Powell, el hombre que reconoció su error por haber desencadenado la guerra de Irak

Colin Powell and George Bush

La segunda guerra del Golfo se hubiera producido sin que Colin Powell estuviera al frente de la diplomacia norteamericana. El presidente George W. Bush, azacaneado por su vicepresidente Dick Cheney, lo tenía prácticamente decidido, para terminar el trabajo que su padre no concluyó en Irak al detener éste la marcha triunfal del general Schwarzkopf hacia Bagdad y permitir que al frente de Irak siguiera como presidente Saddam Hussein, aunque sometido a fuertes restricciones y estrechísima supervisión.

Pero, el 5 de febrero de 2003, le tocó al exgeneral de cuatro estrellas Colin Powell explicarse ante la tribuna de la ONU, y demostrar inequívocamente que Saddam volvía por sus fueros y amenazaba la seguridad mundial gracias a su arsenal de armas de destrucción masiva. Aquel supuesto arsenal, causa  del infierno de fuego que se abatió sobre Irak, jamás pudo encontrarse pese a las múltiples y exhaustivas verificaciones de los especialistas de la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Los informes en los que Powell había basado su discurso justificativo procedían de la CIA, que le aseguraba con  firmeza que las pruebas eran incontrovertibles. A ellas también se agarrarían los más firmes aliados del presidente Bush en aquel momento: el primer ministro británico, Tony Blair, el presidente del Gobierno de España, José María Aznar, e incluso el jefe del Gobierno de Portugal, José Manuel Durao Barroso, anfitrión en las Azores de aquel encuentro a cuatro, cuya fotografía perseguiría también para siempre a sus protagonistas. 

Bush Jr. prometió reducir a Irak a la edad de piedra y ciertamente lo cumplió, de manera que el país mesopotámico no ha conocido respiro desde entonces, sacudido, apenas pronunciado aquel “misión cumplida” del presidente estadounidense, por incesantes ataques terroristas, la hostilidad permanente entre las comunidades suní y chií, la penetración de Irán y el auge del yihadismo, encarnado en la implantación del Daesh y sus sangrientas acciones. Aquella guerra, además, provocó un gran desgarro en el mundo musulmán, al tiempo que abría una profunda sima entre este y Occidente. Las consecuencias de aquella guerra aún se prolongan, y encadenan acontecimientos que han contribuido a cambiar las relaciones de fuerza en el Próximo Oriente, y por ende en la geopolítica mundial. 

Una mancha para toda la vida

A medida que se fue desvelando la falsedad de los informes de la CIA que sirvieron para justificar aquella guerra el general Colin Powell sintió cada vez más un acrecentado sentimiento de culpa, tanto que en una larga entrevista en televisión en 2005 admitió la “mancha” que aquel error suponía en su reputación. “Una mancha indeleble, porque yo fui el que hizo aquella presentación en nombre de Estados Unidos ante todo el mundo, de manera que será para siempre parte integrante del balance de mi vida personal y profesional”, afirmaba contrito el que fuera primer general de raza negra en acceder a la Jefatura del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de EEUU. 

Su impecable hoja de servicios, su patriotismo y la sinceridad de sus análisis, incluso para admitir aquel grave error, le ganaron el respeto no sólo de las instituciones norteamericanas sino también el de la comunidad internacional. Consejero de gran influencia de secretarios de Defensa como Caspar Weinberger y Frank Carlucci, fue también asesor de seguridad nacional del presidente Ronald Reagan. 

Pero, el peso de aquella “mancha” provocó que se alejara del Partido Republicano y cambiara sus preferencias de voto por el Partido Demócrata, a cuyos candidatos presidenciales apoyaría públicamente desde 2008: Barack Obama, Hillary Clinton y Joe Biden, sucesivamente. A este último le aconsejó rescatar para el Departamento de Defensa a otro afroamericano, Lloyd Austin, al que la noticia de la muerte de su mentor le pilló en Tiflis, la capital de Georgia. 

Powell, que contaba 84 años y padecía un mieloma múltiple, se había iniciado en la guerra de Vietnam. Desde entonces siempre había sopesado, con una ecuanimidad que apreciaron todos sus superiores, las grandes tragedias que ha vivido el mundo y en las que siempre, de una forma u otra, ha estado implicado su país.