Palabra de Talibán

Los últimos militares de Estados Unidos abandonaron definitivamente Afganistán el 30 de agosto de 2021. Para entonces, los talibanes llevaban ya quince días instalados en Kabul tras una campaña relámpago de algo más de una semana en la que conquistaron la práctica totalidad del país. El presidente Joe Biden favoreció tal operación, tanto por adelantar la finalmente caótica salida del país, como por acelerar el acuerdo de Doha, por el que los talibanes se comprometían a respetar las libertades básicas conquistadas por las mujeres afganas.
Apenas huido el presidente Ashraf Ghani a Abu Dhabi y ocupadas las oficinas e instituciones del país, los talibanes se afanaron en dos objetivos: confiscar la totalidad del moderno armamento que las tropas norteamericanas no quisieron o no pudieron llevarse consigo, y convencer a la comunidad internacional de que ya no eran los mismos que implantaron entre 1995 y 2001 un brutal régimen medieval en el país.
No pasó mucho tiempo para comprobar el valor de la palabra de los estudiantes -es lo que significa literalmente talibán-, y su obsesión porque las mujeres volvieran de inmediato a su penoso estado anterior: quedarse en casa, cubrir totalmente cuerpo y rostro en público, ponerlas en sus desplazamientos, restringidos a circunstancias excepcionales, bajo la custodia de un varón, abandonar los trabajos que tuvieran y prohibirles de nuevo el acceso a la educación. Volvía, pues, la Sharía y la más restrictiva y limitante interpretación del islam y las leyes del Corán.
Quienes pudieron salieron de estampida, y un año después de la reconquista del poder por los talibanes, Afganistán es ya el segundo país del mundo, después de Venezuela, por el número de sus exiliados: casi tres millones, repartidos en un centenar de países –más de dos millares en España-, principalmente en Pakistán e Irán. Además, otros tres millones han tenido que abandonar sus casas en el interior del país, sobre el que parecen haberse abatido todas las maldiciones posibles: en solo este año transcurrido desde agosto de 2021 Afganistán se ha hundido en la miseria, puesto que más de la mitad de los 34 millones de habitantes que allí viven sufre de malnutrición severa y de las enfermedades asociadas.
La mayor catástrofe humana del planeta
El relator especial de Naciones Unidas, Richard Bennett, que visitó el país el pasado mes de mayo, dio pie con su informe a que la ONU califique a Afganistán como el país con la “mayor catástrofe humana del planeta”, necesitado de una emergencia humanitaria que precisaría para comenzar a paliarla un mínimo de 4.400 millones de dólares, la mayor petición de ayuda para un solo país. La comunidad internacional apenas ha recolectado menos de la mitad de esa cantidad, aquejada de las necesidades imperiosas que imponen las crisis alimentaria y energética derivadas de la guerra en Ucrania, y la más general provocada por el cambio climático en curso.
Otros informes, como los elaborados por Amnistía Internacional y Human Rights Watch, coinciden en el diagnóstico y análisis de la situación. Especialmente dramática es la descripción que hace la relatora de esta última organización, Fereshta Abbasi: “Los talibanes han detenido, torturado y ejecutado sumariamente a críticos y opositores. El pueblo afgano está viviendo una pesadilla de derechos humanos, víctima tanto de la crueldad de los talibán como de la apatía internacional”.
Antes de su instalación de nuevo en Kabul, la ayuda internacional cubría el 40% del presupuesto y el 70% de las necesidades alimentarias y sanitarias del país. Todo ello cesó tan pronto como los talibanes enseñaron la realidad de su rostro y sus intenciones de retornar a su concepción medievalista de la sociedad. Todavía, al menos, llegan al resto del mundo los testimonios recogidos por reporteros a los que se ha permitido entrar en el país. Son los que han podido transmitir la violencia con que reprimieron la manifestación de cuarenta valientes y arriesgadas mujeres que, aprovechando esta presencia de medios extranjeros, se atrevieron a salir a la calle para pedir “Pan, trabajo y libertad”. Los agentes de la inteligencia talibán no se inmutaron por esa presencia, y las manifestantes fueron amedrentadas con disparos al aire y al suelo, perseguidas y golpeadas con las culatas de los fusiles kalashnikov, además de sufrir la confiscación de sus teléfonos móviles.
Por si fueran pocas las plagas que padece Afganistán, el reciente terremoto acaecido en la mísera región fronteriza con Pakistán, y la pertinaz sequía que se abate sobre la práctica totalidad del territorio, agravan su estado de postración.
La incógnita del amparo al terrorismo
Entre los acuerdos de Doha, concluidos entre talibanes y norteamericanos, aquellos se comprometieron a no cobijar ni instigar el terrorismo. La liquidación del cerebro de Al Qaeda, Ayman Al Zawahiri, en el mismo Kabul, demuestra que tampoco han respetado ese capítulo. Joe Biden sacó pecho al afirmar que su liquidación (mediante un dron equipado con seis alfanjes que descuartizaron instantáneamente a su objetivo) demuestra que no es necesario disponer de presencia física permanente sobre el terreno. Pero, en todo caso, lo cierto es que entre las verdaderas intenciones comprobadas del hombre fuerte de Kabul, el mulá Hibatullah Akhundzada, no parecen estar las de honrar su palabra respetando los compromisos adquiridos.
Nadie pudo someter en el pasado a la compleja variedad de clanes y tribus de Afganistán. La llamada comunidad internacional parece haber comprendido que tampoco ahora podrá implantar allí un modelo de sociedad basado en las libertades, tal y como se entienden éstas en la Carta de Naciones Unidas y en la Declaración de los Derechos Humanos. Pero, tampoco puede abandonar a su mala suerte a los cuarenta millones de afganos, especialmente las mujeres, cuya triste situación constituye un permanente aldabonazo en la conciencia de quienes pueden disfrutar de libertades, que la mayoría de las jóvenes generaciones occidentales vive sin haber movido un solo dedo para conquistarlas.