero, a diferencia de otras naciones que han importado modelos extranjeros, Arabia ha apostado por un cambio desde dentro.
El entretenimiento, por ejemplo, fue durante mucho tiempo un tema sensible. Hoy, con una autoridad oficial que lo regula, se ha convertido en una industria vibrante que respeta la cultura local y atrae a millones de ciudadanos y turistas. Todo esto sin perder el equilibrio entre modernidad e identidad.

Hay ejemplos concretos que muestran esta transformación. Uno es el programa de becas iniciado en 2006, que ha permitido a cientos de miles de saudíes estudiar en el extranjero. Muchos vivieron en Asia, Europa, África o América. Y aunque algunos pensaron que esto provocaría una pérdida de identidad, ocurrió lo contrario: muchos regresaron más conscientes de sus raíces, con la capacidad de combinar modernidad y tradición.
Otro ejemplo notable es el papel de la mujer saudí. Lejos de estar marginada, ha alcanzado logros notables: conduce, trabaja, ocupa cargos diplomáticos —como la embajadora en España, la princesa Haifa Al Mogrin, o en EE.UU., la princesa Reema bint Bandar—. Todo esto se ha hecho respetando el contexto cultural saudí, sin copiar modelos de feminismo ajenos que no siempre son bien recibidos por la sociedad local.
Lo mismo ocurre en el espacio digital: los jóvenes saudíes dominan redes como YouTube, TikTok o Snapchat, donde proyectan una identidad local con orgullo, sin imitar estéticas extranjeras.
Entonces, ¿debe un saudí renunciar a su identidad para parecerse a un europeo, o viceversa? Por supuesto que no. Debemos aceptar la diferencia como una riqueza, no como un obstáculo. Comprender a los saudíes no significa justificar todo, ni cerrar la puerta al diálogo o la crítica. Significa, sobre todo, respetar el contexto.
El mundo no necesita más copias, sino más autenticidad. Y Arabia Saudí, con su historia, cultura y evolución, representa un modelo propio que merece ser comprendido por lo que es, no por lo que otros desean que sea.
Dr. Hasan Alnajrani. Periodista y académico