¿Quo Vadis, Argelia?

- El molde fundador: Boumédiène y la lógica de amputación
- La represión de los verdaderos patriotas
- Chadli Ben Jedid y los “soldados de Francia”
- La puerta giratoria de la represión
- Chengriha y Tebboune: el ocaso del sistema militar
En 1964, Mohamed Boudiaf —revolucionario, fundador del FLN y más tarde víctima del régimen que ayudó a construir— publicó un ensayo en francés titulado “Où va l’Algérie?”. En él, ya se vislumbraban las tensiones entre el ideal de la democracia y el pluralismo y la deriva autoritaria que marcaría el destino del país. Hoy, más de medio siglo después, la pregunta resuena con una urgencia renovada: ¿hacia dónde va Argelia?
Este artículo retoma aquella interrogación no como una nostalgia, sino como una crítica activa. A través del prisma del síndrome de Procrustes —metáfora de la mutilación institucional y cultural que ejerce el régimen militar argelino— se propone una lectura exhaustiva y un análisis político del presente. La figura de Boudiaf, su pensamiento y su trágico final, sirven aquí como contrapunto ético frente a la lógica de uniformización y represión que persiste.
En mi artículo anterior, Argelia, 63 años después, exploré cómo la llamada “trama de Oujda” —el grupo militar que tomó el poder desde la retaguardia— traicionó el espíritu del Manifiesto del 1º de Noviembre de 1954, la proclama fundacional que aspiraba a una independencia en el marco norteafricano. Aquel sueño de integración magrebí, basado en la solidaridad, la dignidad y la gobernanza civil, yace hoy sepultado bajo un aparato militar que ha convertido la mediocridad en sistema, la represión en método y la confrontación regional en cortina de humo.
Este nuevo artículo hace una lectura política y analítica del régimen argelino a través del síndrome de Procrustes. En el mito griego, Procrustes ajustaba a sus huéspedes a la medida de su cama: alargaba piernas o amputaba cuerpos para que encajaran. Hoy, Argelia vive ese mismo síndrome. Las aspiraciones del Manifiesto —dignidad, solidaridad, gobierno civil— han sido violentamente moldeadas por una mediocre casta militar que fuerza la realidad para que encaje en su pobre molde, aunque ello implique mutilar la verdad y a los ciudadanos.
El molde fundador: Boumédiène y la lógica de amputación
Desde el Congreso de Soummam en 1956, donde se estableció la primacía del poder político sobre el militar, hasta la autoproclamación de Boumédiène como jefe de Estado en 1965, pasando por la guerra civil de los años noventa y la presidencia actual de Tebboune, el poder argelino ha sido una sucesión de moldes autoritarios que no toleran la diferencia ni dentro ni fuera de sus fronteras. Cada nuevo molde sucesor ha acentuado su mediocracia, superando en rigidez y exclusión al anterior.
En julio de 1962, tras la proclamación de la independencia, el Ejército de la retaguardia del FLN, comandado por Boumédiène, cruzó la frontera desde Oujda (Marruecos). Depuró a los jefes regionales y maquis, con el respaldo de Nasser y la URSS, e impuso a Ahmed Ben Bella como presidente. En poco tiempo, Boumédiène acumuló la vicepresidencia, la cartera de Defensa y la Jefatura del Estado Mayor, controlando por completo las Fuerzas Armadas. En 1965, dio un golpe de Estado, suspendió la Constitución y gobernó por decreto hasta 1976. A su muerte, en diciembre 1978, dejó como macabra herencia, un modelo centralista y autoritario: el Ejército como guardián único de una “revolución” convertida en aparato de poder, donde todo pluralismo político o sindical quedaba proscrito.
La represión de los verdaderos patriotas
Los verdaderos militantes de la Revolución —maquis, intelectuales, líderes históricos— fueron víctimas de persecuciones, encarcelamientos y asesinatos, incluso en el exilio. Karim Belkacem, firmante del Manifiesto y negociador de los Acuerdos de Evian, fue estrangulado por agentes argelinos en Frankfurt. Mohamed Kheider fue asesinado en Madrid por un agente del servicio secreto. Mohamed Boudiaf, tras treinta años de exilio en Marruecos, fue llamado por los generales en 1992 para presidir el Alto Comité de Estado. Seis meses después, fue asesinado en directo durante un discurso televisado.
El poeta Moufdi Zakaria, autor del himno nacional “Kasaman”, compuso sus versos desde la cárcel en 1955. En 1965, advirtió por carta a Ben Bella sobre los peligros del autoritarismo. Tras el golpe de Boumédiène, se exilió en Túnez, donde murió en el olvido. Su himno se escucha a diario en los medios oficiales, pero su nombre permanece ausente: una metáfora viva del régimen que honra la letra, pero silencia al autor.
