Balas que matan a los testigos… pero no pueden silenciar la verdad

Rests de un edificio en Jabalia, en el norte de la Franja de Gaza, el 18 de marzo de 2025 - REUTERS/ MAHMOUD ISSA
Restos de un edificio en Jabalia, en el norte de la Franja de Gaza, el 18 de marzo de 2025 - REUTERS/ MAHMOUD ISSA
Cuando los testigos desaparecen, pero el crimen permanece desnudo en la memoria, se revela la tragedia más profunda y cruel de la existencia humana

Al asesinar a quienes transmiten la noticia, la palabra no muere; se transforma en un símbolo eterno que desafía el olvido y el paso del tiempo. En el norte de Gaza, junto a la entrada del Hospital Al-Shifa, donde cayeron Anas Al-Sharif y Muhammad Qariqah, no solo murieron dos periodistas, sino que también fue asesinado un sueño de verdades libres que iluminan los caminos en la oscuridad, un sueño de resistencia a través de la palabra frente a la maquinaria de la muerte que busca despojar a la verdad de su alma y borrar la conciencia colectiva palestina. 

Este ataque no puede entenderse como un simple acto militar frío, sino como una guerra contra la propia conciencia, un intento de eliminar a los testigos que llevan la visión del mundo al corazón del infierno, un intento de silenciar la voz que desenmascara la falsedad del poder y redibuja los contornos de la resistencia.

Esta guerra contra los testigos encierra una profunda dimensión filosófica: es un conflicto entre la existencia y la nada, entre la verdad y la superficialidad, entre la memoria y el olvido. Los acontecimientos no son simples hechos temporales, sino símbolos que expresan una crisis existencial que enfrenta al ser humano cuando está atrapado en el torbellino de la muerte y el desplazamiento, intentando conservar su identidad en medio de la fragua del colapso. Y el asesino, a pesar de todos sus esfuerzos, desconoce una verdad filosófica esencial: la memoria colectiva no es un registro estático, sino un ser vivo que se alimenta del dolor y renace de las cenizas de la caída para reconstituir la resistencia con una voluntad indomable. Por tanto, matar a los testigos no es más que un intento desesperado de arrancar las raíces de la verdad, pero son raíces profundas que ninguna máquina de muerte puede arrancar del suelo.

En este contexto, la batalla de Gaza se convierte en un símbolo más amplio en la historia de los pueblos, donde el dolor del presente se entrelaza con un legado largo de opresión y conflictos. Es una lección en la filosofía de la historia, que afirma que los hechos violentos no borran el pasado, sino que moldean el presente del futuro, y que cualquier intento de ocultarlo está condenado al fracaso, porque cuando la verdad sobrevive, se vuelve aún más decidida a hacerse presente.

Aquí convergen la psicología y la historia: matar al periodista es un intento de herir la conciencia social, pero la conciencia responde con heridas más profundas en el cuerpo de la injusticia, y la saga continúa, incompleta, hasta que la victoria se alcanza con la palabra, la memoria y la resistencia.

Es la historia del ser humano que enfrenta la muerte sin miedo, porque la palabra libre, aunque sacudida por las balas de la tiranía, permanece eterna en el pensamiento y en el espíritu colectivo, iluminando caminos hacia la libertad, inmortalizando a los mártires, convirtiendo el crimen en una luz que nunca se apaga, la memoria en una epopeya y la sangre en un testimonio vivo de que la verdad triunfará, por más larga que sea la noche.

Abdelhay Korret,  periodista y escritor marroquí