Opinión

Cubrir una guerra hoy, lo nuevo y lo de siempre al informar de la invasión rusa de Ucrania

Decía Raymond Aron que cada generación necesita vivir su propia guerra porque siempre olvida la terrible tragedia de la anterior. Para el politólogo y pensador francés, el mantra de que “nunca vuelva a repetirse” no era más que el corolario de la traumática experiencia de los que habían tenido al fin y al cabo la suerte de sobrevivir a la guerra de su tiempo. Reconocía no obstante que, a fuerza de desangrarse cada cierto número de años, la humanidad había ido aprendiendo a buscar por todos los medios soluciones que impidieran llegar a la confrontación bélica directa, con el consiguiente resultado de muertos, heridos, lisiados de por vida y las ingentes pérdidas materiales que todo conflicto bélico conlleva.

Pues, bien, la realidad es que, desde que Aron me hizo aquellas confidencias en 1973 en Paris, teniendo como trasfondo la II Guerra Mundial, el planeta no ha cesado de sufrir conflictos armados parciales en prácticamente todos los continentes. Desde una perspectiva informativa global tales tragedias afectaban solo a las poblaciones que tenían la desgracia de padecerlas, y solo emergían al primer plano de la actualidad cuando afectaba a alguna gran potencia occidental, es decir a Estados Unidos, Reino Unido y Francia. De hecho, solo cuando estalla la guerra de los Balcanes, o sea en Europa, se da por concluido el largo período de paz iniciado al término de la derrota de la Alemania nazi en 1945.

Ahora, desde febrero de 2022 Europa vuelve a ser escenario de una gran guerra, que proyecta desde Ucrania la gran pugna por cambiar el orden mundial, regido hasta ahora por la aceptación universal de las leyes y reglas del derecho internacional, consolidado a través de instituciones multilaterales.

Guerra de la información y conformación del relato

Como en toda conflagración, además de la confrontación bélica se libra la gran guerra de la información, decisiva como siempre no solo por su influencia en el desarrollo de los acontecimientos sobre los campos de batalla sino también para la conformación del relato ante las futuras negociaciones que pongan fin a la guerra.

Por su influencia a escala global tres grandes conflictos han precedido a la actual guerra en Ucrania: Vietnam, Irak y Afganistán. En los tres estuvo involucrado Estados Unidos, saldados todos ellos con la derrota o la no-victoria norteamericana. Vietnam fue el último conflicto en el que los corresponsales de guerra gozaron de gran libertad para la elaboración de sus crónicas, reportajes y artículos. Cierto que, como en muchas otras guerras, siempre hubo los que despachaban sus escritos acodados en la barra del Hilton de Saigón, tras recoger los testimonios de colegas o de buscavidas locales capaces de infiltrarse entre aquella nube de enviados especiales, pero la mayoría pudo entrevistarse más o menos libremente con la ingente carne de cañón que eran aquellos soldados de reemplazo, negros e hispanos en gran número, a los que se había prometido la nacionalidad americana si sobrevivían a la carnicería de Vietnam.

Conscientes los militares y políticos de Estados Unidos de la gran influencia que habían tenido los periodistas en el cambio operado en la opinión pública norteamericana, que obligó a la Casa Blanca a salir de aquel avispero, concediendo la victoria al Vietnam del Norte comunista, en la invasión de Irak los más de cinco mil enviados especiales desplazados estuvieron constreñidos a redactar sus artículos a partir de las fuentes oficiales, y a utilizar las imágenes exclusivas de la CNN, distribuidas por lo tanto a todo el mundo. Tal fue el enfado europeo en aquel entonces que la Comisión Europea, presidida entonces por Jacques Delors, junto con los gobiernos socialistas de Francia (François Mitterrand), Italia (Bettino Craxi) y España (Felipe González), decidieron la creación de Euronews, como cadena paneuropea multilingüe de información continua, para contrarrestar el monopolio de facto de la CNN.

En cuanto a Afganistán, se generalizó para los corresponsales la práctica de introducirlos de manera escogida para ser empotrados en diversas unidades tanto de las tropas americanas como de sus aliados. Salvo muy raras excepciones, las narraciones periodísticas contaban esas experiencias sin que a la mayoría le fuera posible realizar trabajos y recoger la visión del conflicto de los rebeldes talibanes, que al fin volverían al poder tras la desastrosa salida de las tropas norteamericanas, veinte años después de la operación de castigo decretada por el presidente George W. Bush.

El trabajo de los corresponsales de guerra

Así llegamos hasta la actual guerra en Ucrania, que presenta muchas características diferentes, tanto en el manejo de la información como en el trabajo mismo de los corresponsales de guerra allí desplazados.

El primero de tales puntos distintivos es que las redes sociales, la tecnología y los dispositivos móviles han otorgado un enorme protagonismo a los propios ciudadanos ucranianos, que surten así de una cantidad ingente de imágenes e información de primera mano a los enviados especiales. Ese gigantesco torrente de informaciones precisa obviamente de las verificaciones sobre el terreno que realizan los informadores, a las que se añaden las de las redacciones de base, tanto para la autentificación de las imágenes como para la elaboración de los mapas y la cartografía, que en esta guerra han experimentado un desarrollo considerable, popularizando el conocimiento generalizado de las regiones, ciudades y frentes de combate en los que se bombardea y se lucha.

