Francia-África: razones de su creciente divorcio

Sigo con gran interés el debate suscitado por Le Monde Afrique, en el que el rotativo galo concede la palabra sin cortapisas a ciudadanos de la sociedad civil del continente, de Dakar a Yibuti, con un objetivo declarado: radiografiar y diseccionar la cada vez más antagónica relación entre Francia y sus antiguas colonias africanas. A lo largo de extensas entrevistas emergen las razones de un creciente divorcio, que no sólo afecta a los países de la llamada francofonía africana con su antigua metrópolis parisiense sino también a la propia Unión Europea, en la medida en que desde los procesos de descolonización Francia ha sido el “gendarme occidental” en el continente, papel que también ha contado con la anuencia explícita de Estados Unidos, y que ahora se ha puesto en tela de juicio por sus supuestos beneficiarios o sufridores.
La ruptura franco-africana ha sido especialmente turbulenta a lo largo de 2022. En enero fue expulsado de Bamako el embajador de Francia, en respuesta a la declaración del ministro de Asuntos Exteriores calificando de “ilegítimo” el poder de la junta gobernante en Malí. Y en diciembre se ha consumado la salida de los últimos soldados galos de Bangui, la capital de la República Centroafricana. Y, como subraya el diario parisiense, el grito y las pancartas de “¡Francia, lárgate!” se han extendido por capitales como Uagadugu, Yamena y Niamey, escenarios de las mayores manifestaciones antifrancesas, muchas de ellas alimentadas por la Rusia de Putin, cuyos mercenarios de Wagner van ocupando muchas de las posiciones abandonadas por los franceses.
He entresacado algunas de las frases más rotundas de los entrevistados, que a mi juicio explican mejor que muchos dirigentes políticos las raíces de este sentimiento, que por supuesto afecta en primer lugar a Francia, pero también a los europeos de la UE, toda vez que va cuajando paralelamente el sentido identitario africano, a veces por encima incluso del país de pertenencia.
“El antiguo colonizador continua comportándose con arrogancia hacia los africanos”, afirma Papp Seen, uno de los periodistas más reconocidos de Senegal, que resalta esa conducta tanto en suelo francés como en el de las naciones francófonas africanas.
“La Francia de la fraternidad, de la igualdad, de la libertad me pertenece tanto a mí como a usted”, dice la novelista tunecina Emna Beljaj Yahia, que rechaza la exclusividad de tales valores solo para los franceses, ahora que la interrelación es mucho más intensa que cuando se enarbolaron en la Revolución de 1789.
“Nada impedirá la ruptura con Francia, es lo que desea de manera aplastante la juventud”, piensa Joey Le Soldat, apelativo artístico del cantante de rap Joël Windtoin Samawago, de Burkina Faso, cuyas letras insisten en lo inexorable de ese desenganche.
“En Malí y en otros países esta cólera contra Francia es la expresión dolorosa de un sentimiento de humillación”, declara sin ambages la exministra de Cultura maliense Aminata Traoré, especialmente crítica con las políticas de desarrollo realizadas o impulsadas por Francia en la franja del Sahel.
“No creo que los franceses estén preparados para cambiar la mirada que tienen sobre África”, señala con pesimismo la filósofa, poeta y catedrática emérita de la Universidad de Abiyán Tanella Boni, una de las intelectuales más seguidas y respetadas de Costa de Marfil.
“Francia nos ha vendido su civilización, pero a cambio ha rebajado nuestras propias culturas africanas”, afirma otro cantante de rapp, en este caso de Togo, Elom 20ce, nombre artístico de Elom Kossi Winceslas.
“Somos nosotros, los africanos, los que debemos aupar a [dirigentes] responsables, capaces de hablar de igual a igual con Francia, China y Rusia”, dice con evidentes muestras de autocrítica la primera mujer abogada de Camerún, Alice Nkom, quién reclama el reconocimiento de la mayoría de edad del continente doblada de la responsabilidad de sus ciudadanos por encontrar los mejores dirigentes.
“En Chad Francia parece no querer ver y oír otra cosa que el mantenimiento de la estabilidad”, opina el antropólogo Remadji Hoinathy, para quién esa exclusiva preocupación favorece el autoritarismo y la instauración y prolongación de dinastías de poder difícilmente compatibles con la democracia.
El presidente, Emmanuel Macron, se había propuesto renovar los lazos de Francia con el continente a través de nuevas iniciativas, como por ejemplo la denominada FARM (siglas que, curiosamente, son el acróstico inglés de Food and Agriculture Resilience Mission”), y que, a juicio de los moderadores y entrevistadores de Le Monde-Afrique, “se han mostrado claramente insuficientes para reconquistar los corazones”. También recuerdan que la última Cumbre de la Francofonía, celebrada en noviembre en Túnez, “ofreció el espectáculo de una reunión de familia fatigada”, cansada al fin y a la postre de no ver un trato de verdadera igualdad entre franceses y africanos.
¿Será reconducible esa relación? Caso de una respuesta negativa en la práctica, no caben muchas dudas de que otros ocuparán, ya lo están haciendo, su lugar, y además en tromba. China y Rusia lo están demostrando, de momento con la anuencia de los propios africanos. Francia, España, la UE en suma, deberán estar mucho más atentas.