El statu quo no puede perdurar en las relaciones entre Estados Unidos y Túnez

La Administración Trump se ha comprometido a promover un comercio justo, libre y recíproco que dé prioridad a los trabajadores estadounidenses. Se ha comprometido a proteger a las empresas e innovadores estadounidenses de los impuestos sobre los servicios digitales y otras prácticas anticompetitivas de los gobiernos extranjeros. Se ha comprometido a aumentar la fuerza militar de Estados Unidos mediante el traspaso de la responsabilidad de la seguridad regional africana a sus aliados y socios. Y se ha comprometido a ampliar el sistema de los Acuerdos de Abraham en Oriente Medio y el norte de África.
El problema es que a la Administración Trump le está resultando difícil cumplir esos compromisos en el contexto de las relaciones entre Estados Unidos y Túnez.
En primer lugar, Túnez es uno de los “peores infractores” entre los socios comerciales de Estados Unidos. En un intento por restablecer el equilibrio, la Administración Trump declaró inicialmente que fijaría el arancel recíproco ajustado en un 28 %. Eso puede cambiar o no en las próximas semanas. La Administración Trump está ultimando las cartas oficiales a sus socios comerciales con los aranceles recíprocos definitivos ajustados.
En segundo lugar, Túnez ha promulgado una ley sobre el impuesto a los servicios digitales. Se trata de una práctica muy controvertida. La Administración Trump ha obligado recientemente a Canadá a derogar su propio impuesto a los servicios digitales.
En tercer lugar, Túnez solo destina el 2,5 % de su producto interior bruto a gastos militares. Esto a pesar de que hay un conflicto civil en la vecina Libia. Es casi seguro que la Administración Trump espera más de un aliado importante no miembro de la OTAN que disfruta de privilegios como la posibilidad de recibir formación de vanguardia.
En cuarto lugar, Túnez no tiene relaciones diplomáticas con Israel. Las relaciones no oficiales se han deteriorado considerablemente desde la Segunda Intifada. Además, el presidente tunecino, Kais Saied, ha sido un crítico abierto de los Acuerdos de Abraham. Estas realidades dificultan que el Gobierno de Estados Unidos medie en la normalización de las relaciones entre Israel y Túnez.
La complejidad de estas realidades plantea un gran dilema a la Administración Trump.
Por un lado, la Administración Trump quiere cumplir de forma agresiva sus compromisos con los votantes estadounidenses.
Por otro lado, el Gobierno de Estados Unidos no solo tiene un “vínculo especial” con Túnez que se remonta al Tratado de Paz y Amistad. Túnez fue designado Aliado No NATO Importante de Estados Unidos durante la Administración Obama.
Por lo tanto, una ruptura importante de la asociación estratégica conllevaría graves riesgos que irían mucho más allá de las relaciones entre Estados Unidos y Túnez.
Por ejemplo, podría reducir significativamente el acceso fiable de los operadores militares y de inteligencia estadounidenses al “epicentro del terrorismo en el mundo” (es decir, el Sahel). Y eso podría dificultar que el Gobierno de Estados Unidos empleara el uso prudente de la fuerza contra organizaciones terroristas extranjeras que representan una amenaza clara y presente para Estados Unidos y sus aliados.
No es exagerado decir que Túnez y Estados Unidos se encuentran en una encrucijada.
Túnez debe decidir si emprende reformas que faciliten al Gobierno de Trump el cumplimiento de sus compromisos con el pueblo estadounidense.
De no ser así, la Administración Trump deberá decidir si emplea métodos aún más coercitivos para obligar a un régimen híbrido que ya se está alejando de su órbita a llevar a cabo esas reformas en contra de su voluntad.
Sea cual sea su decisión, parece que el statu quo no puede durar mucho más.
Se avecinan cambios en las relaciones entre Estados Unidos y Túnez.
Michael Walsh es investigador visitante en el Centro de Estudios sobre Oriente Medio de la Universidad de California, Berkeley.