Putin sube un peldaño más su amenaza nuclear

Dos horas de invectivas y acusaciones contra Occidente, plagadas de amenazas, salpicadas con proclamas nacionalistas, jalonaron el discurso del presidente ruso, Vladimir Putin, en lo que pretendía ser una respuesta inmediata a la visita a Kiev de su homólogo norteamericano, Joe Biden, y una conmemoración anticipada del primer año de esta guerra. 

Falto de poder exhibir el blasón de una victoria decisiva en la “operación militar especial” contra Ucrania, el líder ruso ha vuelto a enseñar el músculo de la destrucción, que augura para la OTAN si persisten sus miembros en seguir ayudando a Ucrania mediante el suministro del armamento con el que, a costa de la destrucción del país y de un titánico esfuerzo humano, las tropas ucranianas mantienen a raya al muy superior Ejército ruso, doblado de las fieras milicias Wagner. 

Putin anunció la suspensión de su participación en el Tratado de desarme New Start. Un acuerdo firmado en 2010 por los entonces presidentes Barack Obama y Dmitri Medvédev, y por el que se limitaban los arsenales nucleares de los dos países a un máximo de 1.550 ojivas cada uno. Ello representaba a su vez una reducción del 30% sobre el límite precedente, según lo acordado en 2002. 

Conocido como el Tratado Start III, Putin ya había adoptado el pasado verano medidas que violaban lo firmado, al suspender unilateralmente las inspecciones americanas a las plataformas de silos rusos previstas, aduciendo que era la respuesta a la “continua obstaculización de los norteamericanos a las inspecciones rusas en suelo de Estados Unidos”. 

Conforme a su retórica autoexculpatoria, tras describir el rechazo de Washington a sus demandas de inspección, Putin declaró “verse constreñido a suspender su participación en el tratado sobre las armas estratégicas ofensivas”. Pero, en su mensaje, recalcó que “no nos retiramos del tratado, sino que suspendemos nuestra participación”. Todo eso, antes de dejar caer una petición de negociación a propósito de este tratado, y condicionándola a saber lo que quieren los países integrantes de la Alianza Atlántica, citando expresamente a Francia y el Reino Unido. Un mensaje, que cabe interpretar como un intento de sembrar dudas entre los aliados, como si el Kremlin abrigara esperanzas de abrir fisuras en el seno de la OTAN. 

En estado de alerta todas las fuerzas rusas de disuasión nuclear

En su alocución, en la que Putin no ha cesado de culpar a Occidente, incluida la acusación de que fue éste quién comenzó la guerra, el presidente ruso ha elevado la intensidad de su retórica amenazante, esgrimiendo su “determinación a emplear todos los recursos, incluidas las armas nucleares” para ganar esta guerra. De hecho, también anunció haber dado orden de preparar nuevos ensayos nucleares y ha decretado el estado de alerta permanente de las fuerzas especializadas del Ejército ruso para que estén listas para actuar en cualquier momento. 

Sin desdeñar que un Putin acorralado prefiera morir matando que plegar velas en su invasión, la impresión que dio su discurso es que pudiera estar jugando sus últimos cartuchos. Aunque los servicios de inteligencia norteamericanos, británicos y franceses no dieron mucha credibilidad a sus anteriores amenazas, esta vez están analizando si cabe con mayor cuidado aún si lo que observan a través de sus sofisticados medios de espionaje se corresponde con las palabras del inquilino del Kremlin. La reiteración en que Moscú anhela desesperadamente ofrecer al país algo de lo que enorgullecerse en el primer aniversario de la guerra, lleva a dar credibilidad a las maniobras que preludiarían una gran ofensiva. 

Cierto es que si Rusia ha suspendido la aplicación del tratado Start III, ello podría servirle de justificación para usar armas nucleares contra Ucrania.  Una jugada arriesgada porque Joe Biden le acaba de reiterar a Volodimir Zelenski en su sorpresiva visita a Kiev que si Putin lo intentara Estados Unidos aniquilaría sin contemplaciones todas las fuerzas convencionales rusas en Ucrania. Advertencia en la que también Biden tiene presente a Aleksandr Lukashenko, el presidente de Bielorrusia, país que Putin podría utilizar de rampa de lanzamiento de ataques contra su vecino del sur. 

Como también había que enardecer a sus huestes, Putin, que también acusó a Occidente de estar desencadenando la III Guerra Mundial, recalcó que “Rusia es invencible” y que conseguirá “paso a paso” todos sus objetivos. 

Desde luego, al que no ha provocado el menor temor es al propio Joe Biden, que, en su entrevista con las autoridades de Polonia, que acoge el mayor número de refugiados ucranianos -más de 6 millones de los 9 que han debido huir de su país-, ha calificado de “indestructible” el apoyo que Estados Unidos brinda a Ucrania un año después de la invasión rusa.

A su vez, tanto el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, como el jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, han devuelto las acusaciones a Putin. El primero deja la puerta entreabierta a que Putin sea realista y reconsidere su participación en el tratado New Start. En cuanto a Borrell, no se ha mordido la lengua al afirmar que lo anunciado por Putin “es una nueva prueba que demuestra que Rusia no ha hecho otra cosa que demoler el complejo sistema de seguridad construido después de la Guerra Fría”. 

Entramos en cualquier caso en una fase decisiva, o sea el momento en que ambas partes decidan por qué optan en el dilema entre una guerra larga y costosísima o bien en ampararse en la presunta amenaza de una guerra nuclear para sentarse a negociar. Lo que sea nos afecta a todos, como ya ha ocurrido desde que se iniciara esta contienda, detrás de la cual se está disputando nada menos que un cambio radical de las normas por las que se ha regido el mundo desde 1945.