Los despropósitos y las despropósitas del feminismo enfermizo

Los despropósitos y Las despropósitas del feminismo enfermizo

“Españoles, Franco ha muerto”. Todo el mundo en España recuerda (bien por ser testigo directo, bien por los archivos televisivos) esta frase histórica y la imagen de Arias Navarro en la televisión el 20 de noviembre de 1975. ¡Que desvergüenza, que machista, cómo ningunea a la mujer negándose a pronunciar “españoles y españolas”, acaso Franco murió sólo para los hombres!
¿Os suena grotesco lo que acabo de comentar? Sí que lo es.

Que quede claro desde el principio: no soy contraria al feminismo, o por lo menos, a la definición del mismo que nos da la Real Academia Española: “Feminismo: Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”. 

Yo nací y crecí en un país –Bulgaria– donde el concepto de feminismo, y mucho menos el movimiento feminista, no existía. Desde los años 40 del siglo pasado, con el establecimiento del régimen comunista, la mujer búlgara fue tratada, para bien o para mal, absolutamente igual que el hombre en todas las facetas de la vida social, a veces demasiado igual. No era raro ver a mujeres junto a hombres en una construcción, cargar al hombro bolsas de cemento de 50 kilos, o subir al andamio para montar los ladrillos, o levantar en brazos cajas llenas de decenas de botellas en un supermercado… ¿Os gusta tal igualdad, chicas? A nosotras ya nos tenía hasta la coronilla.

En un principio, este vehemente afán de igualdad de género en España es comprensible. Durante tres cuartos del siglo XX, la mujer española permaneció esclavizada en casa, sin poder elegir su propio destino, sin poder decidir por sí misma. Sí, hubo mujeres, sobre todo del ámbito político y cultural, que luchaban –y desde hacía mucho más tiempo– por conseguir sus derechos, pero también es verdad que poco consiguieron antes de la llegada de la democracia en España en los años 70. Pero desde entonces han pasado mas de 40 años. Durante ese período la mujer española luchó apasionadamente y a toda prisa –como si necesitara recuperar el tiempo perdido– para igualar sus derechos a los del hombre. Y no se puede negar que lo ha conseguido. ¿Acaso hoy día no hay mujeres en el Gobierno español (y tanto…), acaso no hay mujeres dirigiendo grandes empresas públicas y privadas, acaso no hay mujeres emprendedoras que montan con éxito su propio negocio, etc.?

No digo que no haya todavía desigualdades, por ejemplo, respecto a los salarios en algunos sectores, o a la hora de contratar gente en una empresa (aquí entra otra desigualdad, mucho más grave, como edad, raza, orientación sexual, pero para las feministas esta, parece, no es su lucha).

Acabamos de estrenar la tercera década del siglo XXI. La igualdad entre el hombre y la mujer, por lo menos en el mundo civilizado, en gran medida ya está conseguida, y no exactamente a resultas de las manifestaciones multidutidinarias y fanfarronas, ni del empeño en subrayar siempre “los” y “las”. Aparte de la lucha de 40 años de la mujer española, (que no se le quite el mérito), la igualdad femenina llegó porque el mundo cambia, la sociedad se abre, la mente se abre, y el mismo hombre va cambiando el chip y se va dando cuenta de que la mujer es igual de competitiva. 

Entonces, ¿a qué vienen hoy en día todos estos movimientos femenistas aquí en España? ¿Qué derechos reivindican? No queda claro. Seguro que habéis escuchado alguna vez a una activista-feminista de alto cargo: palabras y palabras vacías, frases-cliché, y nada concreto. Cuando hace unas semanas se prohibió la manifestación multitudinaria del 8-M por la pandemia, escuché en la televisión a una chica de una asociación de estudiantes, que decía que iban a salir a manifestarse, sí o sí. Y argumentaba de la misma manera que sus mentoras, poniendo énfasis en la frase muy de moda ultimamente: que se “está criminalizando el feminismo”. ¡Pobre chica! 

Lo que pasa es que el feminismo en España se ha convertido en un instrumento de la política para sorber los sesos de la gente, sobre todo, de las mujeres jóvenes, como los estudiantes, ¡oh, perdón!, LAS estudiantAS, y convertirlas en sumisas de cierta doctrina política. O dicho de otra manera, para engancharlas a su red de votantes fieles.

Por cierto, lo de LOS y LAS. En todos los idiomas donde existe distinción entre los géneros en plural, es aceptada por defecto la forma masculina como genérica, comprendiendo los dos sexos. En Bulgaria, por ejemplo, cuando se dice “los búlgaros” o “los ciudadanos”, se comprende toda la nación. Y a nadie se le ocurre montar un movimiento feminista por esta razón, o llevar la polémica hasta el Parlamento, y poner patas arriba la gramática sólo para demostrar que la mujer no es inferior al hombre. 
La igualdad no se consigue haciendo la lengua más cargada, menos fluida y menos expresiva. Con esto sólo se consigue caer en el ridículo.