Ahora, que ya no somos racistas

Racismo

En la Antigua Grecia más allá de la ciudad-Estado todos eran bárbaros, seres humanos, pero particularmente inferiores. A Jesús nunca le gustó el apodo de “mesías” con el que lo identificaron sus seguidores, él prefirió llamarse “hijo del hombre” porque todos somos “hijos del hombre”, en este caso de la misma mujer, nuestra Eva mitocondrial la cual no dudamos de su belleza pues ella nos trajo al mundo y ningún hijo dice que su madre es fea.

Negra, porque su piel no era de color tostado no, era negra. Probablemente de “hueso ancho” (como se suele decir), con frentón acentuado, ojos hundidos, rasgos faciales más cercanos a los chimpancés que a los humanos, de cerebro pequeño alrededor de 435 cm3, articulaciones largas y sin aún andar erguida de caderas anchas, porque hace alrededor de 3 millones de años las mujeres parían de pie. Y esa “negra” nos dio la vida a todos cerca del Lago Turkana en el Cuerno de África, la cuna que nos vio nacer y desde la cual partimos hacia nuestra mayor aventura, descubrir el planeta. Lo cuento, porque muchos creen que al mundo “vinimos” blancos como la leche, rubios como los girasoles, altos como los juncos, con narices diseñadas e incluso con pequitas para adornarnos.

Dice la Real Academia Española sobre el racismo: “Exacerbación del sentido racial de un grupo étnico que suele motivar la discriminación o persecución de otro u otros con los que convive”. La psicóloga clínica Phyllis A. Katz, que dedicó su carrera profesional investigando cómo los niños adquieren actitudes hacia la raza, definió el racismo como “el tratamiento desigual de los individuos debido a su pertenencia a un grupo particular”, mientras que Dalmas A. Taylor, que escribió junto a Katz Eliminating Racism: Profiles in Controversy, definió racismo como “efecto acumulativo de los individuos, instituciones y culturas que resulta en la opresión de minorías étnicas”. Para T.M. Willemsen el racismo es una “filosofía que expresa la superioridad de una raza sobre otra”, y en esa filosofía se enmarcó el nazismo “para afirmar la superioridad de la raza aria y dotarse de una legitimidad histórica, cultural y natural”.

Tal como expone Michael Wieviorka y haciendo referencia a Ruth Benedict cuando en 1942 en Race and Racism sostenía que “la raza es una clasificación fundada en rasgos hereditarios que constituyen un terreno de investigación científica, mientras que el racismo es un dogma contrario a cualquier demostración científica”. Bien lo detalla el genetista Alberto Piazza cuando dice: “el estudio de la diversidad genética nos enseña sobre todo la historia de la geografía de las poblaciones”, lo que hace de la raza “un concepto sin fundamento biológico”.

Racismo

Se enfoca al término en el período de entre guerras, que con gran ahínco fue modelo persecutorio al finalizar la Segunda Guerra Mundial con las adversas políticas antisemitas. Es estremecedor que el año pasado, 75 años después de la contienda, hubiese un significativo incremento de agresiones a las comunidades judías, tanto es así que 2019 pasará a la Historia por ser uno de los años con mayor número de agresiones antisemitas.

Es honesto decir que el término emergió mucho antes de su denominación, partiendo de la voluntad con la que etiquetamos todo para servirnos unos a los otros y suplir a nuestro antojo. Resulta tentador pensar que nuestro individualismo acrecentado, perjudicado y acentuado por una enfermiza capacidad de rivalizar nos haga obviar que hoy día en pleno siglo XXI, seguimos sin “ser iguales” ante la justicia, la sociedad, la cultura y el mundo en general. Es como poco curioso que “el no puedo respirar” se haya vuelto arma arrojadiza, títere de la ciudadanía danzando al compás de la política. Es como poco decepcionante y humillante que confrontemos con estatuas para revestir nuestros remordimientos. Algunos, incluso han osado con el sector del cine, quieren hacernos olvidar lo que somos, lo ridículos que podemos llegar a ser como especie.

Ahora, que ya no somos racistas no hace falta que nos arrodillemos ante nadie, flaco favor nos hacemos unos a los otros haciéndolo. Ahora, que ya no somos racistas podemos ir al chino cerca de casa al que llevamos yendo ni se sabe y que aún no sabemos ni su nombre, porque él es el chino. Ahora, que ya no somos racistas podemos contratar a un gitano para trabajar, porque nunca lo hemos hecho por si nos robaba. Ahora, que ya no somos racistas podemos hablar con la rumana que lleva a sus hijos al parque donde tú también llevas a los tuyos, porque ella también es madre.

Ahora, que ya no somos racistas podemos hablar de tú a tú con el mantero al que le compras las gafas de sol a 3 euros, porque ya no hace falta que regateemos el precio. Ahora, que ya no somos racistas podemos apreciar con normalidad que nuestro hijo se case con la india que conoció en clase, porque es legítimo enamorarse. Ahora, que ya no somos racistas no es necesario que miremos por encima del hombro a la morita que se cubre con un velo, porque a ella también le inspira la fe. Ahora, que ya no somos racistas podemos decir gitano, moro, rumano, indio, judío o negro sin carácter despectivo y ofensivo, ahora, que estamos libres de pecado. Ahora, que ya no somos racistas no hace falta que nos arrodillemos, ya estamos todos listos para volver al Cuerno de África, la cuna que nos vio nacer.

Lidia Fernández. Historiadora y periodista por la Universidad Rey Juan Carlos, experta en Inteligencia Emocional y Comunicación no Verbal por la Universidad Camilo José Cela