La irrupción de las plataformas ha servido también para que gigantes como el chino Tik Tok haya trocado su papel de abastecedor de pequeños videos de entretenimiento en plataforma de contenidos informativos, que han sido utilizados, sobre todo al principio de la guerra, tanto por los grandes medios tradicionales como sobre todo por los nuevos digitales. Así Tik Tok ha venido a suceder a la denominada guerra de youtube, la de Siria. La sospecha de que Tik Tok, como todas las empresas chinas, puedan estar de una manera u otra al servicio del Partido Comunista Chino, ha motivado la prohibición a los políticos norteamericanos europeos de utilizar dicha red.

Los corresponsales de guerra, nacionales de países de la OTAN o aliados, gozan de la colaboración de las autoridades ucranianas, tanto para empotrarse de manera rotatoria en unidades de combate, desminado o supervisión de daños, como para captar imágenes y celebrar entrevistas con damnificados de todo tipo. La seguridad ucraniana tiene buen cuidado de comprobar que el enemigo, o sea Rusia, no identifique lugares, armas o combatientes que puedan servir de objetivo a los misiles que están arrasando literalmente el país.

De los muy veteranos a los freelance

Un punto característico, no menor a mi juicio, es la presencia de corresponsales de guerra muy veteranos, “porque en la redacción los más jóvenes habían declinado arriesgarse”, según me confesaban dos famosos periodistas de grandes medios, que lucen pelo más que gris bajo el casco. Tal vez sea un síntoma del cambio de sociedad operado en Europa y América, donde el heroísmo puede estar abandonando su antigua condición de valor supremo. Digamos también que, por el contrario, y a la vista de las serias dificultades económicas por las que atraviesan muchos medios de información, la guerra de Ucrania es la de los periodistas freelance, o sea la de los que se van por su cuenta y riesgo y cobran por pieza publicada. No son pocos, efectivamente, y mantienen viva la llama del periodismo de acción: ver, comprobar, hablar con los protagonistas y testigos, verificar y enviar el resultado de todo ello.

No menos importante es la característica del carácter multidisciplinar del corresponsal, que ha de estar dispuesto a contar su relato o novedad en diferentes formatos. Cierto es que, aunque haya amainado, no ha cesado la lucha entre medios por ser el primero en publicar una noticia, pero a cambio se le exige al corresponsal de guerra, sobre todo para los formatos audiovisuales, una continua actualización, lo que exige un sobreesfuerzo, además del trabajo tradicional de ver, preguntar, contextualizar y contar lo que pasa.

Desde los países que apoyan a Ucrania hay evidentemente un importante caudal informativo de lo que hablan, dicen e incluso planifican Kiev y sus aliados. Voluntariamente, Estados Unidos y la Unión Europea prohibieron la difusión de medios de información rusos, Russia Today y Sputnik especialmente, autoprivándose de la versión que el Kremlin quiere proyectar sobre la audiencia internacional. Moscú inscribió como delito penalmente perseguible cualquier declaración de periodistas o ciudadanos que contradijera el léxico o la versión oficial de la “operación militar especial”. Muchos medios hubieron de cerrar sus corresponsalías, y los que se quedaron están sometidos a una severa vigilancia, de la que en cualquier momento puede derivarse una detención y encarcelamiento tan aleatorios como arbitrarios.

El férreo control del Kremlin sobre la opinión pública rusa

Desde que comenzara la guerra el régimen del presidente Vladímir Putin ha lanzado una ofensiva contra los medios digitales independientes, que ha dejado a la propia población rusa ayuna de cualquier versión extranjera, al tiempo que ha detenido y encarcelado a todo disidente. Según ha comprobado la Unidad de Monitoreo de la BBC, el organismo de control de los derechos digitales Roskomsvoboda, el Kremlin bloqueó 7.000 sitios web en los primeros seis meses de conflicto, incluidos los de los principales medios independientes y grupos de derechos humanos. 

La propia BBC procedió a experimentar docenas de búsquedas en el principal motor de Rusia, Yandex, una de las grandes estrellas de la escena tecnológica local. Los resultados de su experimento, utilizando una red privada virtual (VPN) para que pareciera que estaban buscando en internet desde Rusia, revelan una realidad alternativa dominada por la propaganda rusa sobre la guerra, ocultando cualquier mención a las atrocidades de Bucha, Lyman o Mariupol, por ejemplo.

Propaganda y desinformación

La propaganda y la desinformación son, pues, también una característica perfeccionada de esta guerra, en la que por lo tanto los verificadores tienen más trabajo que nunca. A este respecto, y a raíz de los informes de inteligencia filtrados del Pentágono, y más allá de que pongan de manifiesto las debilidades de Ucrania y la incertidumbre sobre su posible contraofensiva, también han puesto de relieve que Estados Unidos espía por igual a aliados que a adversarios, lo que quizá no contribuya precisamente a mantener incólume la solidez de la coalición y la confianza en compartir información crítica.

La guerra de Ucrania se está librando con armas del siglo XX, pero los corresponsales ya utilizan y desarrollan cada vez más la tecnología del XXI. Muchos de ellos de diversas nacionalidades y países cosechan los principales premios periodísticos del año: World Press Photo, Club Internacional de Prensa, Asociación de la Prensa de Madrid, Cirilo Rodríguez, y un largo etcétera. Son los testigos de lo que pasa ahora, cuyo relato servirá para que las futuras generaciones aprendan el relato de la historia. Y, si quieren, contradigan al sabio Raymond Aron y pasen entonces de vivir su propia guerra.