Opinión

Adiós al Reino Unido con la esperanza de seguir siendo amigos

photo_camera Reino Unido

Por mucho que ponga fin a una convivencia incompatible o incluso de pesadilla, y sea quizás la antesala de un futuro mejor, un divorcio no deja de ser un fracaso. En el mejor de los casos, del proyecto que un día se dibujara en común. Tocan a su fin los 47 años de convivencia con el Reino Unido bajo el mismo techo de la Unión Europea. Una salida que de momento no es abrupta, pero que nadie se atrevería a asegurar al cien por cien que no derive en las inquinas y diferencias irreconciliables que suelen llevar aparejadas tantos y tantos procesos de separación. 

Cabe no obstante albergar la esperanza de que ambas partes sostengan una futura relación de amistad y cooperación, que palie la incuestionable pérdida de prosperidad y de peso internacional que tanto el Reino Unido como la UE tendrán una vez consumada su separación. En todo caso no será una relación fácil, por cuanto el antiguo horizonte común en muchos sectores y proyectos se tornará en competencia, en la que no es arriesgado aventurar que habrá altas dosis de agresividad descarnada. 

La UE pierde de momento los más de 10.000 millones de euros netos que aportaba el Reino Unido a los diferentes capítulos del presupuesto comunitario. Se verá amputada del 16% de su PIB y recortará su población global en el 13%. No es menor tampoco la merma  por la ausencia del peso e influencia internacional que Londres aportaba a Bruselas, tanto en lo que respecta a capítulos tan decisivos como Seguridad y Defensa como en los relativos a la diplomacia comercial. 

Por el contrario, la UE se libera del freno que el Reino Unido echaba siempre a sus reiterados intentos de integración política, avances sociales y armonización fiscal. Ahora, pues, podrá comprobarse si los dirigentes de los Veintisiete son capaces de dar ese impulso imprescindible a la construcción europea, tanto que la propia supervivencia o desaparición del mejor conglomerado multinacional de la historia, dependerán de que avancen o no en tal proceso. 

Conscientes de su propia pequeñez por separado, los dirigentes europeos aparcaron diferencias y apretaron las filas durante el largo y penoso proceso de negociación del Brexit. No sucumbieron a los múltiples y reiterados intentos de división, lanzados desde Londres, y a menudo con la grosera intromisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y la no menos taimada de la Rusia de Vladímir Putin. Es de prever que tales intentos de debilitar a la UE se intensificarán en adelante, y que los líderes populistas europeos, tentados de forzar referendos en pos de “recuperar soberanía”, pero sobre todo en su propio beneficio personal y partidista, van a ensayar en los próximos meses. 

Los peligros nacionalistas y antieuropeos

Mal porvenir tendrá la UE si se imponen los partidos ultranacionalistas, euroescépticos y antieuropeos que han proliferado en casi todos los países que la integran. Bastará que no se cumplan los augurios de recesión y retroceso, que no pocos vaticinan para un Reino Unido desgajado, para que los enemigos de la UE lo esgriman como ejemplo y soliciten los correspondientes referendos de separación, consultas que aunque salieran derrotadas dejarían heridas difíciles de suturar. 

Tampoco será radiante el porvenir si las inevitables luchas por ocupar las influencias internas que ahora abandona el Reino Unido se traducen en una nueva fractura intracomunitaria. Es evidente que el eje París-Berlín es fundamental para el equilibrio de la UE. Pero, tanto Francia como Alemania habrán de ser muy cuidadosos en que su pelea por el liderazgo no provoque una mayor fractura entre el norte y sur de Europa, además claro está de curar la que ya se ha producido entre el Este y el Oeste, a partir de que países como Polonia o Hungría no respeten en su integridad el acervo comunitario que prometieron cuando entraron en el club. 

El divorcio va a afectar también y sobre todo a los millones de personas de un lado y otro del Canal de la Mancha que se habían acostumbrado a verse como hombres y mujeres iguales, fundamentalmente europeos, y por lo tanto con muchos más derechos y libertades personales que la inmensa mayoría de los habitantes del planeta. Serán ellos precisamente los que puedan o no demostrar a la postre que la ruptura fue un error, que tal vez pueda ser subsanado algún día, eso sí tras el correspondiente sufrimiento y drama personal de los que de la noche a la mañana vieron radicalmente alteradas sus vidas, en una Europa que había sido capaz nada menos que de abolir sus fronteras interiores.