La historia de la Revolución ha sido reescrita por quienes usurparon el poder. La narrativa oficial ajusta los hechos a la medida del régimen, falsificando la legitimidad revolucionaria. Como señaló Emmanuel Macron, el sistema político-militar argelino “se ha constituido sobre una renta de la memoria”.
Chadli Ben Jedid y los “soldados de Francia”
Muchos altos mandos del régimen militar argelino proceden del Ejército francés, donde fueron ascendidos sin formación académica como parte de una estrategia de captación. En vísperas de la independencia, “desertaron” para unirse al FLN como patriotas de última hora. Este núcleo duro de militares profesional fue clave para el ascenso de Boumédiène y la represión de sus opositores.
Tras su muerte, Chadli Ben Jedid —exoficial del Ejército francés— asumió la presidencia en 1979, rodeado por generales como Larbi Belkheir, Khaled Nezzar y Mohamed Lamari, conocidos como “askara fransa” (soldados de Francia). El poder militar se consolidó como una casta cerrada, donde los ascensos dependían de lealtades, no de méritos. Así pues, cuando Ben Jedid intentó una tímida apertura democrática en 1991, fue obligado a dimitir por el general Nezar, Lamari y otros. Las elecciones legislativas fueron suspendidas, y Argelia entró en una década de guerra civil con más de 250.000 muertos.
La puerta giratoria de la represión
Desde los años 2000, el régimen militar argelino ha evolucionado hacia una maquinaria de reciclaje autoritario. Generales encarcelados por corrupción o rivalidades internas son liberados y reincorporados al poder, en una dinámica que revela tanto la fragilidad como la opacidad del sistema.
Figuras emblemáticas como Khaled Nezzar —exministro de Defensa— o Mohamed Mediene, alias “General Taufik”, jefe de la Dirección de Inteligencia y Seguridad (DRS) entre 1990 y 2015, encarnan el poder en la sombra. Casos como los de Belaid Athamania y Soufiane Aouis ilustran cómo la represión se convierte en método de control interno. Se estima que más de 40 generales y altos mandos militares se encuentran encarcelados por sus propios colegas, en una lógica de purga preventiva que perpetúa el miedo como herramienta de gobernanza.
Chengriha y Tebboune: el ocaso del sistema militar
El actual jefe del Estado Mayor, Saïd Chengriha —uno de los octogenarios sin formación académica destacada— y Abdelmadjid Tebboune, un presidente de la República impuesto por los militares ( “yabouh el askar” se grita en las calles de Argelia), representan la culminación del síndrome de Procrustes: la mediocridad institucionalizada como garantía de estabilidad.
El sistema decadente ha creado un nuevo molde a imagen del dúo y de las circunstancias. Una misma talla física, intelectual y moral. Una nueva cama de Procrustes aplicada al pueblo argelino, donde la diferencia es amputada y la excelencia, proscrita.
La alternativa para el ciudadano argelino es clara: someterse al molde militar o buscar refugio más allá de las fronteras. El éxodo masivo de intelectuales, periodistas y ciudadanos refleja el precio de vivir bajo un régimen que ha transformado la libertad en un lujo ajeno. Por ello, resuena con fuerza el grito popular: “Madania, machi Haskaria” —“civil, no militar”—, un llamado urgente a rescatar el ideal civil y devolver a Argelia su propia forma, sin mutilaciones.
No puedo cerrar este artículo sin citar el testimonio de Leïla Bencheneb, periodista argelina exiliada en París:
“Cuando tuve que cruzar el Mediterráneo en 1994, supe que dejaba mi voz y mi libre pensamiento atrás. En Argel, cualquier idea diferente era recortada al tamaño del molde oficial. En el exilio comprendí que la única libertad real se encontraba fuera de esas paredes de acero”.
La historia reciente de Argelia es la historia de una revolución amputada, de una independencia confiscada por quienes ajustaron el país a su medida. El síndrome de Procrustes no es solo una metáfora: es una estructura de poder que mutila la verdad, la memoria y la esperanza.
Pero la resistencia persiste. En cada voz exiliada, en cada grito por “madania”, en cada recuerdo de los verdaderos patriotas, vive la posibilidad de una Argelia libre, plural y digna. Una Argelia que recupere su forma original, sin moldes ni amputaciones, una Argelia independiente en el marco de un Magreb Unido y sin más desintegraciones. No es la aspiración solamente de argelinos, sino de todos los magrebíes.